"Levi Ackerman, yo acepté ser tu esposa y cuidarte en la salud y enfermedad"
Ni siquiera los más apasionantes e inspiradores sueños salvaron la sonrisa de Hanji Zoe, quien de un día para otro debía casarse para salvar a su hermano y la empresa por l...
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28 años atrás.
La mansión Ackerman siempre estaba abarrotada de personas de la alta sociedad. Era una costumbre que la pequeña, pero poderosa familia ofreciera una cena al menos una vez al mes, invitando a muchos conocidos y socios. Pero en esta ocasión, no era para celebrar la firma de un nuevo acuerdo, en esta ocasión era para brindar pésame al pequeño Levi Ackerman, que con tan solo siete años, había perdido a la única familia que le quedaba: su madre.
El pequeño de cabellos negros y ojos azules abrazaba el cuerpo inerte de su madre en el féretro sin tapar. La belleza de la mujer se preservaba a la perfección, parecía estar solamente dormida, y que en cualquier momento abriría aquellos profundos ojos para devolverle el abrazo a su pequeño, cuyos brazos apenas alcanzaban a envolverla. El llanto del pequeño era casi silencioso, como si quisiese que solamente su madre pudiera escucharlo, que solo ella viera su dolor. Levi mantenía su cabeza en el pecho de su madre, y aún moqueando, el aroma de las rosas que adornaban el espacio se colaba en sus fosas nasales.
—M-mami... despierta por favor —, susurró el pequeño sin soltar la frialdad del cuerpo de su madre. —Yo te necesito...
Fue entonces cuando la mano de un hombre alto de traje y sombrero se posó en su pequeño hombro. Los ojos del hombre eran fríos y vacíos, pero cargaba con su dolor de una manera mucho más personal.
—Levi, suéltala —, dijo el caballero con voz profunda.
—N-no puedo... —, el niño chilló con dolor. —Ella despertará... prometió que iríamos a comer helado... que me llevaría a la escuela otra vez...
—Eres consciente de que ella no volverá. Te preparé para este momento —. El hombre lo tomó por el estómago y lo jaló para alejarlo del cuerpo y cargarlo en sus brazos. Levi no se resistió, en cambio se recostó en el hombro del hombre y lloró aún más mientras él acariciaba su espalda. —Tranquilízate, eres fuerte. Detén esas lágrimas.
—T-tío Kenny... mi mami... —, sollozaba aún más. Kenny suspiró y comenzó a caminar al medio del salón.
—Mira a tu alrededor, Levi —. Kenny lo acomodó en sus brazos y el pequeño levantó la cabeza para observar el panorama tal como lo ordenó su tío. Sus ojos se abrieron con sorpresa. —Estos malditos no sufren por la muerte de Kuchel.
Todos los invitados chocaban copas y conversaban en pequeños grupos que se dispersaban en todo el salón. Tapaban sus bocas intentando ocultar sus sonrisas, pero sus ojos llenos de diversión terminaban por delatarlos.
—Disfrutan de esta mierda como si se tratara de una recepción para tomar el té —. Susurró Kenny a Levi, manteniendo la conversación solo entre ellos dos. —No vinieron porque están tristes, sino porque desean ver a nuestra familia mostrando debilidad.
