Capítulo 17: Una vida dedicada al arte

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Lo había conseguido, había llegado al pequeño poblado. Palmeó el costado de Balada, una yegua blanca con manchas pardas, demasiado mayor para ser forzada a trotar de la forma que lo había hecho. Nova se disculpó mentalmente con su vieja compañera y le prometió mentalmente que la recompensaría con una manzana, aunque le supusiera gastar más de lo que costaría su propia cena.

Decidió explorar los alrededores antes de entrar al poblado, que estaba un poco alejado del camino principal de Puerto Alegro. De paso obligado solo para los que provenían de las aldeas de las zonas boscosas, o para aquellos que querían alejarse del camino principal.

Cruzó la empalizada de madera que rodeaba el pueblo, notó cómo alguna mirada se posaba sobre ella. El estuche de su hurdy-gurdy muchas veces hacía las presentaciones por ella. Eso era bueno a veces, un músico siempre era apreciado, y si poseía su propia montura significaba que además era bueno, eso normalmente le aseguraba cierto publico, pero ese día su objetivo era mantener un perfil bajo. Estaba cansada de cabalgar sin parar desde el amanecer del día anterior, de buena gana pagaría una habitación y dejaría el espectáculo para otro día. Desgraciadamente no se lo podía permitir: responsabilidad lo llamaban, aunque Nova no recordaba el momento en el que acepto esa carga. El talento tiene un precio, se dijo para intentar consolarse.

Después de unas palabras y una sonrisa, consiguió un trato "no tan favorable" con la taberna del pueblo. No pudo conseguir ninguna manzana, pero sí un par de tubérculos dulces para Balada, acomodó a su yegua en el establo y se dispuso a cumplir su acuerdo.

Se trataba de una taberna pequeña y mal distribuida, le tocaría quedarse en una esquina y con suerte seria escuchada por diez personas a aquella noche. Al menos la sopa que se calentaba en el hogar no olía del todo mal. Le sirvieron una una cerveza de malta aguada, que bebió porque, en fin... Seguía siendo cerveza.

La noche cayó y nada parecía indicar que fuese a ser una noche más allá de lo habitual. Las mismas peticiones musicales de siempre, las mismas insinuaciones desacertadas a las que estaba, por desgracia, acostumbrada. Tocó alguna composición propia que pasó desapercibida y cruzó los dedos para que su intuición no hubiera fallado y no hubiera ido hasta ese pueblucho para nada.

La puerta se abrió, un hombre con un dramático gusto por el negro entró a la taberna. Iba acompañado de dos chicos jóvenes, que vestían ropas demasiado grandes para ellos, las capuchas y sus capas no terminaban de esconder su piel del tono de la arcilla. Nova sonrió a los recién llegados, pero realmente se sonreía a sí misma, la carrera a la que había sometido a Balada no había sido en vano. Ahora solo venía la parte difícil.

El hombre que acompañaba a los jóvenes, era a todas vistas un mercenario, fue directo hasta barra para pedir: 'comida, lecho y provisiones'. Nada de otro mundo. Aunque Nova notó que aquel hombre no era el típico mercenario pendenciero, seguía siendo joven, incluso apuesto y parecía tener mejores modales que la mayoría. Sin embargo: más roma o afilada, una espada de alquiler seguía teniendo un lista de precios. Para Nova, no había diferencia: mercenarios, cazadores o soldados. Hombres que se creían mejores solo por empuñar acero en vez de herramientas de madera o hierro.

El mercenario parecía un poco apurado, pues solo pudo sacar de su bolsa unos cuantos favores de bronce, insuficiente para pagar el precio acordado. Rebuscó entre sus bolsillos sin éxito.

— Sirve cena a los chicos —dijo finalmente el mercenario—. Tengo algunos dracones en mis alforjas, ahora vuelvo.

—Yo puedo... —empezó a decir el chico más mayor, antes de ser interrumpido por el hombre.

— Quedaos aquí, reponer fuerzas enseguida vuelvo.

Extraño, pensó Nova. Pero no sería el primer viajero que se quedaba sin fondos. Los chicos se sentaron cerca de la barra. Inmediatamente la músico se desató la correa de su instrumento, y se acercó a la barra para pedir otra bebida. Pero lo que realmente buscaba era aproximarse a ellos e intentar escuchar lo que dijeran. Para su sorpresa las únicas palabras que intercambiaron eran en un idioma completamente distinto a lo que alguna vez había escuchado. Le pareció precioso, como si los sonidos se deslizaran con suavidad, acariciándose las palabras las unas con las otras. No pudo evitar pensar en lo maravilloso que sería cantar en aquella lengua. Por desgracia ella no fue la única en percatarse de aquel idioma.

La marca del protectorWhere stories live. Discover now