TRES

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Cuando despierto, lo hago gritando.

No tengo idea de en qué momento de la madrugada logré quedarme dormida, pero hubiese preferido no hacerlo.

Soñé con mi familia. Con mis padres. Pero más aún, con Olive.

Cierro los ojos, pero los abro de inmediato porque su rostro es lo único que veo. Esa noche, es lo único que pienso.

Empiezo a recordarlo todo, y me doy cuenta de que nada ha servido, todo lo que he intentado sanarme, porque se jodió todo en una sola noche. Es tan gracioso cómo tu vida se puede acabar en un segundo. En ese entonces, estaba tan segura de que lo peor había pasado ya, que no me di cuenta de que apenas estaba comenzando.

Ocurrió después de mi gira. Estaba contenta de volver finalmente a casa, era una de las emociones que apenas había logrado mostrar en ese tiempo después de los juegos. Por fin estaría con mi familia. Aunque fueron sólo unos días los que me alejé de ellos, una vez que el Capitolio terminó de exprimirme como a una naranja, era libre de regresar a mi Distrito, a mi hogar, y quedarme ahí hasta que tuviera que regresar como mentora. Ahora eso sería. Mi trabajo se basaría en enseñar a otros niños cómo sobrevivir para, después, enviarlos directo a una muerte segura. Ahora entendía a Lea, y por qué en un principio procuró no hablar con ninguno de nosotros —yo y quien fue el tributo masculino de mi Distrito, Jay Hartsfield— más allá de lo necesario. Imaginé formar un lazo con alguien que sabes que te van a arrebatar. Me aterraba vivir eso y, sin poder evitarlo, terminé haciéndolo años más tarde.

Había pegado la cara a la ventana desde el momento en que el tren dejó atrás el 10. No sabía quién podría estar esperándome. Es decir, mi familia, claro. A lo que me refería, era si estaba permitido que alguien fuera a recogerme. Aunque, la verdad, no me hacía muchas ilusiones, porque todo apuntaba a que seríamos sólo Irida, Lea y yo.

—Bueno, prácticamente este es el final de tu gira —habló Irida. Ella era la representante del Capitolio para el Distrito 11. Era una mujer alta, lo que la hacía ver todavía más delgada de lo que de por sí era. Tenía los ojos rasgados, la piel de un blanco brillante, y el cabello a la altura de los hombros teñido de colores: un amarillo patito en la raíz, que se difuminaba a un naranja, luego a un rosa, un azul y, finalmente, un magenta, que era el que predominaba más en toda su melena.

Era muy enérgica, lo que solía disgustarle a Lea. De entre otras tantas cosas. No se llevaban muy bien.

—Pero eso no te libra del todo —continuó Irida, con el índice levantado—. Todo Panem seguirá teniendo los ojos en ti. Ahora eres una digna vencedora, y debes actuar como tal. Nada de problemas. ¿Lo entiendes, verdad?

—Irida, ¿puedes dejar de asfixiarla? —intervino Lea, frotándose el puente de la nariz—. Ha hecho todo lo que le pediste durante todos estos meses. Déjala respirar.

La de cabello colorido la miró irritada.

—Yo sólo decía... —intentó proseguir, pero su mirada se encontró con la mía. Parpadeó, dubitativa, y un brillo de comprensión cruzó sus ojos—. Está bien. Descansa, Val. Mi vencedora estrella, lo mereces.

Lo que pasó enseguida fue que el tren se detuvo. Sentí las mariposas en el estómago. Habíamos llegado.

—¡Por fin! —exclamó Chaff, otro de mis mentores, y salió primero apenas las puertas se abrieron.

Lea también suspiró, pero no supe si porque se sentía aliviada de llegar o por deshacerse de Irida, al menos hasta dentro de unos meses.

Se acercó a mí y me abrazó por los hombros. Su sonrisa no fue amplia como otras veces, de hecho, apenas fue visible. Estaba decaída desde que dejamos el Capitolio, pero no tenía idea del por qué.

BORN TO DIE | finnick odairTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang