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Alisa alejó la mirada de aquel curioso llavero en cuanto notó que la atención del nuevo inquilino recaía sobre ella. Con toda la naturalidad que pudo mostrar, sus ojos se posaron de nuevo sobre la carta y fingió que inspeccionaba lo que había frente a ella. A su lado, sintió que el chico se movía y apoyaba de nuevo los brazos sobre la mesa. Por el rabillo del ojo vislumbró unas manos de piel blanquecina y dedos largos y delgados. 

Se sintió ligeramente observada, por lo que evitó alzar la vista y la desvió hacia una esquina del bar, justo al lado contrario al que estaba aquel desconocido. Allí, colgado en la pared, había un cartel marrón con las nuevas caras buscadas de la semana. Alisa apreció el hecho de que su cara no estuviese plasmada allí y que aquello le otorgase un poco más libertad que la que había tenido antes. Gracias al avance del tiempo y su cautela ahora estaba allí sentada, sin que nadie a su alrededor la conociese y con la posibilidad de hacer lo que a ella le apeteciera. Siempre con prudencia, claro.

Mientras que no se topase con algún agente de la ley, creía estar mínimamente segura y podía camuflarse entre los demás, permitiéndose ser un ciudadano común como el resto al menos por un rato. Mantuvo su vista allí, esperando que se le olvidase pronto la presencia del chico junto a ella, pero aquello no parecía ocurrir. 

Intentó mantener sus pensamientos ocupados en otras cosas, pero el barman no venía y la presencia del desconocido tenía un aura arrastrante que la llamaba en susurros, alentándola a que lo mirase. El silencio por su parte contrastaba con el ruido de platos y copas chocando entre sí de fondo. Le resultaba extraño que, estando toda la barra vacía, se hubiese sentado justo a su lado. Aquello no hacía más que aumentar la necesidad irremediable de girarse que vagaba por su mente. Aun así, se mantuvo firme, ignorándolo y permaneciendo en su mundo. No era agradable pillar a alguien observándote como todo un acosador, Alisa no quería ser percibida de aquella forma. 

Suspiró mientras toqueteaba los billetes de papel que aún guardaba entre sus manos. Ante la aparente ausencia del trabajador, que acababa de desaparecer tras una pequeña puertecita que debía dar a los fogones, guardó las nafkas reales de nuevo en el bolsillo, temerosa de perderlas en algún momento. Justo cuando volvía a poner los brazos sobre la barra, una voz armoniosa inundó sus oídos. 

—Un día duro, ¿cierto?

Alisa por fin se giró para mirarlo sin miedo a ser juzgada. El chico tenía el cuerpo orientado ligeramente hacia ella y la observaba sin disimulo alguno. Se permitió unos segundos para examinar a aquel que le hablaba y se deleitó por dentro, algo avergonzada consigo misma, ante aquella maravilla visual. 

En efecto, el gorro de lana escondía un cabello del color del carbón, brillante y liso. Bajo la tela escapaban algunos mechones largos a ambos lados de la cara y sobre la frente, enmarcando su rostro de rasgos afilados. A su tez blanquecina la acompañaban dos ojos del mismo color que su pelo, profundos como dos pozos oscuros. Eran rasgados, cosa que hacía de su mirada una única, y bajo su ojo derecho reposaba un pequeño lunar. Su nariz era recta y puntiaguda, y sus labios carnosos le sonreían amigablemente, invitándola a continuar la conversación. Parecía casi una estatua esculpida por un artista lejano, una obra singular escondida y hecha a partir de sombras.

Alisa estaba acostumbrada a dialogar brevemente con extraños, así había sido su día a día en el As de tréboles, por lo que no le molestaba contestar, pero tardó unos segundos en contestarle a él. Tenía una sonrisa bonita que esperaba una respuesta con cierta curiosidad. Aquello le hizo pensar momentáneamente en Harkan, que le esperaba en casa. Aquel chico al que le costaba tanto sonreír. Sintió, en cierto modo, que eran bastante diferentes, a pesar de que no lo conocía. Harkan poseía un tipo de belleza fría y dura. En cambio, aquel chico tenía un atractivo oscuro, casi imperial.

Rey de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora