EXTRA

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(ALICE)


—¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre? —me preguntó, supuse que para distraerme al verme con las manos temblorosas.

Y es que el segundo ataque de ansiedad en un único día estaba volviendo a ocurrir; muy poco a poco, dejándome indispuesta. Pero por lo menos no estaba sola, que era lo que más me daba miedo.

Sufrir y estar sola. Que me pasara algo y que nadie pudiera intentar ayudarme.

—Música —contesté, estremeciéndome y acurrucándome un poco más a su lado en la cama.

—Vaya, algo que tenemos en común —rió, agachando la cabeza para mirarme—. ¿Quieres que toque algo?

Lo miré de reojo poniendo mis manos debajo de mis piernas.

—¿Qué?

—No sé qué cojones estoy haciendo, pero allá vamos —murmuró para él mismo antes de levantarse.

Vi cómo se acercaba rápidamente para coger su guitarra de al lado de la puerta de la habitación, y sin más, volvió a meterse en la cama, poniéndose delante de mí, enfrente. ¿Qué hacía? ¿Por qué hacía como si nada?

—Dime una canción —indicó, señalándome con la guitarra, poniendo los dedos en sus respectivos acordes y dejando su móvil justo a su lado.

No respondí, solo cogí aire por la nariz y la solté por la boca encontrando mi voz.

—Cualquiera, de verdad —insistió, levantando la mirada, hechizándome. Me encantaba verlo con la guitarra—. Quiero dedicártela y quiero... Quiero convertirla en una melodía sencilla pero única y que solo podamos entenderla nosotros.

Lo pensé bien. Con todas mis fuerzas dejé de lado lo que me sucedía, o eso intenté, y pensé en alguna canción.

Perfect Strangers de Jonas Blue —elegí, finalmente.

Él sonrió nada más acabé de nombrarla, reconociéndola, y puso ambas manos en sus lugares correspondientes. Entonces, empezó a mover sus dedos, apretando tres de las cuerdecitas, y comenzaron a escucharse esas perfectas notas, con esa aura, con ese brillo que solo relucía apenas él llegaba.

Quedé enamorada por cómo sonaba. Me encantaba. Esa vez no cantó y prefirió solamente tocar, pero no me importaba en absoluto porque era más que suficiente. Siguió un poco más, dejándome aún más embobada si eso era posible, y rato después, dejó de tocar, y una nueva melodía inundó mis oídos.

—A ver si reconoces esta...

Fruncí el ceño intentando adivinarla, totalmente concentrada. Y cuando lo hice, cuando la reconocí, mis cejas se elevaron por el recuerdo de escucharla de pequeña.

Hmm... Así que no me dejes caer —canté bajito sin poder evitarlo—. Sabes que estoy... Colgando en tus manos...

—Así es, sigue cantando —me animó sin parar de tocar y sin parar de mirarme. No quería perderse ningún detalle.

Te envío canciones de cuatro, cuarenta... —seguí, y Zaddyel balanceó su cuerpo de lado a lado. Yo sentí que mi pecho seguía estrujándose igual que anteriormente, pero que, de vez en cuando, se aflojaba un poquito más.

Te envío las fotos cenando en Marbella... —cantó esa vez él.

Y cuando estuvimos por... Venezuela.

Y así me recuerdes y tengas presente...

Que mi corazón está colgando en tus manos... —cantamos a la vez, sin dejar de mirarnos sonrientes—. Cuidado... Cuidado... Que mi corazón está colgando en tus manos...

Nada más acabar de cantar, Zaddyel rió, enternecido, y levantó sus manos mostrándome las palmas para que le chocara los cinco.

—¿Lo has notado? —entrelazó nuestros dedos en el aire.

Miré mis manos con las suyas. Sus dedos acariciaban los míos y sus venas palpitaban sin remedio, a pesar de que las mías ni siquiera parecían existir.

Dudé al volver a hablar.

—¿El qué?

—No has dejado de cerrar los ojos en ningún momento, Alice. ¿Sabes lo especial que es que tengamos una conversación a través de la música? Es... Es incomparable con todo lo demás. Es conmovedor.


El Camino de Nuestras Almas © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora