03: Intruso en Clarence House

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10 de septiembre, 1997

11:20 PM

Estaba televisando de nuevo la grabación del funeral de la princesa desde mi sofá luego de leer una carta con el sello de la Asociación Británica Print para la Literatura.

El último comunicado de parte de dicha organización me había llegado hacía una semana; una llamada durante la tarde posterior a la muerte de Diana y Dodi. El asunto era el aplazamiento de la gala de los Print para una fecha que no se concretaría hasta tener información veraz del funeral de la princesa. Otto Hellifax, director de la ABPL, se encargó además de publicar el anuncio en The Sun y demás periódicos, nacionales y norteamericanos, aunado a un mensaje de condolencias de parte de la Asociación a la familia real. No obstante, el sobre que recibí el lunes y fue opacado y pospuesto por el de la Reina, indicaba la confirmación de la nueva fecha de la gala: domingo, 14 de septiembre.

Los rumores sobre el estado de embarazo de Diana estaban en plena efervescencia. En mi regazo yacía el cuaderno donde anotaba el listado de preguntas categorizado por la diversidad de los temas que planeaba hacerle a Paul Burrell, con quien tenía una cita para el viernes, pero no consideré prudente incluir el tema en la entrevista, así que lo descarté antes de siquiera anotarlo.

La reunión tuvo lugar en Clarence House, la residencia real que acogió a Diana mientras aún era una Spencer en el periodo previo al matrimonio con Carlos de Gales. Ésta fue construida entre 1825 y 1827 cumpliendo la petición del Duque de Clarence, cuyo título ascendió en 1830 a Rey; el Rey Guillermo IV. La casa, esa casa, cuya fachada está cubierta de un estuco pálido, cuenta con un total de cuatro pisos, y ha sufrido numerosas remodelaciones y reconstrucciones con el transcurrir de los tiempos, en especial posterior a los daños causados en la Segunda Guerra Mundial durante el Blitz dado a bombardeos enemigos, por lo que de la estructura originalmente diseñada por John Nash quedan sólo remanencias espectrales. Para entonces, era el hogar de la Reina Madre desde hacía alrededor de cuatro décadas, y fue también el hogar de la infancia del príncipe de Gales.

La cita estaba pautada para las once antes del mediodía, así que la mañana del jueves salí de Bloomsbury alrededor de las diez y cuarto. Como era costumbre cada vez que conducía en dirección al sur, la fachada neoclásica del Museo Británico atrajo mi vista con una fuerza casi magnética. El tráfico comenzaba a bosquejarse a mi alrededor; sin embargo, aquello no fue impedimento para arribar a tiempo a The Mall: una avenida flanqueada por árboles y banderas británicas ondeando con gloria monarca que conecta al Palacio de Buckingham con Trafalgar Square. Continué por la derecha hasta que Clarence House se hizo a la vista, imperiosa y demandante, de modo que busqué un lugar para parquear lo más cercano a la entrada posible.

El protocolo de llegada fue muy similar al del Palacio de Buckingham: el guardia de la entrada verificó mi identidad, y alguien más comprobó mi invitación una vez dentro para luego ordenarme esperar en un vestíbulo atiborrado de obras de arte.

Paul Burrell me recibió a las once en punto. Era alto, no mucho más joven que yo, y tenía una cara lánguida que sólo podía inspirar a ofrecer un abrazo. Era evidente que no quería lidiar conmigo ese día, y lo relato desde el sentido más humano a interpretar, pues lo que luego me describió como el posible peor día de su vida había acontecido hacía apenas dos semanas. No obstante, no me permití ceder a las imprudencias de los sentimentalismos. Paul me invitó a dar un recorrido por la residencia, al tiempo que me instruía con notoria melancolía en el tono acerca de la estadía de Diana de Gales en Clarence House durante su compromiso con Carlos. Podías notar que el nexo entre ellos hubo de ser algo trascendental a lo profesional, en especial recordando la elección de palabras de la princesa para describirlo como «el único hombre en quien confiaba».

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