V. El furor

3 1 1
                                    

Los mismos patrones aparecieron en Offrey Sinapellido. Marcas irregulares a causa de rasguñarlas sobre la piel del susodicho, pero que, aun así, no perdían su esencia original: la de un círculo perfecto, con trazos tallados a consciencia en su interior que casi se asemejaban a las patas semiabiertas de una araña gigante; del tamaño de una mano de un niño, por supuesto, casi como las del detective Os, que continuaba pensando en ello mientras esperaba a que su tío le devolviera la llamada en la casa de su cliente.

Sujetó el ericófono con el hueco que había entre su cuello y su hombro, que llevaba cubierto por una camisa de color oscuro, como pedía la tradición, y se inspeccionó por enésima vez la mano con la que había encontrado los patrones más preocupantes, a sus ojos, a la par que con la derecha desenredaba el cable que pasaba por la mesita de madera de algapacho. La señora Jagger le había dejado sentarse en uno de los brazos del sillón con una sonrisa triste en los labios después de que Odal cantara a los cuatro vientos las buenas nuevas que, de buenas, en realidad tenían lo justo, pues Basia continuaba yendo de camino hacia el estómago de algún gul. O eso pensó Os al observarla de reojo coser el nombre de su hija en una de las camisas rotas de los pequeños. Antes de que Cleon Bamscky le atendiera al fin con su voz dicharachera que nada malo avecinaba al mundo. No como la de su sobrino.

—Es normal que en un cuerpo tan magullado queden marcas extrañas, Çami —le dijo el alto cargo al detective cuando este le informó de lo que había hallado en los cadáveres.

—¿Cicatrices con la forma exacta de palabras, también? —Estaba sonando demasiado comedido para lo que realmente quería dar a entender.

Bamscky sonó incómodo, borracho, incluso, al otro lado de la línea.

—Poder, puede ser, cariño mío.

Pero Çamisebi no quiso exponerle ante la mirada deseosa del viejo, que le seguía desde la habitación de los críos.

—Red. Tiempo. Nadie —expuso Os, firme—. Esas eran las palabras talladas en el cuerpo de Offrey Sinapellido entre decenas de magulladuras —utilizó su descripción— cosidas a su espalda, tal cual los círculos que utilizan las brujas.

—Eh, Çami —se removió su tío, con ganas de continuar la fiesta que estuviese montando.

—Lo mismo en su esposa, madre de sus hijos, Basia Jagger. Tenía la palabra «cielos» en...

—¡Hola! ¿¡Qué tal!? —estalló en risas alguien más por el ericófono, tan achispado como lo estaba su tío—. ¿¡Quién eres!? ¡No te oigo con la músic...!

—¡Lárgate, es mi sobrino! —se rio de igual manera Bamscky, como si nada de lo que le hubiera dicho fuese relevante—. Çamisebi, ¿estás ahí? —preguntó a continuación, cálido. Tan cálido que a Os se le quedó la cara de los muertos que acababa de abandonar—. Perdona es que... ¡Este Importum es...! ¡Ja!

—Tranquilo —respondió aun así—. Solo quería hacerte saber de ello.

—¿Sí?

—Porque me lo has pedido.

—¡Claro! —El detective se lo imaginó alzando una copa a Importum, o a los compañeros que escuchaba cuchichear al fondo—. Gracias por tu labor, querido mío.

—Y porque puede convertírseme en un caso complicado.

La copa se hizo verdad porque, al instante, lo oyó atragantarse hasta la tos.

—Çami —le cantó después—. El caso está a cargo de la policía y del detective Sionnel. Las furias también están advertidas. El hombre gris está dando buenos resultados sobre el claro culpable, que está en búsqueda y captura. Con ese aspecto de niño dudo que vaya muy lejos de la Kapital... —añadió—. Total, solo han pasado unos pocos días. ¡Las esperanzas no están tan perdidas como para que tú tengas que mezclarte por una fantasía!

—Pero no es una fantasía —se le escapó; los ojos del anciano se achicaron en su dirección, aunque no se dio cuenta de ello—. Lo he visto —dijo—. Con mis propios ojos, tío. Esos cuerpos...

—Querido —insistió Cleon, ahora más serio—. Te envié a Meanio con los informes de la autopsia. Los leíste, ¿no es verdad?

»¡No me contestes! Estoy seguro de que sí porque eres una persona dedicada que siempre hace lo que debe. —El resquemor en su voz le dolió al punto de aguantarse las ganas de tragar saliva—. Izan Gakuma fue un monstruo. Los mató a malos golpes, a zarpazos y mordiscos... No puedo ni imaginar lo que debe estar sintiendo el señor Jagger al respecto. Pero, si hubiese habido algo extraño con ello, ¿no crees que el doctor Pham ya lo habría transcrito en su momento?

Os asintió, distante.

—No puedes dejarte arrastrar por pensamientos ilusorios de nuevo, hijo —continuó Bamscky, como si nada, cada vez más ebrio de lo que estuviese bebiendo entre pausa y pausa—. Ya sabes lo mucho que me costó tapar tu metedura de pata en aquello... ¡Y todo por una intuición que, al final, resultó una manipulación! —se carcajeó al final, provocando que el detective apretara los dientes y soltara en voz alta que ya no tenía siete años y podía saber cuando algo le escamaba en un caso.

Aunque se arrepintió al segundo, ruborizado hasta las orejas. Todo lo que había dicho Bamscky era cierto, pero en este caso en concreto, las cosas no podían ser simplemente lo que eran. Básicamente, porque no tenía sentido.

Recordó las palabras delineadas en la piel del matrimonio... ¿Un simple zarpazo podía hacer aquello? Gakuma tendría que haberse entretenido... Y según la versión oficial de la historia, que tanto agentes, como testigos afectados y demás le habían proporcionado gracias al propio Cleon, el ataque había durado un par de minutos, antes de que el detective saliera escopeteado por los tejados de la Finalisaig. No se había agachado expresamente a dibujar, por decirlo de alguna manera, nada en nadie. Solo había saltado sobre unos para luego impulsarse hacia los otros, ensangrentado de los anteriores.

«Lo hizo rápido», se repitió, al tiempo que inspiraba hondo para volver a su tío.

Sin embargo, descubrió al instante que este se había esfumado. La voz de Importum le habló por el ericófono como un profesor cansado de que su alumno le cuestione mil veces lo mismo.

—«La red tendida por los cielos, aunque rala y anhelante, con el tiempo no deja escapar a nadie» —le dijo—. Creo que eso es lo que quiere decir... Lo que te he oído decir antes, ¿no? —siguió, hurgándose la nariz—. Cielos, tiempo... Algo de eso, ¿no?

Os asintió, esta vez perplejo. Se levantó al mismo tiempo que decía:

—Eran cuatro palabras, pero... Podría ser eso, sí. ¡Sí!

»¿Qué es? ¿Un refrán? ¿Sabes qué significa? Estas iban acompañadas de...

El alto cargo le interrumpió con una carcajada larga y triste, típica de las personas que han aceptado su destino, que le dejó una mueca en los labios.

—Significa qué de dónde vienes es adónde irás —le explicó, agrio, con la música casi intentando taparlo—. Y que lo mejor que podrías hacer antes de Año Nuevo, Os, es cualquier otra cosa antes que investigar lo inevitable.

Y colgó. Al mismo tiempo que alguien tocaba a la puerta tres veces y hacía vibrar a la vieja en el asiento.

—¿Quién es? ¡Ya voy! ¡Silencio niños! —gritó a los menudos cuando estos invadieron de nuevo el salón, barra, comedor, barra... Un poco de todo, en realidad; chillando a su vez que se trataba de su hermano. «¿Qué hermano?», inquirieron sus abuelos sin necesidad, pues los trillizos estaban dispuestos a chivarse de Pelf después de que no hubiese querido llevarles consigo. O eso declararon, ingenuos de las consecuencias, que les alcanzaron al momento. La mano de Odal era grande y dura como las paletas de espiral de tabaco que vendía en su parada.

—¿Quién es? —reiteró la anciana al entreabrir la entrada, subida de rodillas en el sillón que aún le hacía de contrapeso.

La mujer tenía la vista cansada, se fijó Os, porque él reconoció a la furia enseguida, a pesar de no llevar el casco. Al igual de veloz que supo colegir a quien pertenecía la diminuta ropa desgarrada que esta les tendía con cara seria, aun de desconcierto.

La hora de la furia (Los casos de Izan Gakuma 4)Where stories live. Discover now