En una pradera del sur de Francia, cerca del Pico Viñamala, se hallaban ellos, los hombres brujos protegidos por Helios: Pleme. Habían creado una pequeña aldea nómada, y repletaron el lugar con varias carpas de cuero de todos los colores y tamaño. La carpa del líder estaba en el centro, era más grandes que las demás, de color negro y llevaba tribales que formaban, en un costado, un sol dorado. Cerca de esa, sólo a unos metros podía apreciarse una carpa blanca y otra azul, que correspondían a una enfermería y a una pequeña escuela, respectivamente. Se veían hombres jóvenes, ancianos y pequeños niños andando de aquí para allá, muchos de los cuales se los veían entrando a la carpa azul para tomar sus clases diarias tanto mundanas como mágicas. Podían verse varias fogatas y muchachos alrededor cantando y comiendo. Sin embargo, no había ni una sola mujer. Habían crecido en número desde que la sacerdotisa Hestia desterraba de Coven a cualquier niño engendrado por la unión entre hombres y mujeres, quedando solo las niñas creadas por su magia. Allí, en aquella aldea los pequeños bebés eran criados con el amor y comprensión de sus padres, apartados del amor de sus progenitoras. A ellos no se les era prohibido nada, incluso cautivar o dejarse cautivar por una dama, sea o no mágica, más debían asumir las consecuencias de sus actos.
Dentro de la carpa del líder se encontraba Helios, tendido sobre un mullido colchón de pelo largo. Era una de las pocas cosas que había, además de un bolso con un poco de ropa cotidiana que rara vez cambiaba, ya que los constantes viajes imposibilitaban que tuviera más pertenencias, además de las sumamente necesarias para sobrevivir. Miraba el techo de la carpa, un tanto soñador, recordando la última vez que vio a Selene y sintió el placer que solo ella podía ofrecerle. La amaba con cada fibra de su cuerpo, así que luego de cada eclipse volvía a su aldea un tanto atolondrado. Aún podía sentir en su piel el rastro de su calor y si cerraba los ojos podía verla, recostada sobre su pecho luego de haber hecho el amor.
-¿piensas en mí?
Podía oír su voz dulce y somnolienta al formular esa pregunta. Ella, que se mostraba tan distante, tan fuerte e independiente, se preguntaba si él la pensaba. En respuesta, Helios solo le había besado la frente. Un beso lento y cálido, mientras acariciaba su cabello, agradecido una vez más de la decisión que habían tomado al huir de los cielos. No importaba ni la maldición, ni los titanes, ni los dioses, ni siquiera los humanos. Al estar con ella se sentía en paz.
Abrió los ojos al darse cuenta que una brisa repentina había irrumpido en su carpa, pero no era cualquier ráfaga, sentía su aroma en el aire. Se apresuró a levantarse y salir de la carpa. Justamente llego corriendo un anciano de cabello cano y largo, con ropajes holgados y ojos casi ciegos, su segundo al mando, Ivo, ese brujo lo había acompañado durante sesenta años y era único a quien le había confiado su identidad e historia en esa época, seguido de Frey, quienes habían ido a avisarle del acontecimiento.
-señor, una tormenta se formó repentinamente al noreste. Fue casi inmediata, solo puede ser creada por su poder.
Aquella brisa volvió a soplar en el rostro de Helios, como si lo acariciara, y fue cuando sintió esfumarse el perfume de Selene que se dio cuenta. Era una despedida.
El cielo se oscureció por completo y una presencia abismal hizo que la tierra temblara, algo casi indetectable para un humano común, pero él, que domina el fuego y la tierra, podía sentirlo en su propio cuerpo. Un hueco fue creado en su pecho en el momento que el cielo volvió a aclararse.
-no -pudo decir solamente.
-que el universo nos ampare -escucho murmurar al anciano.
Sentía como de a poco su cuerpo se volvía más liviano, como la tierra dejaba que se moviera sin impedimento alguno ni peligro de ser eliminado. Sentía como la presencia de su amada era arrastrada de ese mundo, sin siquiera entender lo que sucedía realmente.
Comenzó a caminar hacia el noreste, ensimismado en sus pensamientos, pero cuando tomó conciencia estaba corriendo desesperado. No había informado a dónde iría, ni siquiera él lo sabía, solo que debía ir y que nadie lo había seguido.
Se detuvo después de una hora corriendo, con la sangre que le hervía en las venas y el corazón destrozado. Estaba en una colina, desde donde podía ver los prados más verdes, y los cielos infinitos. Al fin podía caminar por aquellos lugares y sentirse libre de cualquier pena. Pero ¿a qué costo? El planeta mismo le parecía ahora demasiado grande, aburrido, vacío. Por más años que pudiera vivir no sentía el deseo de conocer ningún otro lugar. No tenía nada de interesante.
Soltó un grito desgarrador que estremeció todo a su alrededor, y maldijo una y otra vez hasta casi perder la voz, para finalmente desmoronarse en llanto. Su lamento espanto los pájaros que había en las copas de los árboles de los alrededores. Se sentó sobre césped, a pesar de su longevidad se sentía como un niño triste y asustado.
Lloraba porque sabía que la había perdido para siempre, por lo injusto que era que dos seres que se amaban jamás podrían estar juntos, por los años que vivió robando momentos, encontrándose siempre en el mismo lugar, para tenerla tan solo unos minutos. Porque había sido casi imposible de soportar tanto dolor, pero prefería eso a este nuevo sentir. Cada segundo que transcurría era peor que el anterior, sabía que no sobreviviría a su desgarradora ausencia.
No la volvería a ver jamás, no escucharía su voz ni sentiría sus caricias, aquellas que hacia unas horas había disfrutado.
Por primera vez le molesto que el sol brillara con tanto esplendor, le parecía ofensivo. Quería que esa estrella, que había sido su cuerpo celestial, se extinguiera y, junto a él, toda la existencia.
Había perdido por completo las ganas de vivir.
No, había perdido las ganas de que alguien, además de ella, viviera.
Estaba dispuesto a enfrentarse a quien sea, si era el mismísimo Caos no le importaba. Al fin y al cabo, si moría en el intento, al menos ya no sufriría más. Pensar que debería cargar ese infierno en su interior solo hacía que deseara...
Con un último y ensordecedor grito comenzó a quebrar su cascara. Iba a ir a buscarla a los cielos si era necesario, haría que el gran Caos fuera su guía. Afortunadamente ninguno de sus compañeros lo habían seguido, supuso que Ivo habría tomado cartas en el asunto, sino su forma divina los habría calcinado por completo. La tierra temblaba y la temperatura comenzó a elevarse abruptamente, anunciando el despertar del titán que personificaba al sol.
Como si fuera un llamado de atención, la brisa volvió a soplarle en el rostro, lo que, al tomarlo por sorpresa, lo calmo por unos instantes. Sintió nuevamente una caricia en su mejilla, era un aroma diferente al de Selene, pero lo conocía. Era ese que se desprendía de la camisa que usaba ella la última vez que se vieron. Le había dicho que le pertenecía a alguien sumamente importante.
Acaso era... podría ser que...
Regenerado su cuerpo comenzó a caminar nuevamente en esa dirección, había encontrado algo más que una motivación para seguir en la Tierra, quizás hasta una manera de recuperarla. Se sintió hasta culpable al haberse olvidado de ellos, pero enmendaría su error de inmediato. Cuadro los hombros y comenzó a correr, esta vez mas motivado y calmado, guiado por el aroma del viento que lo llevaría hasta su hija.
El aroma se volvía cada vez más intenso, lo guio hasta un bosque al este de París, había tardado tres días corriendo sin descanso, pero cuando finalmente llegó no se sentía para nada exhausto. Encontró a una joven sentada en la base de un gran árbol, meditando. Al verla podía ver la clara imagen de Selene en sus facciones, en la manera de juntar sus manos, su barbilla levantada con vigor, hasta su nariz fina y respingada. Sin embargo, cuando abrió los ojos y lo miró desafiante, pudo ver el brillo ámbar que había heredado de él.
-la encontró -le dijo ella con voz firme- lo lamenta muchísimo y te ama con todo su ser.
El aire de sus pulmones se esfumó de una sola vez. Bajo la mirada con tristeza, pero volvió a levantarla al ver que la muchacha se ponía de pie.
-esas fueron sus palabras -siguió, hasta en la manera de pararse y hacer frente a los problemas, desafiante, sin miedo a que la persona que esté en frente suyo sea mucho más enorme que ella, se parecían.
-gracias -solo pudo responder.
-ahora dime tu, ¡Oh, gran Helios! el que domina el elemento del fuego y el elemento de la tierra, creador de terremotos e incendios infernales, el que brilla y destruye -se acercó a él y lo miró con fiereza- padre -escupió esa última palabra con rencor- dime ¿Cómo la salvamos?
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Lágrima de Luna [Danza Bajo el Eclipse I] #PGP2024
FantasySaga "Danza Bajo el Eclipse" 1 Livher era una chica ordinaria hasta que experimenta su primera menstruación, un evento que despierta en ella poderes mágicos natos que desconocía poseer. Este descubrimiento la obliga a dejar atrás su hogar, sus seres...