Prólogo

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Lunes por la mañana; Chuya Nakahara duerme plácidamente, aunque en el fondo sabe que su alarma emitirá ese molesto pip pip como todos los días. 

Pero este día no sería uno cualquiera como los que solía vivir los últimos cinco años porque su pequeña y adorada hija entraría por primera vez a la primaria.

Recordar esto entre sueños le hizo abrir los ojos, aún faltaba una hora para que la alarma sonara, ¿pero para que seguir acostado pretendiendo dormir?

Suspiró con pesadez.

Chuya Nakahara, 29 años de edad, es un ingeniero en sistemas computacionales que odia los cambios. Se dio cuenta de esto cuando tan solo tenía 17 años; creía molesto tener que adaptarse a nuevas formas de vivir cuando ya existía para él un modelo predefinido de vida.

Uno de los cambios más abruptos que vivió, fue cuando tuvo que casarse con su novia al enterarse que estaba embarazada; y luego, vino el abandono. Ambos definitivamente no estaban de acuerdo: Chuya, un hombre que ama mantener su vida tal cual la tiene; y su ex-mujer, alguien que está acostumbrada al libertinaje y que no estaba dispuesta a dejar eso por amamantar a una bebé.

Sin embargo, habrá tiempo para que conozcas esta historia.

Lo cierto es, que Chuya no se siente molesto respecto a esto. Él ama a su hija, la ama tanto que no puede imaginarse ya un mundo sin ella. Sin duda, como cualquier padre o madre, sufría estrés, trabajaba horas extra para poder tener más capital y darle una buena vida a su hija, y no había nada más satisfactorio pata Chuya llegar a casa de un largo día de trabajo y ver el regadero de juguetes en todos los rincones de la casa.

Pero esos días estaban a punto de terminar.

Deslizó sus pies dentro de las pantuflas negras y caminó arrastras a la puerta, bostezó antes de cerrarla detrás de sí y se dirigió a la habitación de enfrente.

Su mano se detuvo en cuanto estuvo a punto de tocar la perilla.

—Podría retrasar su inscripción un año más —pensó—... ¡No! ¡¿En qué mierda estás pensando, Chuya?! ¡Kyoka tiene que hacer amigos y ser feliz fuera de estas cuatro paredes! Tsk...

Animandose, abrió la puerta, dejando ver las paredes color rosa y la amplia cama frente a él.

—Bebé, es hora de levantarte. Hoy es un día especial, ¿recuerdas? —cuando entró a la habitación, se acercó a la bella durmiente. Removió el pelo pegado a su pequeño rostro y acarició su mejilla.

—¿Uh? —cuestionó con su vocesilla.

—Tienes que bañarte y desayunar. Anda, se nos hará tarde.

La niña estiró sus pequeños bracitos y bostezó; cualquier niño hubiera hecho un puchero y sugerir dormir un rato más hasta hacer de eso una batalla del "niño es más fuerte que su madre", pero ella fue distinta.

Kyoka sonrió levemente y asintió para después bajar de la cama mientras Chuya corría las cortinas lilas para dejar entrar los primeros rayos de luz en la habitación.

Mientras preparaba el desayuno, no pudo evitar sentirse intranquilo.

—Todo estará bien, la has criado de una forma excelente. No tendrá problemas con hacer amigos... ¡Pero que tal y si le hacen bullying por no tener mamá! —se torturó mientras batía el huevo con brusquedad.

Así estuvo pensando por al menos unos quince minutos.

Luego del desayuno, peinó a Kyoka y le arregló el uniforme; le preparó el almuerzo para el recreo, le alistó la mochila y una libreta con números de emergencia engrapados en la contraportada.

Y tan rápido como pudo, se apresuró a alistarse para el trabajo. 

La esperada hora llegó.

—¿Recuerdas lo que hablamos ayer, Kyoka? —cuestionó antes de salir de casa.

—Debo esperar a papá dentro de la escuela y no dejar que ningún extraño se me acerque —con seriedad en su voz, dijo.

—¿Y qué debes hacer si un niño te molesta?

—Acusarlo con la maestra.

—Excelente. Entonces, es hora de irnos. Es una suerte que mi hora de salida coincida con tu horario; si ocurre algo, el número de la oficina está en tu libreta de tareas, ¿de acuerdo?

—¡De acuerdo! —asintió felizmente.

Chuya tomó la mano de Kyoka y la apretó con fuerza, como deseando no separarse jamás. Pero inmediatamente pensó que era una tontería, solo estaría sin verla ocho horas y se reunirían y comerían como siempre lo hacían, solo que la diferencia radicaba en que ahora tendría que recogerla de la escuela.

Estoy más nervioso que ella, ¿será que si emana tanta tranquilidad es por qué está segura de lo que va a llegar a hacer?

Rio para sí. Se convenció a sí mismo de que no había nada de que preocuparse.

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La vio alejarse mientras agitaba su mano despidiéndose; a lado de sus compañeros de curso, se veía muy chiquita. Con su otra mano, sostenía el portafolio de la reunión de la semana para la auditoria del sistema en el que su empresa se encontraba trabajando.

Miró su reloj de pulsera y suspiró, aún estaba tiempo de llegar al trabajo. Sin embargo, cuando se disponía a irse, el maestro que custodiaba la puerta le detuvo paga entregarle el boletín escolar.

—Si no le molesta aceptarlo, nos tomamos muy en serio que nuestros niños aprendan a leer.

—¿Ah? Sí. Le daré seguimiento —se detuvo, entonando una cuestión.

—Dazai. Soy maestro de primer año; ¿es padre primerizo?

—¿Qué sugiere? —frunció el ceño.

—Usualmente los padres suelen irse tan pronto sus niños salen corriendo a la entrada, pero usted ha dudado en hacerlo. Podría decirse, que sería capaz de escoltar a su hija al salón si tuviera la oportunidad.

—No, para nada —respondió a la defensiva—. Si me disculpa, debo apresurarme para irme al trabajo. Leeremos el boletín al llegar a casa.

Dándole la espalda al maestro, Chuya se fue dando zancadas. Escuchó que el hombre dijo algo, pero no logró entenderlo.

¿Qué quiere decir ese? ¿Qué no soy lo suficientemente fuerte para dejar que Kyoka entre a la escuela? ¡Ha! ¡Me he preparado cinco años para esto, imbécil! 

A mitad del camino, redujo su andar. Sintió un vacío en su pecho.

Recuerdo que lloré cuando mamá me envió al preescolar, no quería separarme de ella... Y de hecho, era así hasta que me percaté de que es un asunto del miedo al cambio que lentamente creció dentro de mi gracias a mi estilo de vida. 

Cada año, hasta que llegué a cuarto de primaria, lloraba porque odiaba ese lugar. 

Y ahora, es cómo si ese miedo volviera...

No es Kyoka la que siente ganas de llorar cuando su pequeña mano se separa de la mía para entrara a un lugar en el que nunca ha estado... soy yo...

¿Por qué?

El maestro que se enamoró de un papá soltero | BSD • SoukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora