Prólogo

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El bosque oscuro y siniestro se extendía como un reino de sombras, sus árboles retorcidos formando una maraña de ramas que parecían buscar el cielo en vano. La luz del sol apenas se atrevía a filtrarse entre las densas hojas, creando un ambiente opresivo y cargado de tensión.

El niño avanzaban con precaución, cada crujido de hojas secas bajo sus pies resonaba como un eco amenazante. La oscuridad, más densa aquí que en cualquier otro lugar, convertía los árboles en gigantes acechantes, sus sombras proyectándose como espectros que parecían cobrar vida propia.

De repente, el viento gélido susurró entre las ramas, llevando consigo ecos de risas distorsionadas. El niño se detuvo, alerta a cualquier movimiento en la oscuridad y ajustó su linterna temblorosa, pero la luz apenas lograba disipar la oscuridad que se cerraba a su alrededor. La misteriosa risa parecía resonar desde las sombras, provocando escalofríos en su columna vertebral. El viento arrastraba consigo el olor viciado de la tierra húmeda y algo más, mientras los árboles retorcidos se cerraban sobre él, formando una especie de laberinto oscuro que parecía cambiar de forma a medida que avanzaba. Cada sombra se volvía más densa, como si el bosque mismo conspirara para desorientarlo.

De repente, entre los árboles, surgió una figura borrosa. Una sombra alargada que se movía entre las sombras. El niño contuvo la respiración, su corazón latiendo con fuerza en el silencio opresivo.

—¿Quién está ahí? —susurró el pequeño con voz temblorosa.   

La risa distorsionada se intensificó, ahora acompañada por susurros ininteligibles. La figura se acercaba lentamente, revelando contornos difusos de algo que parecía humano, pero con una presencia innegablemente sobrenatural que causaba debilidad en las piernas de cualquiera que lo presenciara.

El niño retrocedió, pero cada paso parecía llevarlo más profundo en la oscuridad. Las risas y los susurros llenaban el aire, creando una atmósfera inquietante que parecía cerrarse sobre él como un abrazo gélido. En el bosque oscuro y siniestro, al que se le había encomendado no ir, el niño se encontraba atrapado en una danza macabra de sombras y susurros, intuyendo bajo la piel que la figura que se aproximaba buscaba lastimarlo. Con la linterna titilante y los ojos abiertos de par en par, intentaba discernir la forma exacta de la figura que emergía entre las sombras. La risa distorsionada continuaba resonando, un eco siniestro que se entrelazaba con la oscuridad del bosque.

La figura finalmente se materializó, revelando una silueta espectral. Tenía la apariencia de una figura humana, pero su rostro estaba oculto permanentemente en las sombras, dejando solo la impresión de ojos luminosos que parecían penetrar en el alma del niño.

—¿Quién eres?

La figura no respondió con palabras, solo continuó acercándose sin pausas. El niño, sintiendo que la oscuridad se cerraba a su alrededor como las fauces de una bestia, retrocedió, luchando contra el laberinto de sombras que parecía cambiar y cerrarse a su alrededor.

Cada crujido de hojas secas bajo sus pasos era como un tamborileo ominoso. La risa distorsionada se transformó en susurros incomprensibles que llenaron el aire como una neblina espesa.

El niño, decidido a enfrentar lo desconocido, levantó la linterna en un intento desesperado por despejar las sombras. La luz parpadeante reveló la figura de manera intermitente, pero sus rasgos permanecían elusivos.

—¡Detente! —gritó el niño, su voz quebrándose en la oscuridad.

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