C1.- Pequeño susto.

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Entre sus dientes afilados, con la boca llena y cargando un peso muerto en ella; él corría. Corría con la cola alzada, orgulloso de su casería y de lo buen padre gato que era.

Sus patas ágiles no tuvieron problema en recorrer todo el camino en un ritmo rápido. Las almohadillas de sus patas caminaron por el concreto, cruzando la calle con cautela y dirigiéndose a una esquina donde se visualizaba con perfección una ventana abierta, especialmente para él.

Normalmente había un gato peludo y bonito esperando por él, pero ésta vez no pensó demasiado. Y simplemente entró, como si fuera el dueño de la vivienda.

La habitación estaba sutilmente decorada con colores pasteles y dibujos de gatitos bebés, Katsuki ya sabía quién había sido el intruso que modificó y violó la paz de su territorio; sin embargo, al mirar a ambos lados no encontró al humano responsable.

Si lo ve, lo va a morder.
¡Lo jura por su orgullo de gato callejero!

Pero la presencia del humano ruidoso no fue su problema mayor. Un vistazo a la pequeña caja de cartón, que él arrastró hace unos días, y se percató que no estaba Shōto, su pareja. Caminó hacía el lugar, olfateando cuidadosamente, con su nariz experta, y no encontró a sus crías, solamente existían rastros del olor maternal de la leche junto al dulce aroma de bebés gatunos.

Shōto no estaba, ni tampoco sus gatitos.

Dejó caer su presa y soltó un maullido corto pero claro; nadie respondió. Dió varias vueltas por la habitación, desesperado y furiosamente ansioso,  rasgó los muebles, botando el relleno en el suelo y mordió los peluches como si fueran sus enemigos y los secuestradores de Shōto y toda su camada de gatos.

Atacó todo lo que aparecía ante sus ojos inyectados de sangre, y finalmente, comenzó a arañar la pared grande de madera. La habitación era pequeña, anteriormente había sido un armario, pero ahora era suya, de Katsuki. Todo lo que había ahí era de él, Shōto también era de él. ¡Y lo habían secuestrado!

Bakugou estaba verdaderamente preocupado.

Maullido tras maullido, ansioso, gritó hasta que, como un toque malvado de amabilidad, la habitación se abrió casi tirándolo hacia un lado, con un fuerte empujón.

—¡Kacchan! —Escuchó la voz risueña y no se limitó en esconder su intención asesina— ¿Dónde estabas? Te busqué todo el día, Shō-chan y nosotros... ¡Espera, no muerdas!

Antes que el chico con pecas, Midoriya Izuku, terminará de hablar —o comenzará a chillar por los mordiscos del novio de su gato—, un felino agraciado maulló detrás de él.

Shōto estaba en el transportador, cómodamente sentado y mostrando sus patitas rosadas por lo huecos de la caja, intentando salir y observando todo lo que ocurría, distraídamente tranquilo.

Bakugou le vió, le gritó —maulló— y rápidamente dejó en libertad a Midoriya, exigiendo que dejará salir a su pareja y su camada.

—Kacchan, eres malo, muy malo —siseó Izuku, apretando los rasguños que le dejó el gato ceniza y quejándose en gemidos—. No puedes seguir siendo tan malo, sino voy a cerrar la ventana y no te daré comida. ¡Shō-chan dile algo!

Shōto maulló, ladeando la cabeza.
Detrás de escuchaban varios maullidos chillones. Katsuki gruñó, importándole poco las palabras del humano frente a él, y rasgó el transportador en un intento de liberar a Shōto.

—Demonios, ustedes han confabulado en mi contra. Muy malvados. ¡No debí dejar que trajeras a los gatitos, ay! —farfulló Izuku, negando y abriendo la reja para que el peludo felino saliera, totalmente rendido.

Al final y al cabo, Shōto tenía gustos raros.

Estantería de Drabble's |BKTD/ TDBKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora