눈을봐⠀:⠀Me gustaría poder ver
⠀⠀⠀tus ojos algún día, sólo para
⠀⠀saber si son como el resto de ti. ❞
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Daniel se encuentra ahogándose en mares blancos, pero felizmente seguirá haciéndolo si eso significa que puede s...
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No era un día particularmente caluroso, ni el sol se dejaba ver entre las innumerables nubes que cubrían el cielo a primera hora de la tarde, pero a pesar de la brisa fresca y la lluvia que estaba a punto de llegar, Daniel y su clase estaban afuera. en la pista de atletismo, cada uno con su chándal, algunos en pantalón corto pero la mayoría en pantalón largo. Daniel formaba parte de la minoría con su elección de uniforme, pronto se dio cuenta una vez que entró al campo que rodeaba la pista, cubriendo su torso en lugar de sus piernas con una sudadera con capucha cerrada sobre la camiseta.
El viento no era demasiado fuerte en su piel expuesta, aunque dio un ligero escalofrío cuando se hizo mínimamente fuerte, pero cuando divisó una cabellera rubia demasiado familiar, su mandíbula se tensó.
Jay había optado por usar los pantalones cortos, como él, pero no se molestó en compensar la desnudez de sus piernas con un chaqueta, quedándose con los brazos al descubierto y con el pecho vestido únicamente con la impoluta camiseta blanca que llevaba.
Daniel frunció momentáneamente el ceño ¿No sentirá demasiado frío? Y entonces parpadeó, miró fijamente, y se dio cuenta de que con los tonos gris con los que parecía estar cubierto el mundo, Jay parecía aún más pálido, su cabello de un rubio más natural, y su expresión algo más sombría. Quizá algo iba mal.
El moreno interrumpió su momento de admiración para correr hacia el otro, con una sonrisa ya dibujada en los labios antes de tocar el hombro de Jay y darle una palmada en la espalda en señal de saludo. Jay se sobresaltó por la abrupto de eso y Daniel estuvo seguro de haber oído un sonido sordo enredado en su jadeo, que por un instante le hizo imaginar cómo sonaría la voz del mayor, cómo diría su nombre.
Reforzó su sonrisa, ahora no era el momento de dejar que su mente divagara.
──Jay, ¿Está todo bien?
Daniel tomó nota de cómo cualquier rastro anterior de tristeza se había disipado de cada centímetro del rostro del chico e incluso si le confundía, se alegró de ver la mejora genuina.
──¿Estás bien? ¡Eso es bueno! ¿No vas demasiado mal vestido para este clima? No quisiera que enfermaras.
Los labios brillantes sonrieron más, las orejas rosadas pasaron desapercibidas para el moreno que las había causado.
──¿Hm? ¿No tienes frío? Aun así, ten cuidado──continuó Daniel, con el ceño ligeramente fruncido──Si necesitas mi chaqueta, solo pídemela, Jay. Tengo mis pantalones deportivos en el vestuario.
Ante el ofrecimiento, las fresas y la crema se mezclaron en las mejillas altas de Jay, sus ojos brillaban con una alegría que Daniel no podía ver más allá del fino cabello que los enmascaraba, pero el rubor que adornaba el rostro de su amigo fue suficiente para hacer florecer uno propio con la misma fuerza y a la máxima velocidad.
Daniel soltó una risita tímida y se frotó la nuca con ansiedad mientras miraba sus zapatillas, las que le había regalado la persona que tenía delante. Jay siempre había sido extremadamente generoso con Daniel, tanto con su dinero como con su tiempo. El moreno no podía recordar un solo día en que Jay le hubiera abandonado a su suerte, ni un instante durante el cual fue egoísta y no consideró a Daniel primero. Aquél pensamiento hizo que el corazón de Daniel galopara como un caballo desbocado en una tierra inmensa, y sus ojos se abrieron de par en par al comprender por qué se sentía así.
Lo encontraba atractivo, se sentía tímido cuando estaban solos, se sonrojaba por cosas tontas como sonrisas y caricias, su incontrolable necesidad de ver cómo el chico hacía incluso las cosas más simples como prestar atención a una lección, Daniel estaba enamorado de Jay y no tenía ni idea de qué hacer.
Levantó la vista al oír el silbato de su entrenador, segundos antes de que éste les diera un número de vueltas para correr y soplara por segunda vez en aquel objeto infernal, enviándolos fuera.
Jay le miró con el calor aún en sus mejillas, un aura de felicidad flotando en el aire y envolviendo la mente inquieta de Daniel. Daniel se sintió rápidamente apaciguado, la carrera de sus preguntas se detuvo hasta que todo lo que pudo pensar fue, está sonriendo.
El rubio empezó a seguir al resto de la clase que había empezado sus vueltas, indicando en silencio a Daniel que le siguiera con una mano impecablemente esculpida, una de mármol, coronada por dedos largos y bordes desgastados.
Quiere que corra con él.
Daniel sonrió, alcanzando instantáneamente al otro hasta que se acomodaron a un ritmo constante, uno al lado del otro, con los cabellos moviéndose a cada paso, pero los de Jay seguían siendo una cortina impenetrable sobre sus ojos. La visión hizo que el más joven sintiera una punzada de anhelo y entonces soltó una carcajada, pues creía que la forma de ser de Jay era entrañable. El chico se quedó momentáneamente sin saber qué había sido tan divertido y, curioso, ladeó la cabeza, a lo que el estómago de Daniel respondió con una voltereta.
──Tu cabello──dijo, empujando su nariz en dirección a él, ignorando la forma en que de repente sintió tres veces más calor que antes──De alguna manera nunca se mueve.
Jay se encogió de hombros ante eso y Daniel suspiró, con los labios aún curvados por una sonrisa, incluso si estaba mirando hacia adelante.
──Me gustaría poder ver tus ojos algún día──se permitió confesar con una voz tan ligera que se la llevó el viento──Sólo para saber si son como el resto de ti.
Una obra maestra.
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