Me duele el corazón

2 0 0
                                    

Mis dos hijas vacilaban demasiado.

Mostré molestia para que no me hicieran esperar más.

Esmeralda se animó a dar un paso al frente y se puso recta.

—Antes de que el teléfono se descompusiera, el tío Lázaro llamó. Dijo que la abuela está enferma.

Un espasmo en mi estómago acompañó la noticia.

—¿Qué tan enferma? —pregunté temerosa.

—La tienen con tratamiento —me desvió la vista—, pero que está exigiendo regresarse a la casa.

Onoria tronó la boca.

—¿Vas a traerla otra vez? Ella... —Se acercó a mí—. Mamá, ella no te quiere. Déjala donde está.

Eso no lo podía permitir. Al final de cuentas, se trataba de mi madre. Tenía la obligación de respetarla, fuera como fuera.

—Iré para ver cómo está y allá decido —les avisé.

Volví a ir a la puerta.

Ambas me persiguieron exaltadas.

—¿Sola? —preguntó incrédula Esmeralda.

No sabía cómo explicarles la terrible urgencia que nació en mi interior y que actuaba más por eso que por tener ganas de viajar de nuevo.

—Sí, sola. —Levanté la maleta.

Onoria trató de interponerse.

—¡Pero acabas de regresar!

¡No! No evitarían que acudiera al llamado, aunque lo rogaran.

Erguí el cuerpo y levanté la barbilla.

—Avísenle a su padre —les ordené.

Hice a un lado a mi hija con el mejor cuidado posible y abrí la puerta.

Ni siquiera me cambié la ropa. No era dueña del todo de mis acciones y pensamientos.

Opté por ir a ver a Lucas para pedirle que fuéramos juntos. Lo hallé acomodando las pocas frutas que quedaban en sus estantes.

—Pásale y déjalas donde siempre —comentó cuando escuchó los pasos detrás.

Seguro creyó que se trataba de algún repartidor.

No lo saludé, no le aclaré que era yo quien llegó, mi voz salió directa:

—¿Sabías que nuestra madre está enferma? —fue más un reclamo que una verdadera pregunta.

Lucas giró veloz hacia mí. El pobre no tenía conocimiento de que estaba de vuelta en la ciudad.

—Sí... —Recobraba despacio el sosiego. Cuando lo consiguió, puso una mueca de desaprobación—. Lleva "enferma" como un mes.

—Lucas —soné incrédula—, ¿por qué no te importa?

—La conoces bien. —Él continuó acomodando las manzanas que se negaban a permanecer apiladas—. Ha de estar mintiéndole a Lázaro para que se regrese a tu casa. —Me miró de reojo—. Eso no lo voy a permitir. Que se aguante donde está, se lo ganó a pulso.

¡No lograba concebir lo que decía!

—Entonces, ¿no vas a acompañarme? —quise confirmar, herida.

Mi hermano soltó un bufido.

—¿Vas a ir por ella?

Traté de acercarme, pero él avanzó hacia atrás.

Cuestión de Perspectiva, Ella © (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora