Capítulo uno

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Dedicado a toda persona
extraordinaria
atrapada en un mundo
ordinario.

Toda mi vida oí hablar a la gente sobre las almas gemelas.

Supongo que era lo usual en una conversación preguntar: “¿Cuándo obtuviste tu marca del alma?”

Decir: “Qué linda marca del alma”

Y cuestionar: “¿Quién es tu lazo? Debe ser alguien muy afortunado”

No obstante, nunca me había interesado en ello. Al menos no hasta que cumplí seis años, la edad en la que las personas normales recibían su marca.

Tengo un vago recuerdo de mi padre regalándome un libro envuelto en papel de regalo. Me encontraba sobre sus piernas, ansiosa por tener al fin el libro que tanto había querido en mis manos. Lo había visto en una librería cercana de mi hogar. Llamó mi atención porque tenía la portada de un fantasma. Y lo quería con todas mis fuerzas.

En ese entonces él me prestaba la suficiente atención como para saber que amaba los libros, pero no la necesaria como para saber que el romance no era mi lectura favorita. Lucía entusiasmado mientras rasgaba el envoltorio, por lo que disimulé mi expresión desilusionada al ver una portada llena de corazones. Sin embargo no era una maleducada, así que besé su mejilla sonoramente. Él sonrió.

Me observó con sus grandes ojos dorados, tan parecidos a los míos, esperando que comience a leer. Sin querer romper sus ilusiones, seguí adelante con mi mentira.

Quería mantener cada pequeño recuerdo con él en mi memoria, grabándolo hasta que se incruste en mí. Porque las pocas veces que nos veíamos debían valer la pena.

Leímos juntos toda la tarde de mi cumpleaños, intercambiando voces inmersos en la historia. Y por primera vez, no me molestó que el romance sea el tema principal. No quería terminarlo. Porque si lo hacíamos, él se marcharía otra vez.

-¿Cómo te gustaría que sea tu marca del alma?- cuestionó una vez finalizamos la lectura.

No tuve que pensarlo mucho, pues a los seis años es difícil tomar una decisión tan importante con total consciencia.

-Quiero que sea un gato- respondí.

Él rió entretenido.

-Entonces a tu lazo le deberán gustar mucho los gatos.

Me encogí de hombros porque realmente no me importaba. Yo solo quería un lindo dibujo sobre mi piel, así como el que compartía él con mi madre. Ambos llevaban una estrella en la nuca como símbolo de su amor.

-¿Cómo se siente tener un lazo?- pregunté ingenuamente, porque a esa edad uno quiere saberlo todo sin saber absolutamente nada.

Mi padre rascó su barba crecida pensativo.

-Se siente… como el hogar.

Su respuesta fue algo vaga para alguien curioso, por lo que me aventuré a seguir preguntando.

-¿Y cómo se siente el hogar?

-Como la tranquilidad, como felicidad.

-¿Como comer helado?

Él volvió a reír, tirando su cabeza hacia atrás en un gesto risueño. En ese momento aún no tenía marcadas las arrugas a los costados de sus ojos.

-Sí, como comer tu helado favorito.

Sorprendentemente su respuesta me había dejado satisfecha. Cosa que era difícil teniendo en cuenta que cuestionaba absolutamente todo.

Definitivamente no mi alma gemela; lumityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora