04: Diana, en plural

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11 de septiembre, 1997

09:27 AM

Cuando desperté tirado en el asfalto con la peor jaqueca de mi vida luego de haber sido detenido en Clarence House, fue que comencé a entender lo que estaba sucediendo. O algo parecido.

Lo primero con lo que tuve que lidiar fue con la parálisis momentánea, que esta vez fue esperada. Me tomó no un par, sino una decena de minutos siquiera poder abrir los ojos; y cuando lo hice y me ubiqué en medio de una calle, me obligué a rodar a la izquierda como un pez fuera del agua hasta chocar con la acera. Fue cuando logré ponerme de pie que identifiqué el edificio de la estación policial de Canon Row a pocos metros de distancia, lo que significaba que estaba en Westminster, lo que, por su parte, significaba que el Big Ben estaba en algún punto detrás de mí. Justo allí, mientras caminaba hacia la torre del reloj, comencé a verdaderamente entenderlo, o, bien, a ceder a la posibilidad de que las remotas teorías a las que en un principio me negué no fueran del todo remotas.

Tienes que creerme. Concluir seriamente que podía viajar en el tiempo fue mi última opción. Tuve que pedir prestado un periódico en un quiosco local para ubicarme en el plano temporal. Era el once de septiembre de 1997. No me permití leer las noticias. Cogí un billete de veinte libras esterlinas y pedí un taxi a Clarence House.

En el camino, tuve un ataque de pánico. En ese momento me convencí de que la cosa más agobiante que podía existir era la confusión: el no saber dónde estabas; el cuándo estabas. Supe que era un ataque de pánico cuando comencé a sentir asfixia, los latidos reverberándome en la garganta, un deseo desmedido de quitarme toda la ropa...

—¿Qué hora es? —pregunté al chofer a pocos segundos de llegar.

—Un cuarto para las diez, señor.

—Lléveme a la estación de tren más cercana —le dije—, menos a Green Park y St James Park, por favor.

No lo pensé demasiado. Necesitaba salir no sólo de Westminster, sino de Londres central, y mi propia casa no era una opción. Para la fecha a la que estimaba viajar, aún vivía con mis padres en la City, donde mi padre trabajaba para el comercio internacional y mi madre como costurera en sus tiempos libres de ama de casa. El taxi, que era un tipo de cabello nevado y un parche en el ojo izquierdo, me dejó en la estación London Victoria. Tuve que esperar la salida de dos trenes y pagar más del doble por no haber reservado un boleto con antelación, de modo que terminé partiendo en el tercero y conformándome con llevar sólo diez libras esterlinas restantes en mi billetera. Estar allí y entonces, frente al directorio de destinos, me trajo a la mente una ráfaga de recuerdos de mi madre cosiéndome trajes de super héroes que yo mismo inventaba; los dibujaba, y dejaba las hojas regadas en la mesa del comedor, y días después me despertaba con un traje nuevo listo. Entonces pensé en Harry y William, y en cómo me sentiría si la hubiera perdido a ella, mi madre, a tan corta edad. En ese momento caí en cuenta de que la posibilidad de eximirlos de ese dolor estaba en mis manos, literalmente; en una cajetilla metálica con un rectángulo de plástico adentro.

El subterráneo se hallaba justo debajo de la estación de tren de Victoria, siendo la segunda más concurrida en Londres luego de Waterloo. Los teatros Victoria Palace y Apollo Theatre se enfrentaban, uno frente a la estación y el otro a un costado de la misma. Era un espectáculo, el corazón de la zona.

Tomé un tren con destino a Southampton y me puse los audífonos. Supe exactamente a dónde y a cuándo debía ir. En el camino al dónde, cerré los ojos al tiempo que me esforzaba por focalizarme en los latidos de mi corazón, porque eso decía mi terapeuta que debía hacer en momentos de ansiedad; no obstante, cuando chocaba con ésta insondable oscuridad que era la conciencia, lo único que me clareaba el camino eran interrogantes encendiendo bombillas a mi alrededor. «¿Estoy acaso volviéndome loco?», «¿es esto un mal sueño en el auge de su retorcimiento?», «¿realmente sé lo que se supone que debo hacer?»...

Flores bajo el sofá #PGP2024Where stories live. Discover now