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No había nada que Max odiara más en el mundo que cuando la temporada de cortejo empezaba. Especialmente porque todavía debían encontrar un esposo apropiado para Mick, quien había tenido una pequeña crisis nerviosa esa misma mañana porque era su turno de ser presentado en sociedad. No había ayudado que George había estado ahí, sugiriendo a Mick la mejor manera de saltar desde la ventana para huir. Ni que su padre le había pedido ayuda a Charles para preparar a su hermano menor para su presentación en sociedad.

Añadido a todo eso, Max debía tomarse más en serio la búsqueda de su propio matrimonio – ni siquiera quería empezar a pensar en eso. El haber acompañado a sus hermanos durante temporadas pasadas le había enseñado que, para su mala fortuna, tenía estándares muy altos de qué era lo que buscaba en un omega. Había muchas y muchos omegas muy talentosos, extremadamente inteligentes, que habían recibido educación de excelencia y se notaba en la manera en que se desenvolvían en sociedad, pero nadie, hasta ahora, había logrado captar la atención de Max lo suficiente como para pensar en formar una vida con ellos.

Quien se convirtiera en su compañero o compañera tenía que lograr intrigarlo. Hacerle sentir que había elegido a alguien competente, alguien que pudiera ayudarle a llevar el nombre de la familia Verstappen en alto. El amor, sinceramente, era lo último que buscaba en un matrimonio.

¿Pero en serio iba a ser tan difícil encontrar, por lo menos, a alguien con quien pudiera tener una conversación decente?

Esos pensamientos inundaban su mente durante su cabalgata mañanera. Y si no hubiera sido por el sonido de unos trotes justo detrás de él, habría seguido torturándose, pensando en que esta temporada tendría que encontrar un compromiso, antes de que fuera demasiado tarde.

Max se extrañó, y buscó el origen de los trotes. Si bien el prado no era técnicamente su tierra, era raro ver a demasiada gente cabalgando a esa hora por esos rumbos.

Entonces lo vio.

A pesar de que su olor se veía comprometido por el hecho de que estaban al aire libre, Max pudo notar que, quien cabalgaba a una velocidad considerable, era un omega. Desconocía la razón de por qué parecía tan apresurado por alejarse de ese lugar, pero su instinto protector no pudo evitar hacerle preguntar, "Disculpe, ¿está en peligro?" Gritó.

La otra persona, cubierta con una capa con capucha, evidentemente lo ignoró. Max tuvo que hacer que su caballo empezara a ir más rápido, para poder seguirle el paso. "¡Oiga!"

El o la omega ignoró sus gritos y preguntas, pero Max pudo notar, de lejos, que volteó a verlo, y continuó con su camino. Max sonrió para sí mismo, y le habría seguido el paso si no hubiera sido porque notó el tronco en el camino antes que la otra persona. "¡Cuidado!" No pudo evitar advertir.

Su corazón se paró en esos pocos segundos que le tomó al omega hacer que su caballo saltara el tronco sin ninguna dificultad. Max suspiró, aliviado, y se dio cuenta de que la otra persona había parado su paso.

El omega se quitó de encima la capucha, y Max pudo ver que se trataba de un omega masculino. Su pelo era negro, y ligeramente desordenado porque había estado debajo de la capucha, pero brillaba y se veía como si fuera suave al toque. Tenía unos ojos profundamente cafés, y Max pensó, brevemente, que sus mejillas rellenas se verían hermosas si le hubiera dedicado una sonrisa de verdad.

Max pasó saliva, y le sonrió al omega, antes de inclinar su cabeza en saludo y como señal de respeto. Pudo notar que el omega le dio una media sonrisa, y siguió su camino sin dedicarle otra mirada a Max. Max se detuvo para tomar aliento pero no pudo evitar seguirlo con la mirada, y antes de que pudiera reflexionar sobre ello, siguió al omega más allá del prado, adentrándose al parque en donde era más común que la gente eligiera montar a caballo por las mañanas.

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