Konohamaru y Boruto hablaban en la oficina a pleno mediodía de Konohagakure.
La puerta se abrió de repente sin que nadie avisara con un pequeño golpe antes.
Entro ella.
La pelinegra.
A penas lo vio se fundieron en un abrazo y comenzó a llorar en su pecho.
El rubio no podía hilar palabra.
Konohamaru estaba estático.
Se separaron solo para mirarse mutuamente a los ojos y así Sarada poder hablar.
Sarada: ¡Ya estoy harta! ¡No aguanto más! ¡No quiero estar con ese tipo! ¡Quiero estar contigo, tarado!
Él literalmente no podía hablar.
Le temblaba el cuerpo y el corazón le latía a 150 ciclos por minuto.
Sarada: Es a tí a quien amo. Y no puedo esconderlo más intente cuanto lo intente...
Se limpió las lagrimitas de los ojos pero estas seguían cayendo. No habría pañuelo que aguante.
Sarada: ¿Me sigues amando? ¿Puedes perdonarme?
Dijo inclinando su rostro para acercarse a él.
Boruto: ...
Se acercó lentamente y empezó a entrecerrar los ojos para pegar sus labios junto con los de él.
Pero medio milímetro antes de besarse, a Boruto lo despertó su alarma.
Se levantó agitado y miró a su al rededor.
Esperaba, deseaba, rogaba por que Sarada estuviese allí.
La buscó hasta debajo de la cama y en la cocina.
Pero ni rastro de la Uchiha.
Se dejó caer de rodillas en el piso del pasillo que lo conducía al baño y su cara empezó a hacer muecas para querer llorar.
Boruto: Mierda... otro sueño... no puede ser...
Se agarraba la cabeza en desesperación y respiraba entrecortado como quien está a punto de llorar.
Trató de calmarse, se puso de pie y fue directo al baño a lavarse la cara.
Luego de que el agua fría contactase con su rostro se miró al espejo y vio en una fracción de segundo que su ojo derecho se encontraba azulado pero mucho más claro que de costumbre y su esclerótica estaba totalmente negra.
Secó su rostro con la toalla y luego se percató de lo que acababa de ver.
Asustado se miró de nuevo en el espejo y su ojito celeste, que tanto le gustaba a Sarada, volvió a estar allí lo más normal.
Boruto: Mierda... realmente me estoy volviendo loco.
Se puso su ropa de entrenamiento y la capa, igual a la de su maestro, para salir.
Tenía que poner su energía en otra cosa y dispersar la mente. Así que decidió entrenar solo.
De camino al campo de entrenamiento, notó mucho bullicio en el centro de la aldea.
Boruto: ¿Qué es eso?
Un carruaje hermoso, dorado, obviamente carísimo y custodiado por un guardia en cada punta se encontraba avanzando lentamente.