Capítulo 2: Plan provisional

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Los Glaril me han ofrecido una cama en una de sus posadas de cambia formas. Como mínimo he podido descansar cinco horas, pues mi cabeza no ha dejado de reproducir la frase "Alma, eres la revolución".

Desde pequeña siempre he tenido pavor en hacer las cosas mal, no me gusta que los demás tengan que depender de mí. Constantemente he tenido miedo al fracaso, sobre todo aquí. Esto no es ningún juego, es una cosa seria y me agobia bastante. Sinceramente, no creo que pueda conseguirlo. No soy tan lista como los demás, tampoco soy una persona seria —siempre he preferido reírme a llorar—, soy bastante sensata y tampoco tengo la necesaria valentía que hace falta. Ni siquiera soy capaz de matar a una mosca como para tener que ir a una guerra a dónde sea que vaya. De hecho, soy bastante torpe.

Me siento en la cama y dejo caer mis pies en el suelo.

Al levantarme, estiro la falda del vestido y todas sus arrugas desaparecen.

A mi derecha se encuentra una pequeña ventana y desde ella se puede apreciar el alba y por esa misma razón decido salir del cuarto.

Anoche no tuve la oportunidad de observar el hogar en el que me encuentro porque estaba muy cansada por la sobredosis de nueva información y por ello me sorprendí al ver el gran reloj de aguja que se encuentra a la izquierda de la puerta del dormitorio. Este marca las seis menos diez, la hora exacta en la que mi madre comienza a preparar el desayuno. El sentimiento de nostalgia aparece en mi cabeza, pero decido dejarlo marchar.

Continuo avanzando y me encuentro con una pequeña cocina con unos fogones, muy parecidos a los que se tienen en casas de pueblos; la mesa redonda del centro contiene unas pequeñas servilletas rojas y unos utensilios encima de ellas. Uno de ellos llama mi atención, parece un tenedor, pero es mucho más puntiagudo y alargado de lo normal. De lejos se ve una puerta, supongo que será el baño.

Efectivamente, nada más abrirla se ve una ducha poco espaciosa y un simple retrete. Hago mis necesidades y como ya he revisado la casa, abro la puerta de la entrada principal para poder salir al exterior.

Las calles están vacías y puedo lograr escuchar mi sonido favorito, el silencio.

Siempre me ha gustado, por eso, desde mi séptimo cumpleaños, he ido con mi madre a todas las librerías del pueblo. También solíamos ir todos al bosque a escuchar el sonido de los pájaros, me daban tanta paz que aliviaban mi corazón.

Después de un buen rato, comenzó a llenarse la plaza. No entiendo por qué se levantan tan temprano, pero como es su mundo, mejor no opino.

Ulises se acerca y levanta las cejas, en forma de respuesta lanzo un suspiro y él sonríe.

— Hoy vas a aprender a fusionarte con tu espada. — Dice emocionado. Por mi parte no lo estoy. Tengo miedo de dañar mi propia cara o hacerle daño a alguien.

Coge una espada de madera que tenía en un bolsillo de su arnés y hace una maniobra con ella. Me fijo bien en como coloca sus dedos en el mango y cuando me la otorga intento repetirlo a la perfección. Por supuesto que no ha salido bien, la espada de madera ha terminado en el suelo y justamente clavada en la tierra.

Casualidades de la vida, supongo.

Lo que tú digas, chata.

Ulises se ríe y vuelve a explicarme el trazo que tengo que hacer con el brazo para que la espada se mantenga firme. Lo sigo intentando hasta que a la quinta obtengo un buen resultado.

Estoy hecha una auténtica pirata.

Al tener otros cuatro aciertos, Ulises me pide permiso para coger la espada brillante que me otorgó el día anterior, le digo que sí y empezamos una especie de combate. Menos mal que yo tengo la de madera, por poco hubiera salido desangrado. Comienza el quinto combate y veo como posiciona sus puntas de los pies en mi dirección. Deduzco que quiere avanzar, por ello, corro hacia la derecha y antes de que se haya dado cuenta le rodeo, apunto mi espada en la cabeza y le dedico una sonrisa victoriosa. Me aplaude y me da la enhorabuena.

No puedo verteWhere stories live. Discover now