El perro

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Limpié la gota de sudor que había caído encima de la pantalla y guardé el teléfono otra vez. ¿Qué decía? Volví a sacarlo de mi bolsillo para chequear de nuevo. Solo había pasado un minuto, pero... ¿Solo un minuto, era posible? Paseé la mirada por todo el colectivo hasta dar con la pantalla de alguien más. Y sí, solo había pasado un minuto. No era tarde, necesitaba tranquilizarme. Todo iba a salir bien, si me lo proponía. Si me enfocaba. Iba a conseguir ese laburo. Volví a repasar las preguntas que podían llegar a hacerme y las respuestas que daría, pero mientras las recitaba en mi cabeza otras dudas comenzaron a meterse en el medio. ¿Y si chocábamos? ¿Y si el bondi se quedaba sin nafta? O, lo peor, ¿si seguía de largo por distraído? Por pelotudo. Enfoqué la vista en la numeración de los edificios: todavía faltaba bastante y me repetí que necesitaba relajarme.

Abrí la ventana para que el viento me refrescara un poco. Respiré hondo. El aire fresco sentaba bien, pero no era suficiente. Iba a revisar la hora una vez más, pero una voz me interrumpió.

—Pibe, ¿podés cerrar la ventana?

—¿Eh? —pregunté mientras me giraba. La chica sentada detrás mío intentaba acomodarse el pelo.

—Que si podés cerrar la ventana, me despe... —De pronto se quedó muda, con la boca abierta—. ¿Dari? —Miré sobre mi hombro en busca de algún Dari, pero no había nadie más.

—¿A mí me decís?

—Dari, ¡obvio que te digo a vos!, ¿a quién más? Pensé que... pensé que no te iba a volver a ver nunca. —Su expresión cambió a una más amistosa—. ¿Seguís con...? Bueno, me imagino que sí.

—Disculpame, pero te estás confundiendo de persona.

La chica me devolvió una mirada incrédula, parecía ofendida. ¿Qué le pasaba?

—¿Confundiendo? ¡Dale, tontín, qué decís! —respondió, entre risas—. No, ya sé, ya sé, tenés razón. Te entiendo, ¿eh? Es cierto, ya pasaron 5 años. Y terminamos... bueno, para el orto. No se puede negar. Pero tampoco es para hacerte el boludo si me ves, che. Vivimos muchas cosas juntos como para eso.

—No te conozco. Me confundís con alguien más, yo me llamo Martín, no Darío. —Volví a mirar la pantalla del teléfono para ver la hora.

—Cómo pasa el tiempo, ¿eh? "¡5 años ya, dejate de joder, Meli!", debés pensar —dijo, con una mala imitación de voz masculina—. Pero es que olvidarte es imposible. Todavía tengo..., bueno, te vas a cagar de risa, pero para que veas que yo no me olvidé de vos. Todavía tengo a Lulito.

Sonreí. Me pregunté si hablaba de alguna mascota y comencé a sentir algo de curiosidad.

—¿Lulito?

—Sí, ¡Lulito, tu perrito! Bah, mio, me lo regalaste. "Lulito, el gordito mamerito", ¿te acordás?

La rima me hizo gracia y solté una risa, un poco más tranquilo. Eso era lo que necesitaba. Un alivio ante los nervios por la entrevista. Volví a mirar la hora y a enfocar la vista en la numeración. Todavía faltaba, podía charlar un rato. Se me cruzó una idea muy loca, pero me pareció necesario, si quería llegar más tranquilo.

—¿Así que vos lo tenías? Pensé que se me había escapado. —Ella rió.

—¡Ay, cómo sos, eh! —Tenía una risa linda, tan linda como ella.

—¿Y cómo anda?

—Y... Ahora está bien. Costó, ¿eh? Pero ya está bien. Estamos bien. Es un perrito fuerte.

—¿Y, pero qué le había pasado?

—Uff, mejor ni te cuento. De todo pasó.

—Dale, ahora me intriga.

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