16 - Moriarti

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Esperaba que Quentin siguiera debatiendo el nivel de confianza que tenía en Chase, pero no lo hizo. Lo escuchó suspirar y entraron en silencio a la tienda de baggles. En el rostro de Q era obvio que no estaba de acuerdo, aunque tampoco tenía mucho que decir

Lo que le había mencionado era cierto: Chase estaba ahí solo y a ellos les habían enseñado a ayudar a otros. Bess simplemente no podía dejarlo así y no ayudar. Talvez, si el riesgo fuera menor, si por no ayudarlo el chico solo recibiera un regaño, ella lo dejaría a su suerte. Sin embargo, lo que le esperaba a Chase en caso de no lograr salir a la mañana siguiente, era mucho peor que eso.

Un escalofrío la recorrió.

Puede que no conociera a los rebeldes de Stalin, pero no le caían bien.

Ellos eran los que buscaban a un chico que había perdido a toda su familia, lo habían inculpado y había terminado huyendo durante mucho tiempo. Era tanta la injusticia que veía ahí, que sentía el rostro rojo de solo pensarlo.

Sacudió la cabeza. La campanita sonó sobre sus cabezas cuando atravesaron la puerta y, para su suerte, el lugar estaba medio vacío.

—Bienvenidos —dijo la chica al otro lado de la barra—, ¿qué les sirvo?

—Tres baggles, por favor —respondió Quentin.

La chica sonrío.

—Claro, ¿puedo ver la identificación de la otra persona?

Bess enarcó las cejas, acompañando el rotundo silencio. Vale, supuse que iban tan ensimismados en sus propios pensamientos que se les había olvidado una de las reglas más obvias de Ciudad Alegría: no más de una porción por persona. Si ibas a llevar más, debías mostrar la identificación del individuo faltante.

Intercambió una mirada con Quentin.

«Chase no tiene identificación».

—Que sean solo dos —corrigió el chico.

La mesera asintió con normalidad.

—Bien, sale orden, solo necesito ver las suyas.

Pasó saliva y brindaron su identificación.

¿Enserio les había creído? ¿De verdad? En el fondo, sentía que cada persona a la que le daba el mínimo de información —o confusión— podía sospechar de ellos. Su madre no había reaccionado mal ante la palabra "hermosa", aunque técnicamente ella no se lo había dicho; tampoco la poli cuando le preguntaron quien era el chico del observatorio y respondió que era un desconocido —convenientemente—; y mucho menos la chica frente a ella haciendo sus desayunos y fingiendo que no habían mencionado un pedido para tres siendo solo dos.

El estómago se le convertía en un espacio vacío al atravesar cada una de esas situaciones. Inhaló hondo, con un movimiento errático al respirar. Mentir era algo malo, ocultar la verdad también —aunque eso, se dio cuenta, lo venía haciendo de antes inconscientemente—. ¿Y si alguna vez uno de ellos era capaz de saber cuando alguien no decía la verdad? ¿Y si alguien tenía una maquina o un superpoder para detectar las mentiras?

Se obligó a fingir normalidad incluso cuando les dieron el pedido. Forzó una sonrisa hacia la chica que atendía y dio media vuelta hacia la salida. Una vez en la acera no se sentía mejor.

—Casi parecía que viste un fantasma —murmuró Quentin, dando la primera mordida al desayuno. Lo miró de reojo y recibió el alimento que el chico le extendía con una mueca.

—Gracias —murmuró. Le dio una mordida.

Tenían que llevarle uno completo a Chase o el chico era capaz de ir él mismo a la tienda de baggles y pedir una porción entera. Sin importarle nada ni nadie. Mucho menos lo que pasara después.

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