54. ALICE

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ALICE


—No entiendo como pudiste estar con él —rompió el silencio, después de una hora estando metidos en el coche sin soltar ni una palabra.

Sin ser capaces de mirarnos o tocarnos ni por accidente.

—Lo quería —susurré entre lágrimas. No podía parar de llorar, pero tampoco quería hacerlo.

—No lo entiendo —repiqueteó los dedos en el volante, nervioso.

—Lo conocía de hace más de seis años y... él nunca fue así conmigo, no parecía ser así —reflexioné en voz alta—. Y después, al tiempo, quisimos dar un paso más porque los dos sentimos lo mismo, pero pasaron unos meses y...

Negué con la cabeza pidiendo con todas mis fuerzas que todo eso fuera una broma. Que toda mi vida fuera únicamente una pesadilla, y que en algún momento despertaría por completo. Ojalá fuera así. Pero lo peor no era eso, para mí lo peor era que Zaddyel no era capaz de mirarme ni de tocarme. No tenía ningún tipo de gesto conmigo y eso me mataba.

—Soy una idiota —lloriqueé y gimoteé, escondiendo mi cara entre mis manos.

—Alice... No digas eso, de verdad. No lo eres.

—Si lo soy, porque dejé que siempre me hiciera daño y encima yo siempre fui la que le pedía cosas. Le pedía que me hablara más, que me hiciera pequeños detalles, que me demostrara las cosas... ¿Sabes lo cansada que estuve mentalmente? Fui una gilipollas.

—No eras gilipollas. Lo querías, pero no querías ver esa parte de él. A mí también me pasó algo parecido.

—¿En serio? —Él asintió—. ¿Con quién? —averigüé.

Carraspeó, incómodo.

—Riley —confesó, clavando sus ojos en los míos.

—Eso explica muchas cosas —aparté la mirada—. Lo explica todo, de hecho.

—Lo siento si te habló mal el día que la conociste. Es... muy obsesiva.

Arrugué la nariz y miré por la ventana, pensando a toda velocidad.

—¿Quieres decirme algo más sobre el tema de antes? —cuestionó suavemente, desabrochándome el cinturón de seguridad para que estuviera más cómoda.

—Yo... —volví a hablar, sin poder parar— Pensaba... Pensaba que eso era amor, porque aunque hiciera todas esas cosas, otras veces me hacía reír, me protegía...

—Ellos son así, las personas como él lo son. ¿Si no hacen eso, cómo se supone que van a mantener a la persona que ellos quieren en sus vidas? Tienen que seguir su "plan" —hizo comillas con los dedos—. Algo tendrán que hacer para que te quedes, ¿no? Mentirte, por ejemplo.

—Pude haberme alejado la primera vez que le dije que ya no volveríamos a hablarnos nunca más, pero no lo hice. Después volví, y luego otra vez, y otra... Tuve muchísimos errores.

—No seríamos personas sin errores —filosofó.

—Igualmente —sacudí la cabeza—. Todos me decían tantas cosas... Cada vez me hacía más daño, y yo...

—No fue culpa tuya, te manipuló.

Bajé las manos y las dejé encima de mis muslos, para luego girar la cabeza y mirar al chico que, por alguna razón, nunca se separaba de mi lado.

—Tu único error fue dárselo todo a la persona equivocada —siguió—. No está bien querer a una persona que te acaba haciendo daño.

Sonreí tristemente. «Yo te hago lo mismo y no te has ido». «Espero que las cosas cambien para que no te siga haciendo tanto daño, Zaddyel».

El Camino de Nuestras Almas © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora