Plan PT. 2

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La conversación había concluído con la observación de Hermione, planteando la incertidumbre sobre cuánto estaría dispuesto a hacer Harry por Draco con un: "Aunque también depende de qué tanto eres capaz de hacer por Malfoy".

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El joven de cabello azabache se encontraba ahora frente a la biblioteca, caminando de una esquina hacia la otra. Sus manos sudaban, un indicador palpable de su nerviosismo. Preguntas se agolpaban en su mente, desde "¿Qué debo decirle ahora?" hasta la evaluación constante de la idea propuesta por Hermione, que implicaba múltiples reacciones ante una sola acción. No obstante, como buen Gryffindor, Harry no se iba a acobardar.

Sus reflexiones fueron abruptamente interrumpidas por los pasos rápidos de la profesora McGonagall, cuyo andar reconocible resonaba en el pasillo. "¿Y el joven Malfoy?" preguntó.

"No lo sé, profesora. Supongo que está por llegar", respondió Potter con tranquilidad. La profesora estaba a punto de añadir algo más, cuando Draco apareció de repente, con el cabello algo despeinado, apoyándose en la pared.

"Lo lamento, estuve terminando un trabajo", se disculpó el rubio, aún sosteniéndose de la pared después de haber llegado corriendo.

"Descuide, joven. Ahora, ambos, como lo indiqué, se quedarán aquí hasta que todo esté completamente ordenado, cada libro en su respectiva sección. No querrán que mis manos toquen algún libro y se ensucien de polvo. Les advierto que, de lo contrario, el castigo será aún mayor", dictaminó la profesora, dejando a Harry y Draco solos.

"Bien, si queremos terminar rápido, a comenzar", dijo Draco, doblando las mangas de su camisa y acomodándose el cabello.

En cuestión de milésimas de segundos, Harry ya estaba de puntillas, ayudando a arreglar el cabello de Draco. El azabache metió la mano en uno de los bolsillos de su pantalón, sacando una pequeña caja de chocolates. Con voz suave como un hilo, Harry habló: "Ten. Los compré para ti, son mis favoritos. No sé si los hayas probado, pero quiero compartir mis gustos contigo. Espero que tú también me hagas conocedor de aquellas pequeñas o grandes cosas que te agradan".

Draco arqueó una ceja, dejando entrever una sutil sonrisa. Tomó la pequeña caja mientras observaba cómo los ojos de Harry brillaban de emoción al punto de achinarse. Aunque sus ojos estuvieran apenas visibles, Draco podía percibir el resplandor que desprendían.

Harry se sentía invadido por una multitud de snitchs doradas en su estómago. Sin saber qué hacer, se preguntó cómo reaccionaría al ejecutar el plan de Hermione, si tan solo con que Draco recibiera un regalo suyo provocaba sensaciones inefables en él. Sin embargo, no era el momento de pensar en eso, al menos por ahora no.

"Gracias, Potter. Pero ya tenemos que empezar", comentó el pálido, guardando el obsequio y dirigiéndose hacia los libros dispersos.

"¿Y si usamos magia? La profesora no especificó que estaba prohibido", sugirió Harry, balanceándose con las manos detrás de la espalda.

Draco se detuvo, dirigiéndole una mirada cómplice. "Potter, precioso Potter. Qué mente tan ingeniosa".

"¿Ya no es 'Potter, mi precioso Potter'?", preguntó Harry, dando pasos agigantados para llegar a Draco, quedando frente a él.

La atracción entre los dos parecía regida por una fuerza magnética indiscutible. Así se manifestó cuando Draco, con una velocidad asombrosa, atrapó a Harry por la nuca, anulando cualquier distancia existente en un beso que desde el principio carecía de ternura.

En el preciso momento en que Draco despejó la mesa de los libros que la ocupaban, Harry se separó brevemente para empuñar su varita. Pronunció un hechizo con destreza, asegurándose de que la tarea encomendada no fuera un obstáculo para el delicioso espectáculo que se estaba desarrollando espontáneamente.

El rubio, hábil y decidido, tomó los glúteos de Harry para elevarlo y depositarlo con gracia sobre la mesa ahora despejada. Se posicionó entre las piernas del azabache, marcando una conexión física intensa.

En un rápido movimiento, Harry aprovechó el espacio despejado en la mesa para rodear las caderas de Draco con las piernas, intensificando la proximidad entre sus cuerpos. Cada gesto, cada contacto, era como una explosión de energía contenida.

Los labios de Draco recorrían los de Harry con avidez, explorando cada rincón como si estuviera descubriendo un nuevo territorio. Aunque esta no fuese la primera vez. No había lugar para las caricias suaves; en cambio, sus manos se movían con firmeza, explorando los contornos del cuerpo del otro de manera posesiva y obscena.

Harry, a su vez, respondía con una entrega igualmente apasionada. Sus manos se aferraban con fuerza a los hombros de Draco, como si quisiera fusionarse con él en un acto que iba más allá de la mera físicalidad. Los suspiros entrecortados y los gemidos ahogados se mezclaban en el aire, creando una sinfonía de deseo desenfrenado.

El sonido de los libros y objetos que caían al suelo se perdía en el trasfondo, eclipsado por las sensaciones que los embargaba nublando algunos de sus sentidos. La temperatura en la habitación parecía aumentar con la intensidad del deseoso encuentro, y el ambiente se impregnaba con la electricidad generada por el magnetismo entre ambos.

Draco sin dejar de sostener a Harry, bajó una de sus manos por la espalda del ojiverde, explorando cada centímetro de piel con determinación. Los dedos del rubio se deslizaron con atrevimiento, desabrochando los primeros botones de la camisa de Harry como si estuviera despejando un camino que anhelaba recorrer.

Harry, entregado al frenesí del momento, dejó escapar un suspiro contenido al sentir las manos de Draco. Cada contacto, cada roce, amplificaba la tensión. Estaban inmersos en un juego de atracción y resistencia. El más bajo terminó por responder al contacto con un deseo igualmente urgente. Sus manos se aventuraron bajo la ropa de Draco, explorando la textura de su piel con una intensidad que dejaba claro que no había espacio para la delicadeza.

Las respiraciones agitadas resonaban en la biblioteca, cada exhalación un eco del apetito voraz que se acumulaba entre ellos. Las manos de Draco, ahora enredadas en los cabellos de Harry, tiraban suavemente, como si quisiera fusionar aún más sus cuerpos.

La intensidad del beso no disminuía; al contrario, parecía que estuvieran al borde de cruzar la línea límite.

Hasta que...

La voz de la profesora McGonagall resonó repentinamente en la sala

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La voz de la profesora McGonagall resonó repentinamente en la sala.

Un ballet de dilemas amorososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora