Te quiero mucho, Mia

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La llave no giraba. Mia se había preocupado de cerrar la puerta desde dentro dejando puesta una llave, así que cualquier intento de Erick por entrar a su piso por esa vía sería en vano.

Pensó en llamar a un cerrajero, pero el olor a quemado se colaba por los dinteles de la puerta y temió lo peor: que el cerrajero diera algún tipo de parte, que de cualquier manera aquel episodio se conociera y que la libertad bajo fianza de Mia quedara sin efecto. Tenía que actuar rápido y con precisión para no alertar a los vecinos y para frustrar cualquier posible incendio que Mia pudiera estar orquestando.

Intentó llamarla una vez más, pero el móvil de Mia seguía apagado. Intentó llamar al timbre, pero estaba desconectado. Entonces, recordó que cuando compró aquel piso se quejó por un retranqueo que le quitaba espacio al vestidor y anulaba la funcionalidad de una ventana, a cambio de darle unos centímetros más al mirador del rellano que daba hacia las zonas comunes, hacia la pista de pádel, concretamente. Si conseguía salir al alféizar del mirador, podría colarse por la ventana que quedaba inutilizada por ese tabique improvisado por el arquitecto en el último minuto.

El alféizar era grueso, casi podría decirse que cómodo, y la operación era sencilla, sin mayor peligro y sin requerir grandes dotes de escalada. Así que Erick se puso manos a la obra y en unos minutos estuvo frente a aquella ventana que, por fortuna, pudo abrir desde fuera. Lo había hecho una vez, hacía mucho, cuando volvió borracho de una noche de juerga y se dio cuenta de que había perdido sus llaves, probablemente en el taxi. Desde entonces, nunca aseguraba aquella ventana, un gesto a priori imprudente que aquella tarde podría salvar la vida de Mia.

El piso estaba bañado por una capa de humo más bien sutil. A diferencia del humo inescrutable de aquella noche en la que Mia quemó toda su ropa haciendo una hoguera en el salón, esta vez se trataba de una bruma tranquila, de olor incluso agradable, suficiente para intuir la presencia del fuego, pero aun contenida, para mantener la calma.

-¿Mia? -Erick se cubrió la cara con el brazo-. ¿Dónde estás? Soy yo, Erick, está todo bien, ¿vale? Quiero ver que estás bien, que no te has hecho daño.

Silencio.

-Mia, por favor, sé que la última vez te asustaste mucho y me odiaste, porque acabamos en la clínica, en tu ingreso -Erick se desplazaba por las distintas estancias del piso, buscando a su exmujer-. Hoy no será así, lo prometo.

Silencio.

Entonces, Erick recordó su primera mañana en aquel piso, recién comprado, con Mia. Ella le había pedido revisar a consciencia que los rieles de las cortinas estuvieran perfectamente alineados con las molduras y que los ganchos estuvieran colocados a la misma distancia. Él, diligentemente, se había cerciorado de que la instalación fuera impecable y, cuando quiso decírselo a su entonces futura mujer, no la encontró. La buscó en todas las habitaciones, le hizo llamadas perdidas y hasta llegó a creer que Mia había salido a comprar cualquier cosa o a inspeccionar algún otro detalle de la urbanización, hasta que un ruido le sorprendió y su chica salió semidesnuda del armario del cuarto de invitados. Asalvajada y preciosa, con el pelo revuelto y lencería nueva.

Erick corrió a aquel armario y abrió la puerta sin decir nada. Mia estaba dentro, desnuda, hecha un ovillo en el suelo, con la mirada vacía apuntando hacia una veta de la madera del pavimento. El humo dentro del habitáculo era más denso y un olor a plástico chamuscado cargaba el aire.

-Mia, nena, ¿qué pasa? -Erick hizo un esfuerzo por entrar y acurrucarse con ella en el armario. Era un armario relativamente amplio y estaba prácticamente vacío.

-Te juro que yo no quería... Erick... yo no quería dañar tu casa.

-Está bien. Cariño, está todo bien. La casa está bien, yo estoy aquí, no pasa nada.

-Necesitaba hacerlo, pero lo he hecho con cuidado...

-¿El qué? -Erick cogió la cara de Mia entre sus manos e intentó que los ojos de ambos se encontraran-. ¿Qué has hecho con cuidado?

Mia fue incapaz de articular las siguientes palabras. Cada sílaba se sustituía con apnea y llanto. Cada intento de coger aire se ahogaba en lágrimas nuevas, espesas, saladas, en espasmos en el pecho que acabaron en arcadas. Erick la atrajo hacia sí para abrazarla, consolarla, y entonces descubrió lo que ella acunaba entre sus piernas.

-¿Es esto lo que has hecho, mi amor? -Erick cogió la cazuela con cuidado-. ¿Está aquí?

Mia asintió, sin poder dejar de llorar.

-Bien, vamos a salir del armario, no es bueno que estemos aquí metidos con el humo, ¿vale?

-No me lleves de nuevo a...

-No, nena, no vas a volver allí. Te lo prometo, ¿okey? Te lo juro. Ven.

Erick salió del armario con la cazuela y extendió su mano para ayudar a salir a Mia. Una vez fuera, la guió hasta el sofá y la sentó, dejando la olla tapada en la mesa baja del salón.

-Espérame aquí, ¿vale?

-¿Vas a llamar...

-No, no voy a llamar a nadie. Voy a ir al baño a por tu albornoz y te voy a traer agua, que te va a venir bien por el humo que has tragado y para que estés más tranquila.

Erick volvió de la cocina y ayudó a Mia a ponerse el albornoz.

-Yo no quería...

-Yo sé que no...

-¿Puedes abrirlo, por favor?

-¿De verdad quieres que lo haga?

-Sí, por favor.

Erick abrió la cazuela y encontró restos calcinados de lo que parecía ser ropa y fotos. Entre las cenizas, un trozo que le resultaba familiar: la foto de Mia el día de su Primera Comunión, abrazada a su padre, con el gesto sombrío.

-¿Has quemado la foto con tu padre?

-Todas las que tenía entre las pocas cosas que tengo aquí.

-¿Y por qué has hecho eso, cariño? Si tú adoras a tu padre, siempre habéis tenido esa relación tan especial que tenéis... Y estos trozos de tela, ¿son ropa? ¿Qué es?

-¿Te acuerdas de cuando estábamos en la uni y nos acabábamos de conocer y fuiste a verme al piso, el día de la Lotería de Navidad?

-¡Claro que sí! ¿Cómo no me voy a acordar?

-¿Podemos repetir ese día? Por favor. Yo sé que me has dicho que no mezclemos las cosas, que no... nos confundamos pero, Erick, ¿podrías, solo por esta vez?

Erick acogió a Mia en su pecho y se dedicó a desenredar su pelo con los dedos.

-Te quiero mucho, Mia.

-¿Y de qué me vale, si lo que quiero de ti, no lo puedo tener?

OTRO INCENDIO POR LLEGARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora