Capítulo 7: Balanza

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Su mente navegó envuelta sobrecargada de imágenes fugaces, como videos cortos, torbellinos de sucesos aleatorios que olvidaba cuando pasaban.

Cedió el rumbo sin mucha resistencia a otro espacio, cambió y de pronto estuvo de pie frente un lago.

No entendió el propósito de estar ahí. Entonces del agua surgió algo, la espontánea intrusión de una mujer pálida cual mármol, que contrastaba con la alargada cortina de cabello negro. Unos ojos grises lo miraban con una intensidad inquietante.

Atisbó sus facciones, para reconocerla. Aquella invasora de sueños, se asemejaba a la teórica reencarnación de Afrodita; labios carnosos y prominentes esbozaban una sonrisa, tenía el arco de cupido marcado, nariz delicadamente respingona, cejas perfectamente definidas.

Desnuda, la misteriosa figura plantó los pies en la tierra. Dichoso él, distinguió la plenitud de su cuerpo esbelto, exudaba un magnetismo hipnótico, pubis sepultado de densos vellos rizados, senos ovoides, dos cerezas de pezones rosados y grandes.

En un instante, la visión se desvaneció, como si un velo invisible se interpusiera entre ellos, y Patrick despertó sobresaltado, muy sobresaltado.

Y es que, la mujer de sus sueños, había sido Ruby.

...

Durante el curso de la semana, inconsciente, Patrick estaba más atento a ella, enumerando aspectos claves de su personalidad.

Ajena a los vicios, ni sustancias ilícitas ni legales, aislamiento digital absoluto, el teléfono le era irrelevante. Poseía una madurez y autosuficiencia envidiables, dieta impecable, no alimentos chatarra, solo frutas como postre. Su apariencia no era menos intrigante, piel suave libre de vello en piernas, axilas y brazos.

Una mala broma del mundo darle al muchacho su versión de mujer perfecta, manifestada en... La Manic Pixie Dream versión gótica underground de turno.

Se hallaban en un desmejorado bar bohemio, entre la ignorada carencia de iluminación, de diez luces, funcionaban cuatro. Tenía por nombre "El Vago Hambriento".

Sus ojos se acostumbraron a la oscuridad salpicada de luces rojas y verdes que danzaban sobre las paredes, Patrick, en primera fila, entrecerró los ojos.

Allí estaba Ruby, en medio del caos melódico, subida en un escenario que era una isla en el torbellino de mareas humanas. Patrick no pudo evitar que su corazón se desbocara al eco de las baquetas.

Ruby era el faro en esa tormenta, la sirena que con su canto mandaba a las rocas a los marineros desprevenidos. Dicho sin tantos arreglos, entonaba excelente. Su voz no necesitaba la amplificación, incluso manejaba el micrófono como una cantante versada.

Asistida por la guitarra eléctrica que rugía notas frenéticas, una bajista que parecía moldear el sonido a golpes de pura pasión, la banda le daba a Ruby el trono desde donde gobernar. Y cuando sus ojos se encontraron, solo por un momento, en medio del estrépito punk, Patrick se sintió desnudo, atrapado en el epicentro de la tormenta.

Ella le guiñó el ojo, después cerró los ojos, dejándose poseer de la canción.

El muchacho dudaba de ver a la misma Ruby.

El último acorde resonó como un suspiro, dando fin al concierto. Los aplausos estallaron como fuegos artificiales en la penumbra del local, iluminando las caras empapadas de éxtasis y sudor.

Ruby bajó del escenario con una gracia que la hacía parecer flotar sobre las miradas que la seguían, como si todavía estuviera en el espacio vacio que su voz acababa de llenar. Patrick, con un silencioso sentimiento de orgullo, abría paso entre la multitud, los ojos siempre puestos en la silueta de Ruby que, como un iman le guiaba sin quererlo.

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