Mar

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He estado en la cama intentando reconciliar el sueño pero como todos estos días, no he podido hacerlo. Las ojeras en mi rostro ahora son más evidentes, antes era el trabajo el que las ocasionaba y ahora es este nudo en la garganta por la muerte de mi padre el que lo hace. La impotencia de no haber podido hacer nada, pero sobre todo la conversación con el detective que me mantuvo con el Jesús en la boca.

¿Por qué me ocultó que en realidad era un detective?
¿Qué me intentaba ocultar durante todos estos años?
Si aún estuviese vivo no lo perdonaría por esto, pero ahora no tengo cara para enojarme con él cuando ni siquiera puedo verlo.

Bostecé largo y tendido mientras me levantaba a tientas de la cama hacia el baño.
Levanté mi vista hacia el espejo por unos segundos: mi pelo estaba hecho un nido de pájaros, mi cara lucia pálida y había bajado de peso.

—Soy un desastre —murmuré, mi voz salió quejumbrosa y baja.
Mi piel se erizó al sentir que alguien pasaba un brazo por mi cintura y me apretaba contra su abdomen.

—Eres todo un lindo desastre —una voz ronca murmuró contra mi cuello besando con intensidad en aquel lugar —¿quieres que lo arregle por ti?

Esa voz.

Me volteé sin retroceder, parpadeando al notar la pequeña sonrisa que Adrián me ofrecía.

—Por dios ¿Cómo entraste? Ni siquiera te escuché entrar —mis ojos reparaban su cuerpo de arriba a abajo.

—Tengo mis trucos.

Le lancé una gélida mirada de esas que dicen “A otro perro con ese hueso” es decir, “No te creo nada”.

Me apretó aún más contra sí, su barbilla se apoyó en mi hombro y pude sentir una pequeña risilla que hacía vibrar su cuerpo. Mis orejas se enrojecieron.

—Está bien, me atrapaste —sonrió. —tengo otra copia de la llave.

—¿Qué? ¿Y no me habías dicho?
—Pensé que sería divertido si te lo ocultaba —su sonrisa se agrandó aún más.

Era la primera vez que lo veía sonreír, nunca antes había sido amable conmigo.

Pero desde aquella noche —en la que murió mi padre, en la que me mostré débil hacia él— supe que algo había cambiado.

No podía dejar de mirarlo, su cabello negro goteando por su rostro, sus labios mojados, algunas manchas marronas sobresalían de su camisa pero la oscuridad de la noche, sumado a su ropa negra, ocultaban de qué se trataba.

Sus ojos se oscurecieron de repente, no pude mantener mis ojos fijos en él por mucho tiempo, así que solo lo esquivé.

Soy experta evadiendo cosas.

—¿Tienes curiosidad por algo?

—Mm, no. Por cierto, pensé que dormirías fuera.

—Decidí que ya no. Mírame.

—¿Por qué? No quiero.

—Mar, dije que me mires.

—Que no quie...—.

Mis ojos casi se salen de la órbita cuando sus suaves labios se posaron sobre los míos.

Empujaba la lengua con fuerza tratando de entrar a mi boca, pero yo me resistía fervientemente. Sus manos seguían apretando mi cintura y por más que sujetaba sus manos intentado soltarlas de mí, era imposible conseguirlo con su fuerza.

Mi boca se abrió sin poder evitarlo, lo cuál Adrián aprovechó para reclamar mi boca, una de sus manos apretaba mi cuello con vehemencia, era seguro que una marca quedaría allí.

Decidí dejar de luchar y solo entregarme al ardiente beso que él me ofrecía, agarré sus cabellos entre mis dedos y lo acerqué más a mí en un afán por intensificar aquel beso. Sentí un pinchazo en el labio inferior, Adrián me había mordido y estaba lamiendo el lugar lastimado.

Dejé escapar un corto gemido que lo animó a estamparme contra la pared.

Dejamos de besarnos para poder respirar, me sentía agitada al igual que él.

—Me molesta cuando no tienes tus ojos en mí. No me ignores.

Tragué en seco. Me besó solo porque lo estaba evitando.

Ok, ahora tiene toda mi atención. Besa muy bien el maldito.

—Hoy estás raro —cada vez que me apretaba sentía un bulto extraño cerca de mi vientre.

Él estaba empapado por la lluvia, así que mi pijama se había vuelto aún más transparente y desastrosa que antes.

—solo… excitado —ahí es cuando caí en cuenta de lo que era aquel bulto extraño que sentía, era su P-E-N-E.

Mis ojos se abrieron e intenté separarme de él sin poder conseguirlo.

—Adrián, suéltame —escupí con enojo. —¿Qué es lo que te está pasando hoy? Estás cruzando la línea.

Su mirada se oscureció sonriendo diabólicamente.

—De ahora en adelante, cada vez que llegue a casa tendrás que recibirme con un beso.

—Pfff, estás loco —comencé a reírme, acción que lo hizo soltarme.

—Hablo enserio.

—Y si no lo hago ¿Qué harás? —alcé una ceja, coloqué mis brazos en jarras.

—Si no lo haces entonces lo haré yo.

Mis cejas se fruncieron y mi boca se torció en una mueca. Pensé que lo decía en broma, pero sus ojos seguían firmes, con un ápice de oscuridad en ellos. Él no estaba bromeando.

—No puedes obligarme —bramé.

—¿Me estás retando?

Suspiré y me dirigí a la habitación, mientras le lanzaba algunas palabras.

—Tienes que respetar mis límites. La conversación acaba aquí, eres un imposible.

—Soy extremadamente pésimo acatando las reglas.

—Me importa una mierda, haces lo que yo te diga.

Un silencio se estableció de repente, al no oír sonido alguno, me di vuelta para mirar que había pasado. Él tenía… su mano puesta en su entrepierna apretando con fuerza, sus ojos me devolvieron la mirada.
Mi rostro se ruborizó al instante.

Solo pude pensar en que tenía que alejarme de él, Adrián era peligroso para mí, mi instinto me lo decía, y mi instinto nunca fallaba.

Maldita Infamia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora