❝ Capitulo Once ❞

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Jimin se marchó, agachándose detrás de una larga y angosta cabaña de piedra con un tejado de paja inclinado.

Una vez solo, envolvió sus brazos alrededor de su cintura, abrazándose fuerte. Sus dientes castañeaban, y su piel hormigueaba por todas partes.

Se sentía un poco culpable por dejar a Yoongi solo, y bajo falsos pretextos. No había ningun doncel que hubiera entrado en labor de parto en esta humilde aldea. No que Jimin supiera, en cualquier caso.
Pero encontró una oveja amamantando a un par de corderos en el recinto de piedra detrás de la cabaña, y decidió que eso la hacía lo suficientemente honesto.
Cuando la multitud se había cerrado alrededor de él, el frío también se había cerrado. Supo que tenía que alejarse, y la verdad nunca logró una justificación útil.

A lo largo de su vida, había aprendido esa lección una y otra vez. Si rogaba ser liberado de una obligación social en base a que simplemente era muy tímido, su familia y amigos nunca le tomaban la palabra. Insistían en que él solo tenía que darle una oportunidad. Lo engatusaban y le daban un codazo, contándole toda la diversión que tendría. Esa vez, prometían, sería diferente.

Nunca era diferente.

Jimin había aceptado hacía mucho tiempo la realidad. Las mismas ocasiones que a otros les traían alegría y júbilo, eran tortura para él. Y nadie entendería jamás.

Una vez que hubo recobrado su compostura, caminó de regreso a la esquina de la cabaña y echó un vistazo alrededor para observar.

Los donceles y mujeres todavía estaban rodeando a Yoongi y a su cesta de productos de belleza. Ellos interceptaban las botellas que él les ofrecía y atisbaban los frascos de crema, hablando y riendo entre ellos. Él destapó una botella de eau de toilette y la sujetó para que una joven mujer con cabello cobrizo probara el aroma.

Después de oler cautelosamente, la joven mujer se rio y sonrió. Un toque de rosa coloreó sus pecosas mejillas. Jimin sospechaba que no tenía nada que ver con la esencia embotellada y todo que ver con su apuesto suministrador.

Cielos, se veía bien hoy. La luz de la mañana ponía de manifiesto los reflejos rojizos en su cabello y volvía su piel cremosa a la vista. Daba la impresión de dominio y facilidad. Estaba en su elemento. Probablemente había sido criado en un baile muy parecido a este. Sabía justamente cómo dar la bienvenida a cada una de las personas del pueblo que se presentaban, desde la abuela más vieja hasta un curioso joven que bajaba de las laderas de pastoreo.

Cuando pudo ver que la cesta de Yoongi estaba vacía y las personas habían comenzado a regresar a sus cabañas con sus nuevos tesoros, Jimin emergió de su escondite. Se despidieron de los perros y los niños y comenzaron la caminata de regreso.

Yoongi no parecía feliz con él.

—Un buen truco el que jugaste, abandonándome para desempe-ñarme como gitano con las muchachas.

—No creo que fueran mis regalos en lo que esas muchachas estuvieran interesadas. Creo que estaban más curiosas respecto a ti.

—Podría haberlo hecho mejor al caminar entre los campos y tener una charla con los hombres.

—Supongo que quieres decir que habría sido más propio de un laird.

Yoongi hizo un sonido despectivo.

—No es ser más propio de un laird. Es cumplir con mi deber. Es conocer a los vecinos. Dejarles saber que no tienen que preocuparse acerca de su futuro. —Le deslizó una mirada asesina—. Hablando de preocupaciones, ¿Qué pasó allí atrás?

—No sé qué quieres decir.

—Creo que sí. Cuando las personas te rodearon, fue como si te fueras a otro lugar. O como si de alguna manera te arrastraras dentro de ti. No estabas ahí. Noté lo mismo durante nuestra boda.

Mo chridhe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora