VII

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El carruaje del Rey atrajo a más personas de las que le gustaría. Supone que Clariant interfirió en su manera de llegar porque recuerda claramente que su padre dijo que no quería nada llamativo.

Podía con eso. Podía hacerlo.

Nadie conocía su rostro y había alrededor de quince personas; algunos guerreros del castillo y otros plebeyos. Todos expectantes.

La única ventaja con la que contaba es que sus ojos solamente podían ver a Nick. No conocían a Aki, su mente no tenía noción de cómo lucía la princesa. Él estaba ahí, era real y lo único que podían ver.

Llevaba la delantera en aquella pelea que la Reina inició en su contra.

—Alteza. —Owen hizo una referencia cuando los pies del Rey tocaron el suelo.

Nick lo imitó. Su vista permaneció fija en su padre, desde el cinturón de oro que adornaba su cintura hasta las largas mangas de cuero y su fina capa color vino que le habían regalado los reinos vecinos.

—¡Querido amigo! —Killian abrazo a Owen por los brazos, envolviendo en totalidad su cuerpo y levantándolo un poco, haciendo que sus pies se despegaran del suelo. —Tiempo sin verte.

—Bastante diría yo.

El Rey miraba a Owen con ternura, como aquella vez en la que Nick corriendo en el castillo se tropezó y se raspo las rodillas.

—Alteza. —los mechones dorados del omega caen sobre su frente y el cinturón de cuero sobre su cintura le presiona el abdomen.

—Así que tú eres el mejor de los guerreros.

Aquello suena más a una declaración que a una pregunta, pero aún así, Nick asiente. Sus ojos verdes brillan y tiene una sonrisa de punta a punta en sus labios.

—Eso dicen, mi señor. —Su rostro sigue mirando hacia el suelo, pero son dos dedos del Rey los que provocan que su barbilla se eleve.

Sus ojos se encuentran y Nick siente el pecho inflarse. Hay un martilleo y un hormigueo en su estómago.

—Muéstrame lo que sabes.

Hay una señal con la mirada que hace que un guerrero se acerque y desenvaine su espada. El Rey se aparta y Nick se pone recto, sus pies se plantan sobre el suelo, su espada brilla cuando los rayos del sol caen sobre el hierro.

El alfa se impulsa hacia enfrente y Nick frena el impacto de la espada con la suya, el golpe genera un sonido estruendoso que provoca que todas las miradas se centre en ellos.

El Rey está maravillado, pero no más que el omega al ver a su padre sentado sobre el tronco que el ha usado durante meses y no en un trono.

Otro golpe sobre su espada y sus pies se arrastran hacia atrás.

Hay castigos peores que morir en una batalla frente a tu padre y delante de la gente que piensa que vas a gobernar. Pero, él no obtendría ese castigo.

No hoy.

Nick se aparta y el guerrero cae al suelo, hay un liguero corte en su antebrazo y cuando se da cuenta de eso, se pone de pie. Tiene la frente arrugada y la mandíbula tensa, es claro que está molesto.

Ser una princesa y vestir con miles de telas cortas, largas, ligeras y pesadas, ahora tiene sus beneficios; la poca ropa que usa como guerrero lo vuelve más liguero. Y no necesita la fuerza de aquel guerrero, ni sus músculos para volver a dejarlo en el suelo.

Owen le enseñó que a veces el oponente no tiene centrado su objetivo, simplemente desea ganar, pero el deseo no basta para conseguir lo que quieres, mucho menos si es la vida lo que estás arriesgando.

—Lo has entrenado bien. —escucha a su padre hablar.

Extiende una de sus manos para ayudar a su contrincante a ponerse de pie, este la acepta y se levanta.

—Creí que tenía guerreros lo suficientemente buenos para vencerte. —el Rey lo alaba y sus mejillas se tiñen de rojo.

—Tal vez yo pueda hacerlo. —aquella voz irrumpiendo hace que todos se giren hacia la entrada.

La cerca en la casa de Owen no era muy alta y los pinos a su alrededor era suficientes para perderse. Pero, ese día, no había vallas, nada a su alrededor para impedir entrar y observar. Todo estaba preparado para el Rey; cuatro troncos de pino sin tallo marcaban la casa, había mantos blancos de seda amarrados a cada uno, colgando y haciendo que el aire los mueva con sutileza.

La capa azul del hombre cae sobre sus hombros, como si el mismo aire le ayudará, tan sutil y suave que ni siquiera le alborota el cabello. Sus pantalones blancos se ajustan a sus piernas y la camiseta blanca se adihere a su figura.

Nick reconoce a ese hombre, pero mucho más decente, sin trapos andrajosos y el mal olor a cebolla. Es el mismo de la vez pasada. ¿Cómo dijo que se llamaba? ¿Cuál era su nombre?

—Príncipe Taylor. —ve a su padre ponerse de pie y tiene que enfundar la espada para poder apoyarse bien.

—Alteza. —Taylor hace una reverencia antes de acercarse a él.

—¿Dónde está tu hermano? —hay un titubeo en su voz, que solamente aumenta la respiración del omega.

—Está muy ocupado con los preparativos para su futura boda. —suelta una rosa seca, de esas que salen sin ganas, pero aparentemente sí.

—¿Boda? —Owen le roba las palabras a Nick.

No hablan lo suficiente fuerte y Taylor ha eliminado las distancias. Son solamente ellos cuatro, hablando.

—No es oficial, pero el Heredero de Dragonsrryn ha pedido la mano de mi hija.

Los ojos verde esmeralda del Rey se encuentran con los de su hijo quien ha roto el rito de su respiración y sus expresiones lucen menos relajadas, como si no hubiera ganado una victoria.

—Bardick tiene planes de unión entre Dragonsrryn y Aipabuwyth.

—Creí que la princesa sería expuesta al reino hasta sus dieses años.

—Y así será, mi querido Owen, pero es de reyes saber prevenirse en tiempos tan difíciles. —Killian sonríe y su ligera pero marcada barriga se mueve al compás de su respiración. —¿No los crees muchacho?

Los tres hombres lo miran. Intenta relajar sus facciones, pero para ese punto no puede hacer más que fruncir la frente y entrecerrar los ojos.

—Un plebeyo no debe opinar sobre temas del Reino.

—¿Ni aunque tú Rey lo pregunté?

—Si es lo que desea, alteza...

—No creo que el Rey quiera escuchar tus opiniones, cuando ha venido a verte pelear. —Taylor menciona.

—No hay un guerrero digno para mí muchacho. —Owen señala y avanza hasta Nick. —Y dudo que te ofrezcas después de la paliza que te dio el otro día.

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𝖀𝖓𝖆 𝕮𝖔𝖗𝖔𝖓𝖆 𝖉𝖊 𝕸𝖊𝖓𝖙𝖎𝖗𝖆𝖘 •Taynic Galikhar•Where stories live. Discover now