UNO

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No tenía idea de cuánto tiempo había pasado ya en esta silla. El color del cielo, y la bola de estambre a mi lado, podrían ser una gran respuesta. El azul era claro y brillante cuando empecé a tejer. Ahora, el naranja se mezclaba con tonos rojizos y amarillentos. Ya llevaba una gran parte de la bufanda avanzada también, lo que explicaba el ahora reducido tamaño del estambre.

Aunque el clima nunca era lo suficientemente frío en el Distrito 11 y por ello no se le podía asociar a la noche, sabía que ya había pasado demasiado tiempo afuera.

Tampoco era como que me llamara mucho la atención estar encerrada. Entre esas cuatro paredes, repletas de muebles y adornos que ni juntando el sueldo de todo el Distrito alguien podría comprar.

Esta era la vida de un vencedor.

Recuerdo la impresión que sentí cuando atravesé aquellas puertas por primera vez, sabiendo que ahora eran mías, que yo viviría tras ellas. Hoy, quizás más que otros días, no me producían nada más que desprecio. Aunque el jardín trasero podría ser quizá la única parte de la casa que seguía apreciando.

Me gustaba estar afuera; admirar la naturaleza, sentir el aire removiendo mi cabello. Era lo único que me brindaba una sensación de escape de mi realidad. 

Pero esta ocasión no había salido para huir. O sí, pero no de algo material.

Desde la primera hora de la mañana sabía lo que vendría para mí. Sabía qué día era. Sabía que me costaría soportarlo, incluso si evitaba mirar sus fotos en el pasillo. Porque no puedes huir de tu mente, no puedes huir del recuerdo. Jamás ganaría esa carrera contra la culpa.

Pero yo, tontamente, lo intenté.

Situé mi refugio en una vieja silla de mimbre; con los hilos de lana entrelazándose entre mis dedos, intentaba con desesperación que el tejido emergiera en algo más que un revoltijo de nudos. La bufanda para Amelia, decían mis manos mientras trataban de dar forma al suave estambre, pero mi mente tenía otras ideas.

Los recuerdos se precipitaban sobre mí como una lluvia repentina y torrencial, rompiendo la paz que intentaba cultivar. Era como si cada puntada fuese un eco de los días pasados, una melodía triste entremezclada con los hilos de esperanza que aún tejían mi existencia.

Lo único que me sacó de mi trance, fue el sonido de la puerta abriéndose. Debido a la brusquedad, la aguja encontró refugio en mi dedo en un instante doloroso. De inmediato lo llevé a mi boca, en un intento por detener el sangrado, y me levanté de la silla para atravesar la casa hasta la persona que había ingresado a mi vivienda.

No sé por qué se me aceleró el corazón en adrenalina, ni porque me preparé para atacar en caso de que se necesitara. Una vieja y mala costumbre, supongo. Porque la situación no requería la violencia, no todavía al menos.

El rubio alzó las manos a la altura de su cabeza en cuanto me vio.

—Tranquila. No soy ningún ladrón —me dijo, y entendí a lo que se refería.

Eran contadas las ocasiones en que habían entrado a robar a las casas de los vencedores, pero había pasado. La situación estaba tan mal que a ninguno nos sorprendía, sobre todo porque lo que solían llevarse no era nada material. Cuando entraron a mi casa, al día siguiente encontré que lo único que faltaba eran cosas de la alacena.

—No sé si eso es mejor —le respondí, sacándome el dedo de la boca y caminando hasta el fregadero, para enjuagarlo con agua.

Detrás de mí, pude sentir cómo Rhys dejaba algo sobre la mesa de madera. Cuando termino con mi dedo, me doy la vuelta, y me encuentro con un par de bolsas de tela de las que él está sacando su contenido. Elevo una de mis cejas cuando saca una barra de pan.

BORN TO DIE | finnick odairWhere stories live. Discover now