Cupido borracho

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Hay una tradición en su país para San Valentín: las chicas les regalan a los chicos chocolates de diversos sabores y tamaños para expresar sus sentimientos amorosos.

Era una forma de confesarse con el muchacho que les gustaba, o para las parejas ya formadas, de impulsar ese sentimiento de cariño hacia el otro.

Haerin nunca, en su corta vida de diecisiete años, había tenido la intension de obsequiar chocolates.

Hasta ese año, en donde sus ojos parecían no poder apartarse de Danielle Marsh, una joven de su clase que siempre parecía rodeada de la gente más popular de aquel instituto. Tenía el cabello ondulado y castaño, una sonrisa hermosa y una actitud aun más increíble. A pesar de ser conocida por todos allí, Danielle jamás se había comportado de manera brusca o antipática con alguien. Al contrario, iluminaba los salones con sus buenas energías.

Y no fue diferente cuando entró al taller de arte, el refugio de Kang Haerin. Llegó entusiasmada, aportando a la clase y ayudando a sus compañeros cada que los veía en apuros.

Al inicio, Haerin no le prestó mucho atención. En el fondo de su corazón sentía incomodad por tener a alguien que era todo lo contrario a ella en su clase preferida. Danielle era extrovertida, Haerin introvertida. Danielle brillaba, Haerin se ocultaba entre las sombras del óleo. Danielle hacía amigos en cada parte que iba, Haerin era un alma solitaria. Una niña perdida en la cohibición y el nerviosismo.

Aunque eso no le impidió a la mayor acercarse a hablarle, halagándola de sus pinturas y lo bien que dibujaba. Haerin se dijo que debía dejar de sentirlo algo especial, porque Danielle era así con todo el mundo; agradable, hogareña. Pero es que su corazón era iluso y su admiración por la castaña no dejó de crecer, concluyendo así que se había enamorado de esa preciosa estrella.

No eran amigas como tal, pero Marsh no dudaba en saludarla cuando la veía pasar por los pasillos y eso solo empeoraba la situación.

Haerin creyó que Cupido era, o un ineficaz en su trabajo cuando la apuntó para que gustara de otra chica, o simplemente en el momento que la flechó estaba tomado.

¿Por qué le haría algo cómo eso?

Su misión era sencilla, apuntar y dejar ser. ¡Pero apuntó hacia la persona incorrecta! ¡Dos chicas! ¡Dos chicas en un mundo donde los san valentines se pasaban entre mujeres y hombres!

Sentía cierto rechazo hacia ese enano de alas y arco, pero al fin y al cabo era lo que le había tocado.

—¿Comprarás chocolates para algún chico, Hae? —preguntó una tarde su madre, ambas bebiendo té en la mesa de la cocina.

Haerin no pudo evitarlo y se sonrojó, imaginando qué pasaría si le daba uno a Danielle. Era una idea descabellada sin duda, y negó con la cabeza antes de seguir en su mundo de fantasía donde se permitía ser correspondida.

—¿Por qué no? —siguió la mujer al ver su negativa, revolviendo el tazón—. ¿No hay nadie que te llame la atención o...?

Haerin alzó la vista y se arrepintió de inmediato. Jamás fue buena con las mentiras, mucho menos cuando se trataba de su madre que parecía conocerla de pies a cabeza.

—Pues... hay alguien que... que creo que me gusta, pero ya sabes —intentó sonreír con gracia, pareciendo más una mueca—, nunca se fijaría en mí.

La señora Kang abrió los ojos, ofendida. Dejó su bebida de lado y la observó seriamente.

—¿Qué dices, Haerin? Eres una chica maravillosa que estoy segura que tiene muchas cosas lindas para dar —bufó, pero tuvo que dejar la molestia de lado al notar los ojitos entristecidos de su hija—. A ver, mi amor, ¿por qué crees eso? ¿Nunca has hablado con ese chico?

¡cupido se ha tomado unas copas! | daerinWhere stories live. Discover now