VIII

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—No me dijiste que te habías enfrentado con el príncipe Taylor.

Los siguentes tres días después del combate tuvo una tertulia con el Rey, exclusivamente con él, sin Clariant.

Esa era su última reunión antes de que el Rey partiera junto a Bardick y sus hombres, quien al parecer estuvo en el castillo sin que él lo supiera.

—Y no me dijo usted que me iba a casar, con Bardick el heredero del Rey Stefan. —la punta de su lengua se asoma. —Dueño de un reino en llamas, donde los dragones son los heraldos de la muerte.

—¿Es lo que te preocupa?

—¿Los dragones? No son muy similares con los cuervos. Sus mascotas escupen fuego y Edmund solamente sabe graznear y dice hola.

—La arrogancia no le sienta bien a un Rey.

—Que bueno que sea un príncipe, quiero decir, una princesa.

—Nick...

—Se lo dije a mi madre —sus pies crean un círculo invisible. —, el día que me quisieron hacer un harem... —siente una punzada en el pecho, como si fuera a morir. —No voy a casarme con ningún Heredero de ningún reino porque Aipabuwyth no necesita alianzas.

—Las necesitamos. —se soba el puente de la nariz. —Hay escasez en el pueblo.

—Pues construye más comercios, dales más que vender, reparte las riquezas del castillo y baña a tu pueblo. —se quita las flores que adornan su cabeza y aparta la bata blanca que lleva sobre su espalda.

—Nick...

—No me hagas casarme con un hombre que al desnudarme y no encontrar la verdadera razón por la que ha aceptado este matrimonio, me mate.

Abandona el salón rojo, con las pisadas fuertes, no lleva tacones y el suelo de mármol firme y duro, le lastiman a casa paso, las pieles poco pueden protegerlo. Los pasillos blancos lo envuelven, altos, fríos, no ha habido historia o Rey que los haya movido, y él no sería la excepción.

Escucha un par de pisadas tras él y toma aire, respirando profundamente antes de exhalarlo todo.

No logra quejarse ni sentenciar a Mel, no saca una pizca de su furia y siente que lo está carcomiendo por dentro, siente que arde y está apunto de explotar.

—Mi abuela decía que los suspiros son besos guardados del alma.

Sus pisadas se detienen y contiene la reparación, de pronto siente que todo el calor del coraje le hela la sangre, ha comenzado a sudar frío y tiene que ajustarse la capa y bajarse un poco el velo que ha olvidado que usa siempre que es Aki, el cual le cubre hasta la nariz cayendo desde su frente.

Mel se ha encargado de ocultar un lunar al costado de sus labios y sobre su mandíbula, son los que más resaltan y si bien, solo Owen lo veía pelear, el miedo de que alguien lo reconociera al entrar y salir del castillo había sido una buena prevención.

No se gira, no porque no tenga el valor, sino porque ha comenzado a marearse. Reconoce ese olor a azufre, a cebolla reposada y siente náuseas.

Taylor.

Ese alfa era un problema y su olor era como si mil dragones escupieran fuego. Ahora entiende porque hiede así, lo que no comprendía era qué hacía en el castillo y específicamente en el ala sur.

—Esta prohibido estar aquí. —no habla en la lengua común, sino en el idioma Aipabuwythense. Porque de esa manera sus palabras salen a tropezones y su voz se vuelve mucho más suave, menos común.

No ha pensado en la diferencia de voz y a decir verdad, le ha dejado de importar, pero no lo suficiente como para poner su vida en riesgo.

—Yo recordaba que hablabas mi lengua. —las botas del alfa resuenan en el mármol, como si fueran un goteo constante sobre un cuenco de madera.

𝖀𝖓𝖆 𝕮𝖔𝖗𝖔𝖓𝖆 𝖉𝖊 𝕸𝖊𝖓𝖙𝖎𝖗𝖆𝖘 •Taynic Galikhar•Where stories live. Discover now