Capítulo 41: Hasta que las cosas se enfríen

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Todos en ese castillo están acostumbrados a lo que se espera del invierno. El sol está presente en el día como es común, pero los rayos no traspasan las cortinas como sí parecen hacerlo en cualquier otra estación. Gracias a eso el horario de sueño es difícil de adaptar, sobre todo para quienes tienen menos tiempo viviendo en el castillo y se ven obligados a madrugar todos los días.

Reinhart sentía piedad por las criadas desde que llegó y se enteró de la situación en la que estaban todas. Pero esa mañana en particular, una en la que debía de levantarse antes para acomodar sus actividades, sintió una lástima inmensa mezclada con una profusa admiración hacia esas mujeres. Aún así lo entendía, si el precio de holgazanear es la muerte, entonces alguien que verdaderamente quiere vivir es capaz de hacer lo que sea para impedir pagar por sus errores de esa forma.

Se quejó, se movió de un lado a otro en la cama, volvió a taparse y luego maldijo porque no podía seguir durmiendo. Pero sí sabía que era muy probable que pasara todo el día bostezando como una idiota con sueño. Así que, de mala gana, se sentó, estiró sus brazos, bostezó para desperezarse, y al final apartó las frazadas animándose a salir de la cama. Cassandra no tiene alfombra en su habitación, por lo que al sentir el frío del suelo la pelinegra maldijo a su larga línea de ancestros.

Se calzó, cepilló su cabello lo suficiente como para desenredarlo, y abandonó la habitación llevando una toalla y ropa limpia para ponerse. Caminó con la tranquilidad que tiene alguien al andar en su propia casa, pero con el buen humor brillando por su ausencia en su cansado rostro. Cassandra se levantó hace poco de la cama por lo que imaginaba encontrársela mucho más tarde. Ella tuvo la consideración de dejarla dormir un rato más en lugar de llamarla, algo que pensaba agradecerle posteriormente si volvía a recordar el gesto amable.

El baño fue cálido. El calor del agua de la ducha empapando su cuerpo fue lo más parecido a la sensación que tiene uno despertando en su cama cálida en medio del invierno. Uno no quiere salir. Pero cuando el vapor fue demasiado, y la consciencia de malgastar agua la golpeó como una ráfaga fría en medio de un par de desafortunados recuerdos, cerró ambos grifos y sacudió un poco su pelo mojado. Sabía que el calor no era la mejor forma de apartar el sueño luego de madrugar, aunque todavía le parecía demasiado temprano como para congelarse desnuda.

Tarareó la melodía de una canción que creyó olvidada en el tiempo, propia de una caja musical que una vez tuvo, y posterior a secarse con la toalla procedió a vestirse. Abandonó el área y caminó rumbo a la cocina, no queriendo esperar a que le trajeran su desayuno. De esa manera tendría la oportunidad de conversar con alguna de las dos criadas que genuinamente le agradaban, y quizá enterarse por rumores de cómo estaba yendo el desayuno.

Y es lo que hizo. De camino a la cocina no se encontró con nadie, pero ni bien entró vio a una pequeña parte del personal moviéndose de un lado a otro, con la energía que raras veces podría atribuírsele a alguien que durmió menos de cinco horas. Los repasadores volaban sobre las mesas, absorbiendo cualquier gota de agua que rebasara de las ollas. Los platos se fregaban y volvían a llevarse nuevos, lo mismo con las copas. Al parecer alguien rompió la vajilla; por defecto Reinhart pensó en Daniela.

Se movió de la puerta para dejar a las mujeres pasar, todas yendo y viniendo sin dejar de traer cosas. Parecía una remodelación por momentos. Reinhart evitó molestar a las criadas y fue directo a tomar un plato para servirse. La mano de Patricia apartó la suya con un movimiento rápido, prohibiéndole servirse por sí misma.

─¿Qué se supone que haces?

─Quiero mi desayuno ─Reinhart recibe otro manotazo en cuanto vuelve a tomar el plato; devuelve una mirada de advertencia a la criada, una advertencia de su mal humor por la falta de sueño─. Tengo hambre. ¿Puedo?

༺  𝐙𝐖𝐈𝐓𝐓𝐄𝐑 ༻ 🕈︎〚 ᴮᵉˡᵃ ᴰⁱᵐⁱᵗʳᵉˢᶜᵘ ˣ ᴼᶜ 〛Donde viven las historias. Descúbrelo ahora