Cupido feliz

507 111 31
                                    

—¿Cuánto tiempo llevas enamorada de mí? —cuestionó Danielle, acomodando un clavel justo detrás de su oreja, acariciando su cabello de paso.

La miró con una sonrisa por lo linda que se veía allí, con su uniforme escolar y sus ojitos gatunos.

Haerin sintió un escalofrío recorrerla, uno cálido.

Se habían sentado en el césped frente a las flores, importándoles poco perderse de más minutos de la clase.

—Unas semanas luego de verte en el taller de arte —admitió, su tono de voz era bajo y tranquilo, embriagador para Danielle.

Cerró los ojos cuando la australiana pasó su mano por su mejilla, recorriendo su bonita piel aún colorada.

La mayor no se resistió y dejó otro beso sobre su boca, un pequeño pico caramelizado.

—Yo desde que llegaste al colegio.

Haerin abrió los ojos, atónita.

Eso había sido hace tres años atrás.

—¿T-tanto?

Marsh asintió, sin despegarse de ella.

—Me llamaron mucho la atención tus ojitos y con el tiempo supe que no solo era eso; eran sentimientos de amor —sonrió y Haerin tuvo que taparse los mofletes, avergonzada—. No puedes culparme, Haerin, eres adorable. Siempre lo fuiste.

—P-pero... ¿por qué no me dijiste nada?

—No creí que te gustara, ya sabes, casi no hablabas y parecías agria a cualquiera que intentara acercarse.

—¡No es cierto!

—¡Lo es! —carcajeó, besándole la punta de la nariz—. Luego de años mirándote en secreto me decidí y terminé inscribiéndome al taller de arte para intentar acercarme a ti —confesó y Haerin no cabía del asombro—. Y de alguna forma u otra, funcionó. Comencé a hablarte, no me respondías siempre, pero cuando lanzaba comentarios de artistas al azar y sus obras parecías más interesada, así que me aprendí todo de Caravaggio y te hablé.

Una tarde, cuando Haerin tuvo que pasar al pizarrón para exponer de su artista preferido, Danielle supo que Caravaggio era su solución.

—¿Así que usaste a Caravaggio para ligar con una chica?

Las dos rieron, envueltas en flores y un cielo precioso, solo para ellas.

—Fue exactamente lo que hice —afirmó, aún con una risita suave.

Quizá porque era San Valentín y nadie realmente parecía interesado en las clases o tal vez porque ni siquiera notaron sus ausencias, pero Haerin y Danielle se pasaron esos dos bloques de hora sin volver al salón, perdidas en sus conversaciones, conociéndose de a poquito. Querían tanto saber de la otra y no podían creer que hayan desperdiciado tanto tiempo, pero eso ya no importaba ahora, ya estaban unidas.

Cuando la jornada escolar acabó, Danielle la invitó a una cita improvisada para celebrar ese mágico catorce de febrero que, para sorpresa de ambas, podrían vivir juntas.

Haerin aceptó sin insistencia, e iniciaron su viaje caminando por la ciudad.

—¿A dónde me llevas?

—Eso es sorpresa, Hae —tomó su mano y avanzaron más rápido, riendo de vez en cuando y comentando cosas que veían.

Parecía ser un sueño, pero no lo era.

Era la realidad.

Danielle y Haerin por fin se conocieron como debían; como Cupido dictó.

No les importó ir de la mano porque sencillamente parecían solo buenas amigas, pero Danielle no se resistió y cada que veía un callejón despejado, lo aprovechaba para besarla una vez más. Esos besos inocentes y cariñosos, besos de enamoradas.

—Bien, no sé si estará abierto o si podremos entrar, así que no te ilusiones —dijo la extranjera, deteniendo el paso.

—¿Ya llegamos? —Hae miró a su alrededor.

—Estamos cerca, pero primero cierra los ojos. Yo te guiaré.

Y así, entre risitas por los pasos inseguros de Haerin y bromas de Danielle, caminaron media cuadra más hasta llegar a su destino.

—Puedes abrirlos —indicó, aún con sus manos unidas.

Haerin parpadeó un par de veces hasta lograr leer correctamente las letras blancas adheridas al vidrio. Estaban frente a una galería de arte, pero no cualquiera, sino una de sus pintores modernos favoritos.

—¿Cómo supiste que...? —se giró a verla y Danielle sonrió—. ¡¿Qué?!

—Haerin, en el taller dejas muchos de tus gustos al desnudo, quizá más de lo que te das cuenta —rió—. ¿Por qué crees que sabía que solo comías chocolate blanco?

Kang, pareciendo una niña pequeña, saltó hacia los brazos de la chica que la traía loca, como si llevaran años en una relación, años amándose por completo.

Todo sucedió de manera tan natural entre ellas luego del beso que se dieron en aquel jardín que ya parecían una pareja casada.

Fue todo... perfecto.

Tuvieron suerte de poder ingresar, tanta que hasta en un momento apareció el mismísimo artista y el hombre no dudó en firmar una fotografía que Danielle había comprado de una de sus obras más famosas para la gatita. Hasta tuvo el honor de hacerle un par de preguntas.

—Gracias por todo esto, Dani.

Terminaron en un café, lleno de decoraciones de corazones.

Frente a frente, compartiendo una malteada, unieron sus manos bajo la mesa, sonriéndose con amor brotando de sus poros.

—Gracias a ti por ser mi San Valentín.

Un nuevo comienzo había iniciado entre ellas, almas jóvenes destinadas a compartir besos secretos y caricias profundas.

Cupido, quien se paseaba en esa misma cafetería para seguir uniendo corazones, se detuvo un minuto a observarlas, riendo travieso porque sí había tomado unas cuantas copas el día que las flechó. ¿Pero qué importaba ya? Si se notaban la una para la otra.

—¡Viva el amor! —gritó el muchachito de alas, feliz.

—¡Viva el amor! —gritó el muchachito de alas, feliz

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

¡Gracias por leer!
🏹 ❤️🪽

¡cupido se ha tomado unas copas! | daerinWhere stories live. Discover now