17-RACHEL

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Aquella mañana era su primera clase de adiestramiento canino.
Sean, un experimentado entrenador en problemas de comportamiento, le explicó pacientemente acerca de las jerarquías caninas, y enfatizó que los perros necesitaban un líder, ya que si no tenían uno, ellos mismos se adjudicarían ese rol. El hombre se sorprendió al saber que, en el pasado, Gemma había sido una perra educada y apacible, y le preguntó si algún cambio abrupto podría haber detonado aquel tipo de comportamiento. Desconocía todo lo que ella y su familia habían atravesado, pero en cuanto él se lo mencionó, Rachel confirmó sus sospechas de que todo aquello también había llegado a afectar a Gemma de manera considerable.
El joven adiestrador tomó el control del animal y los tres salieron a dar un paseo. La energía tranquila pero decidida de Sean parecía calmar a perra, quien se portó perfectamente a lo largo de todo el trayecto. Obedeció los comandos básicos, incluso sin correa. Paseaba alegremente junto a ellos, disfrutando de la fresca brisa matutina.
–No entiendo... –dijo Rachel, sorprendida al ver a su perra volver a su comportamiento habitual.
–No te preocupes –la reconfortó Sean–. A menudo, somos nosotros quienes debemos aprender y adaptarnos, no nuestros perros.
–Entiendo. Quizás el resto de nosotros seamos el problema –reflexionó Rachel, refiriéndose a su familia. Se entristeció al pensar que tal vez Gemma estuviese mejor en otro sitio.
Sean le pasó el mando para que la paseara como solía hacerlo, primero con correa y luego sin ella. Sin embargo, en cuanto Rachel soltó a la perra, el animal salió disparado por la calle.
–¡Gemma!
Ambos salieron en su búsqueda. Sean rodeó la manzana, mientras Rachel seguía el camino por donde la perra había desaparecido. Afortunadamente la encontró no mucho mas adelante. Olisqueando y rascando una verja plateada. Rachel conocía ese lugar y no le gustaba. Unos aullidos lastimeros hicieron que Gemma lloriqueara.
La perrera.
Unos escalofríos le recorríeron el cuerpo y casi pudo sentir la desesperación de los animales en su interior, al igual que el malestar de Gemma.
–Bueno, ¡no más paseos sin correa por ahora! –exclamó Sean, que se acercó trotando un minuto después.
–Vamos chica, lo siento –dijo Rachel intentando apartarla del lugar, mientras su corazón parecía encogerse–. No podemos ayudarlos. Vamos, volvamos a casa.
No podía controlarlo, parecía que cada día que pasaba se hacía mucho más sensible a lo que le ocurriese a los animales. Tuvo que contener las lágrimas mientras se alejaba del allí y de aquellos horribles aullidos.

...

Se encontraba algo distraída, sumida en sus pensamientos cuando ingresó a Black Rock por la tarde. Lonnie la recibió con un beso juguetón que apartó por un momento sus preocupaciones.
–¿Lista para un poco de acción? –le susurró su novia al oído.
–Siempre estoy lista –contestó, siguiéndole el juego.
La joven rubia la tomó de la mano y ambas se acercaron al mostrador, allí se encontraban dos veinteañeros que parecían emocionados de verla.
–Jade, Evan, esta es Rachel –presentó Lonnie.
–¡Finalmente! –exclamó animadamente Jade, cuyo cabello estaba repleto de trenzas–. ¡Ya era hora de que te conociésemos!
–No ha parado de nombrarte desde que comenzó a trabajar aquí –añadió bromeando Evan, cuya remera sin mangas dejaba ver sus brazos musculosos.
–Mira quien habla –increpó Lonnie–. Tú no dejas de hablar de Jade a pesar de estar todo el día juntos.
–¿Puedes culparme? –dijo Evan tomando a su novia por la cadera, teatralmente.
Jade volteó los ojos e intentó quitárselo de encima.
–No se que estás haciendo tu aquí –lo reprendió–. Deberías estar trabajando. –luego de darle un breve empujón, se dirigió a Rachel–. ¿Es tu primera ves?
Ella asintió.
–No te preocupes, no es tan difícil como parece. –dijo guiñándole un ojo–. ¡Diviértanse!
Lonnie la llevó a la parte trasera, a una gigante sala de extrañas paredes asimétricas y coloridas que la hacían parecer de otro mundo. Le entregó unos zapatos que le quedaban algo ajustados y luego comenzaron a hacer algunos ejercicios de estiramiento.
–Lo primero que debes aprender... –comenzó a decir Lonnie–. Es a caer.
–Creo que soy una experta en eso –sostuvo Rachel.
Lonnie soltó una risita.
–Siempre serás mi pequeña Tarzán –dijo.
Luego se acercó al muro y señaló unos agarres de color amarillo.
–Esta es tu ruta –indicó–. Cuando llegues a la mitad del camino, saltarás de esta manera.
Comenzó a trepar con agilidad, manteniendo el equilibro sin dificultar alguna, y luego, a mitad de camino se soltó. Cayó sobre la colchoneta con las rodillas flexionadas y luego rodó hacia atrás.
–Las piernas deben absorber el impacto –sostuvo–. ¿Estas lista?
Rachel estaba ansiosa por probarlo, así que se acercó al muró y primero observó la ubicación de los agarres, y la manera correcta en que debía tomarlos.
Cuando se encontró preparada comenzó a subir lentamente, y al llegar al punto marcado, saltó.
–¡Genial! Lo has entendido.
–¿Puedo hacer la ruta completa? –preguntó Rachel, sintiendo la adrenalina en su cuerpo.
–Adelante –Lonnie hizo un ademán con su mano–. Es toda tuya.
Comenzó a subir nuevamente, sintiéndose algo más confiada.
–Intenta mantener los brazos estirados –le aconsejó Lonnie–. Y la cadera más cerca de la pared.
Analizaba cada movimiento que daba, pasando el peso de su cuerpo de un lado hacia el otro, ayudándose con los brazos y las piernas. Cuando había pasado la mitad de su recorrido, sus palmas habían comenzado a sudar, por lo que, al intentar sostenerse de uno de los agarres, terminó resbalando y cayendo nuevamente a la colchoneta. Luego de frotarse un polvo blanco en las manos, carbonato de magnesio según le explicó Lonnie, volvió a intentarlo.
Esta vez logró llegar a la cima.
–¡Buen trabajo! –gritó la joven rubia–. Ahora baja, descansa un poco.
Cuando llegó a su lado, se recostó sobre la colchoneta.
–Podría acostumbrarme a esto –dijo.
–Eres bienvenida cuando quieras –expresó Lonnie–. De seguro puedo enseñarte una o dos cosas.
–¿Ah sí? –provocó Rachel–. Adelante, muéstrame.
–¿Estás desafiándome?
La joven de cabello oscuro se encogió de hombros.
–De acuerdo –dijo Lonnie.
Se acercó al muro y tomó una nueva ruta, más difícil que la anterior.
–Presumida... –musitó Rachel.
La muchacha parecía haber nacido para ello, tenía completo control cobre su atlético cuerpo y una fuerza de agarre inquebrantable.
–Debes pisar con la punta del pie para tener mayor movilidad –decía mientras pasaba de un agarre a otro sin dificultad–. Este es un ejercicio que requiere el uso de todo tu cuerpo trabajando junto, por lo que debes estar sumamente concentrada.
–¡Tienes un lindo trasero! –le gritó Rachel desde abajo, provocando que la muchacha resbalase y terminara en la colchoneta.
No pudo contener la risa luego de aquello.
–¡Creo que deberías trabajar un poco más en tu concentración!
–Ese ha sido un golpe bajo –se quejó Lonnie, mientras forcejeaba juguetonamente con ella.
De repente, un grupo de jóvenes se aproximó sin previo aviso, rodeándolas.
–¿Acaso, ustedes son...?
–¿Las chicas del matadero?
Ambas se miraron incómodas.
–¡Les dije que eran ellas! –exclamó uno de ellos.
–¡Queríamos decirles que son tan valientes! –soltó una joven teñida de rubio–. No sé que haría si alguien de mi familia intentara asesinarme.
–¿Creen que Ray y Eddie formaban parte de algún tipo de culto?
–¿Podríamos tomarnos una foto? –preguntó el muchacho de cabello ondulado al mismo tiempo que disparaba algunas tomas con su teléfono.
–¡Hey! –exclamó Lonnie–. ¿Por qué hiciste eso?
–Lo siento, sólo quería una foto –se excusó él.
–Sabes, mi padre realiza cirugías estéticas –comenzó a decir la joven de nariz respingada–. Estoy segura de que podría quitártelas sin cargo.
Rachel siguió su mirada hasta uno de sus brazos, estaba hablando de sus cicatrices.
En ese momento algo en su interior comenzó a agitarse. Sintió como si estuviese viviendo aquel momento en cámara lenta, veía a la joven mover su mandíbula, mientras que los brazos de Lonnie comenzaban a estirarse en dirección al teléfono del muchacho. Rachel dio un paso hacia atrás intentando poner distancia, pero un cuarto joven de cuerpo amplio y musculoso, se interpuso rodeándola con uno de sus grandes brazos, mientras la joven rubia les tomaba una fotografía. Todo sucedía en cámara lenta. Se sintió como un animal acorralado. Sólo podía ver aquellas horribles sonrisas que amenazaban con devorarla. El brazo del muchacho bajó lentamente hacia su cintura y la tomó fuertemente. Sentía aquella mano clavándose como una garra, como un cuchillo contra su piel. Su corazón latía desbocado, su respiración se agitó y su mirada se tornó salvaje. En ese instante, algo se apoderó de ella y desencadenó una reacción visceral, arremetiendo contra el joven.
–¡Hey! ¡Detente!
–¡Rachel!
–¡Quítenmela de encima!
Varios pares de brazos intentaron separarlas sin éxito, hasta que finalmente Lonnie pudo contenerla.
–¡Está loca! –gritó el joven, con el rostro rojo por la pelea–. ¡Me mordió!
Parte de su brazo sangraba sobre la colchoneta. En ese momento, la cabeza de Rachel pareció volver a la realidad.
–Yo...yo... –comenzó a balbucear, confundida.
–¿Estás bien? –le preguntó Lonnie, tomándola por los hombros–. ¿Qué pasó? ¿Te hizo algo?
Las personas del lugar, se habían apiñado a su alrededor con rostros confundidos.
–Lo siento, no sé qué me...
–¡¿Qué está pasando aquí?! –Jade se abrió paso por la multitud, junto a Evan pisándole los talones.
–¡Ha atacado a mi hermano! –exclamó la joven de nariz respingada, con el brazo apoyado sobre él de manera protectora.–. ¡Lo ha mordido!
–¿Qué? – el rostro de Jade oscilaba entre el enojo y la incredulidad.
–¡¿Y quién demonios es él para tocarla así?! –gritó enfadada Lonnie –. Ustedes se acercaron primero y comenzaron a avasallarnos con estupideces...
Jade se puso entre ambas, asumiendo el mando.
–Lo sentimos, ella está bajo medicación –interrumpió, intentando arreglar la situación–. Ven conmigo, buscaré algo tu brazo –añadió dirigiéndose al joven.
El rostro de Rachel se enrojeció y apretó los labios con fuerza.
Lonnie desvió una mirada culpable por haberle contado aquella intimidad a Jade.
Evan disolvió la multitud y las acompañó a la salida, aunque parecía más un intento de asegurarse de que ambas se largaran del lugar. Rachel sentía una decena de pares de ojos que se posaban en ella al pasar.
–Espera aquí, enseguida regreso –indicó Lonnie cuando estuvieron finalmente fuera, para luego volver a desaparecer dentro de Black Rock.
Supuso que estaría averiguando cómo se encontraba el muchacho, o quizá hablando con Jade y Evan para ver si todavía conservaba su empleo. Rachel no podría perdonárselo si la despedían por su culpa. Caminaba de un lado al otro, observando cómo en el interior del lugar Lonnie hablaba con Evan.
La joven de cabello oscuro se recostó sobre la pared. No comprendía que había ocurrido allí dentro, pero había sentido miedo y luego una gran ira. Esperaba que el muchacho se encontrara bien, estaba pensando en ir a disculparse cuando Lonnie apareció a su lado.
–Todo está bien, no te preocupes –dijo con una leve sonrisa–. La herida fue superficial.
Rachel asintió con la cabeza.
–¿Qué fue lo que paso? –le preguntó la joven rubia, aún sin comprender–. Si te toco, yo...
–No, él no hizo nada –se apresuró a decir Rachel–. Es decir, todos se estaban comportando como unos idiotas y creo que me sentí demasiado abrumada. Fue un impulso. Lo lamento, debería volver para disculparme.
–¿Has tomado tus medicamentos esta mañana?
–Sí, claro –mintió Rachel. Había salido tan rápido para encontrarse con el adiestrador, que se le había olvidado.
–Porque sabes cómo te pones si no los tomas... –continuó diciendo Lonnie, desconfiada.
–¿Salvaje? –bromeó. Aunque aquello no pareció divertirla–. Los tome. Creo que simplemente ha sido el estrés.
–Díselo al doctor cuando vayas a verlo, ¿está bien? –Lonnie parecía preocupada.
Ella asintió. Odiaba mentirle, pero aquellos últimos meses parecían haberse vuelto un hábito. Lo que menos necesitaba era traerle más preocupaciones de las que ya tenía.
–¿Qué te parece si nos largamos de aquí? –Lonnie pateó una piedrita hacia la calle con fuerza, y luego de un breve instante, agregó guiñando un ojo–. La última en llegar al Milk, paga las malteadas.

...

Cuando volvió a casa, sus padres estaban visiblemente molestos.
–¡Ha destrozado todo! –exclamó su madre, mientras intentaba remendar un oso de peluche descabezado. Estaba colorada y con los ojos llorosos. Gemma se las había ingeniado para ingresar a la habitación de Sam y destruir un sinfín de cosas.
–¿En dónde está? –preguntó Rachel, suspirando con pesadez.
–Atada en el jardín. Está castigada.
Por el tono de Abbie, comprendió que allí sería donde se quedaría hasta nuevo aviso.
–Un tiempo fuera no le hará daño, y nos dejará descansar un poco –dijo Shin.
Rachel estaba a punto de protestar, el adiestrador les había explicado otras maneras de disciplinar a Gemma, pero en ese momento alguien llamó a la puerta.
Era Arthur Bledel, el detective que habían contratado para continuar con la búsqueda de su hermano.
–Rachel –pidió su madre con gesto ansioso.
Nunca la dejaban estar presente cuando aparecía, ya que temían que escuchase alguna noticia que no pudiese soportar, así que se dirigió al segundo piso y se asomó para espiarlos desde la escalera.
–¿Hay alguna novedad? –preguntó su madre, sin ocultar sus nervios.
–Aún no lo hemos encontrado, Abbie –informó el detective. Sabía que su madre aún albergaba la esperanza de que Helenka lo mantuviese cautivo, como lo había hecho con Daniel.
Lo invitaron a pasar y se sentaron frente a frente en la sala de estar. Comenzaron a hablar acerca de las posibilidades de que Sam se encontrase aún dentro del país y las posibles líneas a seguir de la investigación.
–No hemos descartado por completo que no sea un caso de trata de personas, pero hemos estado infiltrados estos últimos meses en algunas organizaciones de trata infantil y no hemos dado con ninguna foto o video de Sam–explicó Arthur.
Sus padres se tomaron de la mano, suspirando aliviados.
–Esa mujer tiene a mi hijo –afirmó Abbie con convicción–. Sé que sigue con ella, y que está vivo, estoy segura. Puedo sentirlo.
–¿Qué me dice de lo que le ha dicho mi hija? –inquirió Shin–. Acerca de que más personas podrían estar involucradas.
Rachel se acercó aún más a los barrotes.
–Hemos hablado nuevamente con Daniel, y todavía no tenemos pruebas fehacientes de que haya más personas involucradas. Aunque, es muy probable. –dijo Arthur con voz implacable–. Y más aún con lo que estoy a punto de contarles.
La respiración de Rachel se cortó ante la tensión y agudizó el oído.
–Para explicarlo adecuadamente, me remontaré al inicio –comenzó a decir el detective–. Cuando Agatha Boucher, o "Violet Reid", contrató a una empleada para trabajar en casa. Pero la mujer sólo contaba con un certificado de nacimiento, no tenía referencias, ni seguro social o pasaporte, nada que pudiese identificarla. Agatha no era ninguna tonta, y se dio cuenta rápidamente de que su certificado era falso, pero terminó contratándola de todas maneras. –se reclinó sobre el sillón haciendo que las patas de madera crujieran– ¿Por qué haría eso? Se preguntarán. Bueno... Agatha era una mujer de negocios fraudulentos, pero ante todo, era una buena empresaria. Asi que no desaprovechó la oportunidad para proponerle un trato. Fue ella quien se ofreció a conseguirle una nueva identidad, la de Helenka Petrov, suponiendo que, tal vez aquella mujer estuviese huyendo de su pasado, como la misma Agatha también lo hacía.
–¿Y por qué haría eso? –oyó preguntar a su madre.
–En caso de emergencia –fue su padre quien le contestó–. El año pasado casi se sale con la suya en la comisaría ¿Recuerdas? Ambas intercambiaron identidades cuando la policía y la prensa se vio involucrada.
–Exacto –indicó el detective–. Y nosotros hemos dado con el hombre que le consiguió la identidad de "Helenka".
–Entonces, ¿sabe realmente quien es ella? –preguntó esperanzado Shin–. ¿Su verdadera identidad?
–No, pero hemos logrado que nos hable sobre el certificado falso con el que ella se había presentado.
–No lo entiendo... ¿Y eso que sentido tiene? –la voz de su padre sonaba agotada–. ¡Ha pasado más de un año y aún ni siquiera sabemos quién demonios se ha llevado a nuestro hijo!
Él casi nunca levantaba la voz, y el hecho de escucharlo de esa manera, hizo que el corazón de Rachel se encogiese.
–Escúchame bien, Shin. –dijo el hombre inclinándose hacia ellos–. Si queremos encontrar a Sam, nuestra mejor oportunidad de hacerlo es intentando averiguar más sobre ella. –puntualizó firmemente–. La mujer sólo traía ese papel cuando se presentó ante Agatha. Lo cual resultaba extraño, ya que nadie falsifica identidades de esa manera en la era digital. Estuve investigando y descubrí que esa modalidad solía utilizarse principalmente por inmigrantes ilegales hace varios años atrás.
–¿Crees que ella podría ser una una de ellos? –inquirió Abbie.
–Calculando su edad, ese podría ser su caso, probablemente haya ingresado al país de pequeña. –explicó Arthur–. El hombre que le dio una nueva identidad sostiene haber visto aquel certificado, y recuerda dos cosas en él que le llamaron la atención. –hizo una breve pausa y luego prosiguió–. La primera fue "Willow Hospital", el lugar en donde se registró su supuesto nacimiento.
Sus padres lo miraron sin comprender.
–Tal vez ustedes lo conozcan como "Sanatorio Saint Mercy" –indicó Arthur.
Aquel nombre resonó en la mente de Rachel casi al mismo instante que en la de su Padre.
–Ese es el lugar donde Yoko estuvo internada –dijo, extrañado.
–Exacto. Aunque Willow Hospital fue un hospital antes de que se incendiar. Luego se transformó en un sanatorio –explicó el detective–. Y lo segundo que mencionó el hombre, lo que es aún más importante, es que el certificado indicaba que habían nacido tres niños simultáneamente de la misma madre.
–¿Trillizos? –inquirió Abbie, desorientada–. Pero has dicho que ese certificado también era falso, no lo comprendo...
–Lo importante aquí es que nadie adquiriría una identidad falsa tan rebuscada, a menos que...
–A menos que realmente fuesen trillizos –finalizó Shin, meditándolo.
–O hermanos de una edad muy cercana –añadió el detective.
–Saint Mercy... eso es casi en las afueras de Blackwood –meditó su padre–. Pero es demasiado cercano, demasiada coincidencia. Helenka podría haber venido de cualquier parte del mundo, ¿y ahora insinúas que siempre estuvo a la vuelta de la esquina?
Su padre casi no podía creerlo, asi como tampoco Rachel.
–¿Qué es lo que piensas, Arthur?
El hombre se rascó la nuca.
–Mi teoría es que provino de una familia de inmigrantes ilegales y que al llegar aquí consiguieron nuevas identidades.
–¡Pero entonces deben haber registros de ellos! –exclamó Abbie–. ¿Qué me dices de la escolarización de los niños? ¿O de su historia clínica?
Shin posó su brazo alrededor de su esposa.
–Todavía no he encontrado señales de escolarización en las escuelas de Blackwood, aunque podrían haber sido educados en casa –explicó el hombre–. Tal vez sus chequeos de salud eran clandestinos. O tal vez ni siquiera eran de aquí. Saint Mercy es cercana a tres pueblos, incluido Blackwood.
–¿Has registrado el sanatorio? –inquirió su padre–. Tal vez aún tengan alguno de sus antiguos archivos.
–Estoy trabajando en ello –aseguró el hombre–. El lugar ha vuelto a cambiar de directivos, y todo es un caos. La nueva directora me aseguró que la mayoría de la documentación se calcinó en el incendio, y la que no, probablemente se hubiese perdido entre los cambios de dirección y remodelación del edificio –indicó–. Pero aún continúo presionándola para que colabore.
La cabeza de Rachel iba tan rápido que no escuchó la respuesta de sus padres.
–Abbie, Shin... –dijo Arthur con voz esperanzadora–. Estamos mucho más cerca que antes. No es lo mismo intentar buscar una aguja en un pajar, que buscar a tres.
Su madre sorbía por la nariz y su padre se encontraba tan erguido que parecía antinatural.
–Se que han pasado por mucho –continuó diciendo, amable–. Pero cuestión es de tiempo para que finalmente descubramos quién es esa mujer.
Los labios del detective continuaban moviéndose pero la adolescente ya no lo escuchaba. Su corazón latía a toda velocidad, sabía que ese era el momento que estaba esperando. Una pista, una corazonada imperiosa.
"Sanatorio Saint Mercy". Ese era el lugar al que debía dirigirse.

...

El cielo estaba oscuro y sin estrellas, la luna se encontraba casi llena.
–Odio verte así, chica –dijo Rachel acercándose a su perra.
Gemma comenzó a saltar de felicidad y a ladrar.
–Yo también lo extraño ¿sabes? –sopesó, sentándose a su lado–. Pero no puedes comportarte así, no puedes destruirlo todo.
Los ojos de Gemma parecían un espejo de los suyos propios. Uno azul y uno color avellana, ambas los tenían, pero de manera invertida. La perra de pelaje azabache la observaba atenta, se había calmado y ahora estaba sentada sobre sus patas traseras, como si la estuviese escuchando.
–Voy a encontrarlo Gemma –le prometió, para luego levantar su cabeza hacia el firmamento–. Voy a encontrar a Sam. 

La risa de la Bruja (borrador)Where stories live. Discover now