Capítulo 37

7.1K 707 86
                                    

Cuando nos queremos dar cuenta, ya es tarde y las chicas tienen que marcharse a toda prisa para evitar una riña en el trabajo. Con todo el jaleo ni siquiera nos habíamos dado cuenta de la hora que era. Valentin y yo nos quedamos con su padre y mientras esperamos a que todo se aclare en el hotel, el teléfono de Valentin comienza a sonar.

—¿Quién es? —Le pregunta su padre con rapidez y antes de que pueda descolgar, le sujeta la mano.

—Los padres de Nicolle... —responde con la frente arrugada—. ¿Qué coño querrán ahora?

—No atiendas la llamada —le pide.

—¿Por qué?

—No lo hagas, hijo.

—Pero, ¿por qué? ¿Te han presionado de nuevo para que vuelva con ella?

—¡Tú no descuelgues y punto! —zanja con seriedad—. Hazme caso por una vez. Cada vez que te llame ella o sus padres, ignóralo hasta que yo te diga lo contrario.

—No entiendo nada...

—Ya lo harás, no te preocupes, pero hasta entonces, evita descolgar.

—Está bien... —Se lo guarda en el bolsillo.

Sin decir nada más, ambos se giran de nuevo hacia el hotel y observan cómo los oficiales trabajan para evitar que haya daños. Daños que jamás existirán porque todo ha sido un invento de Nerea. Solo espero que nunca la descubran ya que es algo demasiado serio. ¿Cómo diablos se le ocurre hacer algo así?

Tras un par de minutos, mis piernas comienzan a hormiguear por estar de pie en el mismo lugar y temo que se me hinchen. Últimamente me pasa a menudo y es bastante molesto. Hasta ahora he llevado bien el embarazo, pero ya comienzo a experimentar síntomas cada vez más pesados.

—Yo... tengo que irme. Debo hacer algunas compras... —Siento que interrumpo, pero necesito empezar a moverme ya.

—Voy contigo —Valentin no tarda en ofrecerse.

—Oh, no. No es necesario. Quédate aquí con tu padre.

—Me harías un gran favor llevándotelo, querida —indica sin dejar de mirar a los bomberos, que están ayudando a uno de ellos vestido de artificiero y apenas puede caminar—. Me gustaría poder tomarme una copa sin que me recuerde a cada rato que padezco del corazón —protesta y me río. Adoro su acento francés. Sobre todo, cuando pronuncia la R como si fuese una G.

—Pero solo una copa, eh —dice en tono burlón y su padre se vuelve hacia nosotros solo para que le veamos blanquear sus ojos.

—Largaos ya, anda. —exige y entre carcajadas hacemos lo que nos pide.

—Tu padre me cae bien —confieso mientras caminamos por la acera—. Parece un buen tipo.

—Y lo es.

—Tu madre no tanto... —cuando aprieta sus labios, creo haber metido pata.

—Mi madre también es una buena persona, pero muchas veces no toma las decisiones correctas. Le pasa un poco como a tu amiga Nerea. Lo que piensa, lo dice o hace sin valorar las consecuencias, hasta que después llegan los problemas.

Tentada a decirle lo que ocurrió en su consulta, decido morderme la lengua. A estas alturas ya solo serviría para provocar un enfrentamiento entre ellos y lo que menos necesita ahora mismo Valentin es eso.

Mientras paseamos por la gran avenida, un escaparate llama mi atención y me detengo frente a él.

—¿Qué ves? —Se coloca a mi lado y señalo unos pequeños patucos de bebé blancos—. ¿Sus pies serán tan minúsculos? —dice sorprendido al ver el tamaño.

Cupido, tenemos que hablarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora