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Los jardines de la Reina de Corazones no eran para nada lo que había esperado.

Alisa se había imaginado un sitio que le pondría los pelos de punta, aunque quizá solo hubiese sido por la persona que salía mencionada en el nombre del lugar. Como había prometido, Harkan los llevó a dar un paseo al día siguiente, justo después de volver del trabajo. Si estaba cansado, en ningún momento lo demostró. Se limitó a cambiarse en un par de minutos y al poco ya callejeaban por los rincones de la ciudad. 

Por suerte para ellos, aquel día aún no era de noche cuando Harkan acabó su turno, por lo que pudieron observar bien las estructuras y lugares que los rodeaban mientras aprovechaban las últimas horas de sol que aquel día les ofrecía. A Alisa le seguía resultando extraña la altitud de los edificios y cómo se desenvolvían estos en las alturas, aprovechando el espacio que ella jamás habría imaginado que sería viable usar. Mientras daba pasos rápidos sobre la acera grisácea y miraba hacia arriba, le parecía que sobre sus cabezas se alzaba otra ciudad más, muy distinta a la que ellos pisaban, hecha de metal y viento.

A veces, en según qué puntos, le daba la sensación de que caminaba en el interior de un foso, y que un muro invisible de varas de hierro se erguía de forma infinita por encima de ellos. Otras, los puentes le parecía que se asemejaban a los barrotes de una jaula gigantesca. 

El nuevo apartamento era bastante céntrico, o eso le había comentado Harkan mientras avanzaban por una avenida. Lo cierto es que cualquier lugar le hubiese parecido céntrico. Todo era igual, no sabía qué criterio habrían usado los arquitectos que construyeron el edificio para jactarse de que sus inquilinos lo pudiesen denominar así. No tardó mucho en descubrir cuál era el supuesto centro de la ciudad.

Los jardines de la Reina de Corazones estaban en un pequeño parque artificial que abarcaba una explanada enorme en medio de aquel encuadre de rascacielos. Para ser exactos, aquel parque era la única zona verde que debía haber por allí, y los jardines no hacían referencia a un jardín corriente.

La gente paseaba por el lugar en calma. Se sentaban en los bancos y corrían haciendo ejercicio. Los niños jugaban en el césped totalmente despreocupados y algunos disfrutaban de un camión que estaba aparcado a un lado vendiendo comida. Sin embargo, el verdadero atractivo del parque era aquello que Harkan la había traído a ver. Ante ellos se alzaban unos setos densos de por lo menos dos metros de altura. Los denominados "Jardines de la Reina de Corazones", se erguían en frente de sus narices en forma de laberinto de sendas verdes. 

Harkan la invitó a entrar al laberinto con un movimiento de cabeza. Alisa dudó unos segundos, pero entrelazó los dedos con los de su hermano y se adentraron por el pasillo de hojas perennes.

Caminaron por allí con tranquilidad, observando los inmensos arbustos perfectamente recortados que hacían de paredes. Cuando llegaron a la primera esquina Alisa se detuvo al ver el cambio repentino que se mostraba en la estética de la ruta. Ahora ya no estaban ante prominentes setos, sino que los acogía un curioso pasillo repleto de espejos. Ambos escenarios parecían fundirse en un entramado de callejones sin fin. Desde allí no se podía distinguir hacia dónde se suponía que los llevaría la ruta.

El soldado, que caminaba unos pasos tras ellos, se acercó a la espalda de Alisa y le habló al oído. Su proximidad repentina y el aliento caliente en su oreja le hizo dar un respingo en el sitio. 

—Dicen que todo aquel que atraviesa este laberinto refleja su verdadera cara en alguno de estos espejos —le dijo en voz baja el muchacho. Alisa intentó ocultar la forma en la que le afectaba su cercanía mientras que seguía avanzando poco a poco—, pero que es su propia responsabilidad saber cuál de todos sus reflejos muestra la real.

Rey de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora