Capítulo diecisiete

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Disculparse no es fácil. Requiere de dejar el orgullo de lado, de sentir las palabras genuinamente. De un valor digno de pocos. Es una promesa tácita, que dicta que cometiste un error, y que no volverás a cometerlo. Son palabras poderosas, que no se deben tomar la ligera.

Yo nunca fui buena para disculparme, así que simplemente no lo hacía.

Cuando les hacía algo a mis hermanos con el afán de dañarlos, era por venganza. Probablemente por alguna broma inocente de pequeños. Eso hasta que crecieron, y ya nadie pidió perdón por los platos rotos. Supongo que porque era muy tarde, o tal vez porque en términos más medievales, ya estábamos a mano.

Con mis amigas era algo distinto. Las disculpas nunca existieron entre nosotras. Olvidábamos lo que sucedía, por el simple hecho de que era más sencillo esconder la mugre debajo de la alfombra que afrontar lo que en verdad acontecía. Las reglas nunca se dijeron en voz alta, nadie impuso el silencio. Pero era obvio, estaba escrito en el aire y las tres lo teníamos más que claro. Nadie cuestionó el método, pues resultaba ser efectivo de una manera extraña.

Tal vez –y solo tal vez-, esa era la razón por la que me parecía tan difícil enfrentar a Luz. Nunca supe cuál era la forma correcta de decir “lo siento”. Sabía que debía hacerlo, pero, ¿cómo? La incógnita rebotaba en el fondo de mi mente como una pelota de Alleyway.

La mañana en la que decidí que debía ponerle fin a la distancia impuesta entre Luz y yo, me paré frente al espejo del baño y recité las dos palabras hasta que mi lengua se cansó. Practiqué mi expresión, y modifiqué el tono hasta que creí encontrar el correcto (uno lo suficientemente serio como para mostrar que hablaba en serio, y lo suficientemente dolido como para que ella vea lo mucho que me afecta realmente). Me di palabras de aliento, y tomé coraje que sabía que necesitaría.

El tiempo pasó tan lentamente que dolió. Las horas parecían no terminar jamás, y no pude concentrarme en ninguna clase por estar pensando en lo que diría. Me pregunté si Luz se sentiría así todo el tiempo. Con miles de pensamientos rondando por su cabeza todo el tiempo. Era algo agotador.

Cuando tocó el timbre que anunciaba el receso, mis piernas se pusieron de pie sin que deba detenerme a pensar lo que estaba haciendo. Comencé a dirigirme a la salida del salón hasta que una mano tomó mi muñeca logrando que me detenga.

-¿Vienes con nosotras?- pregunta Boscha, sostiene todo su peso en una pierna y apoya una mano en su cadera. Skara está detrás de ella con la nariz en la pantalla de su celular.

Vacilo antes de recordar que sigo enojada con ella.

-No- respondo cortante, tirando de mi brazo para salirme de su agarre.  Su expresión se transforma totalmente. Antes de que pueda decir algo más, me doy la vuelta y me voy, dejándola con la palabra en la boca. No me detengo a pensar en lo que hice, porque si lo hago terminaría regresando.

Camino a paso rápido, casi trotando hasta  detrás de las tribunas de la cancha de básquet. Al llegar, no me sorprende ver a Luz apoyada en un árbol mientras lee uno de sus preciados mangas. Me detengo apoyándome en una tribuna, a unos cuantos metros, a intentar estabilizar mi respiración mientras aprecio la imagen frente a mis ojos. Mi pecho sube y baja irregularmente, y trago en seco sintiendo como todo el coraje reunido se desploma en el suelo. Debo aflojar la corbata del uniforme para que el aire corra mejor.

Su cabello cae con gracia hacia un lado de su rostro -ya que está demasiado crecido-. Su espalda está arqueada en un ángulo extraño, ya que su rostro está prácticamente dentro del manga. Tiene esa expresión que pone cada vez que intenta concentrarse con todas sus fuerzas (ojos entrecerrados, mirada intensa, nariz ligeramente arrugada, y labios apretados entre sí en una línea recta), demasiado ensimismada en lo que sucede dentro de la historia. Sus piernas están dobladas muy cerca de su pecho para que sirvan como soporte, y sus pies se mueven hacia arriba y abajo.

Definitivamente no mi alma gemela; lumityWhere stories live. Discover now