JASON LXII

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Era un día de tormenta. Noto, el viento del sur, estaba dando audiencia.

Los dos días anteriores, el dios era más fogoso y se enfadaba con rapidez, pero por lo menos era rápido. Ese día... no lo era tanto.

Unas columnas blancas y rojas bordeaban la sala del trono. El áspero suelo de piedra caliza echaba humo bajo las zapatillas de Jason. En el aire había vapor flotando, como en los baños del Campamento Júpiter, sólo que en los baños normalmente no había tormentas en el techo que iluminaran la sala con desconcertantes destellos.

Los venti del sur se arremolinaban a través de la estancia en nubes de polvo rojo y aire sobrecalentado. Jason tuvo cuidado de no acercarse a ellos. El primer día de su estancia había rozado sin querer a uno con la mano, y le habían salido tantas ampollas que sus dedos parecían tentáculos.

Al final de la sala se hallaba el trono más raro que Jason había visto en su vida: hecho a partes iguales de fuego y agua. El estrado era una fogata. Llamas y humo se enroscaban formando un asiento. El respaldo de la silla era un nubarrón. Los brazos chisporroteaban donde la humedad entraba en contacto con el fuego. No parecía muy cómodo, pero el dios Noto estaba repantigado en él como si se dispusiera a pasar una tarde relajada viendo un partido de fútbol.

De pie, debía de medir unos tres metros. Una corona de vapor rodeaba su greñudo cabello blanco. Su barba estaba hecha de nubes, que relampagueaban continuamente y derramaban sobre el pecho del dios una lluvia que mojaba su toga de color arena. Jason se preguntó si una barba de nubes de tormenta se podría afeitar. Debía de ser un rollo llover sobre ti mismo todo el tiempo, pero a Noto no parecía importarle. A Jason le recordaba a un Santa Claus empapado, pero más perezoso que jovial.

—Vaya...—la voz del dios retumbó como un frente próximo—. El hijo de Zeus regresa.

Oyendo a Noto, parecía que Jason llegase tarde. Jason estuvo tentado de recordarle al estúpido dios del viento que se había pasado todos los días esperando horas a que lo llamaran, pero se limitó a hacer una reverencia.

—Mi señor—dijo—, ¿habéis recibido alguna noticia de mi amigo?

—¿Amigo?

—Leo Valdez—Jason procuró no perder la calma—. El que fue capturado por los vientos.

—Ah... sí. O, mejor dicho, no. No tenemos ninguna noticia. No fue capturado por mis dioses. Sin duda fue obra de Bóreas o sus hijos.

—Oh, sí. Ya lo sabíamos.

—Es el único motivo por el que os he acogido—las cejas de Noto se arquearon en su corona de vapor—. ¡Hay que combatir a Bóreas! ¡Hay que hacer retroceder a los vientos del norte!

—Sí, mi señor. Pero para combatir a Bóreas, tenemos que sacar nuestro barco del puerto.

—¡El barco del puerto!—el dios se recostó y se rió entre dientes mientras le caía lluvia de la barba—. ¿Sabes cuándo fue la última vez que un barco mortal entró en mi puerto? Un rey de Libia... se llamaba Psilo... me culpó de los vientos calientes que quemaron sus cosechas. ¿Te lo puedes creer?

Jason apretó los dientes. Había aprendido que no se podía meter prisa a Noto. Bajo su forma lluviosa, era lento, caliente y caprichoso.

—¿Y quemasteis esas cosechas, mi señor?

—¡Por supuesto!—Noto sonrió con cordialidad—. Pero ¿qué esperaba Psilo plantando cosechas en el borde del Sáhara? El muy tonto envió toda su flota contra mí. Pretendía destruir mi fortaleza para que el viento del sur no pudiera volver a soplar. Yo destruí su flota, por supuesto.

GIGANTOMAQUIA: La Casa de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora