Capítulo 60

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Amoressss, ¡estoy súper nerviosa, jajajaja! Al final de este capítulo os cuento.

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Mientras me estoy cambiando de ropa en el baño, soy incapaz de controlar el temblor de mis manos y es que con cada minuto que pasa, soy más consciente de lo que acaba de ocurrir. Por momentos, un miedo latente en el pecho me hace creer que no estoy preparado para esto y me siento frágil. ¿Y si no sé hacerlo bien? ¿Y si no soy buen padre para él? Nunca presté atención a los niños y no sé qué hay que hacer.

—Valentin, ¿estás listo? —Julia toca a la puerta—. La doctora está fuera y nos ha dicho que ya podemos entrar a ver a Valeria.

—Voy, voy. Dame un segundo. —Termino de abrocharme los botones todo lo rápido que puedo. No sé cómo los pacientes son capaces de hacer esto con los cables del suero colgando por todas partes.

Dejo las alas en una esquina y, cuando salgo, todos me están esperando con una amplia sonrisa.

—Ya no pareces un perturbado disfrazado de cacatúa... —Nerea se burla.

—Podría haberlo dejado de parecer antes si me hubieses avisado de que había un carro lleno de ropa a tu lado.

—Qué rencoroso —chasquea la lengua y me da la espalda.

—Tengo buenas noticias. —Escucho a la doctora y, cuando levanto la mirada hacia ella, veo como presiona varios botones de su teléfono—. Acaban de notificarme que el pequeño está perfectamente.

—¡Sí! —Salto de alegría y entre abrazos todos lo celebramos. Mi pequeño está bien y eso no puede hacerme más feliz—. ¿Cuándo nos dejarán estar con él? Me muero por conocerle.

—Muy pronto —sonríe de nuevo y me hace un gesto para que la siga—. Vamos primero a ver a la mamá. —Camino en silencio tras ella y observo todo a mi alrededor. Tomamos un largo pasillo, después otro y en el tercero tengo la gran certeza de que, si me hubiese tocado venir solo, ya me hubiese perdido—. Es aquí. —Abre una puerta blanca y la luz en el interior es tan escasa que apenas puedo ver nada—. Cama cuatro. Os veo después. —Se marcha y cuando entro, mis ojos tardan unos segundos en habituarse a la poca luz.

—Valentin... —La inconfundible voz de Valeria me llama. Se escucha agotada, pero no hay duda de que es ella.

—Valeria. —Me giro y ahí está. Completamente despeinada y cubierta hasta el cuello con varias mantas. En la calle todavía hace buena temperatura, pero siempre le he escuchado decir a mi madre que los fármacos anestésicos pueden provocar hipotermia—. ¿Cómo estás, cariño?

—Bien... —Sus dientes castañetean y apenas puede vocalizar. Tiro de las mantas un poco más y cubro su cuerpo hasta la barbilla—. Todavía no siento nada. —Traga saliva a la vez que sus ojos se cierran y, cuando creo que se ha dormido, vuelve a abrirlos—. ¿Lo has podido ver? ¿Has podido estar con nuestro hijo?

—No, todavía no —dudo por un momento, pero finalmente decido preguntar—. ¿Y tú?

—Se lo llevaron antes de que despertarse, pero la doctora acaba de decirme que está bien. —Una lágrima corre por su sien y se la seco con cuidado—. Quiero verlo ya.

—Yo también. —Apoyo mis labios en su frente y, al notar que está helada, tomo su mano y aun a riesgo de que me llamen la atención, me echo a su lado. Si no entra pronto en calor, podría enfermar.

Una hora después y, tras haberme turnado con nuestros amigos, regreso de nuevo con ella y la doctora no tarda en entrar a la habitación. Revisa a Valeria y tras darle el visto bueno, avisa a un par de auxiliares para que la suban a la planta de maternidad.

Cupido, tenemos que hablarOnde as histórias ganham vida. Descobre agora