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Casi se me salen los ojos de la cuenca cuando leo el mensaje de Fran: 'Voy a tu casa, he encontrado una cosa y tenemos que hablar". Con eso, para mí, ya era suficiente. Ha encontrado la carta a saber dónde y, ahora estaba viniendo hacía aquí para hablar sobre ello, porque así es él, siempre queriendo hablar las cosas para solucionar lo que suceda.

—¡Papá, si viene Fran dile que no estoy! —le grito desde mi habitación, no escucho su respuesta pero tampoco espero una.

Empiezo a vestirme con rapidez, poniéndome un chándal de color azul eléctrico que me compré hace poco, me ato los cordones de la bamba y los toques en la puerta de entrada se hacen presente. Mierda. Escucho como mi padre abre la puerta y al segundo se cierra, suspiro, creyendo que le ha dicho que no estoy y se ha ido sin más, en cambio, al segundo escucho como Fran y mi padre hablan. No reconozco bien lo que dicen, así que, pego mi oreja a la puerta, dándome cuenta de que están susurrando entre ellos. Ay, joder.

Abro mi ventana y miro hacía a bajo, recordando todas las veces que hice esto de adolescente, miles o millones de anécdotas con Fran se me vienen a la cabeza. Agarrando aire, saco un pie a la baldosa de fuera y, con todo el cuidado del mundo, saco el otro pie, empiezo a bajar con lentitud y en silencio absoluto, hasta que salto al césped, que caigo como una bolsa de patatas a la hierba.

Me levanto como si no ha pasado nada, mirando a la calle por si alguien me ha visto, me alivio cuando veo que no hay nadie, me giro hacía atrás, encontrándome con la ventana que da al salón, mi padre y Fran mirándome con extrañez, esté primero está señalando con su dedo índice hacía arriba, frunzo el ceño, ¿le está chivatando que estaba arriba?

Olvido el irme corriendo cuando Fran alza su mano, enseñando el papel con el qué hice la carta.

«Tierra trágame y escupeme en Paris.»

—¿Eres tonta? —pregunta de mala gana, al salir de mi casa— ¿Y si te hubieras roto una pierna, Kai?

—Yo lo controlo. —respondo, él bufa.

Me quedo sin saber qué hacer, qué decir, o cómo sentirme.

—Has parecido una croqueta.

—¿Una coquette? —cuestiono, escondiendo mi sonrisa nerviosa, él me mira casi enfadado.

—Una tontett. Sube al coche. —señala, niego con la cabeza.

—No puedo, he quedado con... —vamos Kai, piensa rápido— Con Juani. —asiento con mi cabeza, decidida.

—Lo entenderá, créeme.

—No creo, se le ha muerto el hamster y está triste, se le ha caído de un quinto. —él me frunce el ceño, me agarra del brazo y me hace caminar hacía el coche.

—Ni siquiera vive en un quinto, Kai. —me regaña, abriendo la puerta de copiloto.

—Que no, que no me subo. —me niego rotundamente— Que me da miedo, Fran. —le confieso.

—¿Estarás de joda, no?

—No, es verdad. Me voy a subir al coche y vamos a hablar de lo qué pone en la carta, te voy a perder cómo mejor amigo, te vas a alejar de mí y... Mira, olvidemos esto, ¿sí? —le pido, nerviosa a más no poder— Tira la carta, quemala... Haz lo que quieras pero, por favor, no me hagas esto.

—Tu estás mal de la cabeza, lo digo en serio. —responde, mirándome como si estuviera loquísima— Sube al coche, Kai.

Resoplando, me subo al asiento, él cierra la puerta y da la vuelta hasta su asiento, cuando se pone el cinturón, arranca y me lleva a saber dónde.

Estoy a punto de poner la radio cuando él me entrega la carta, la miro por unos segundos:— ¿Qué? ¿Quieres que la tire? —pregunto, niega con la cabeza.

—Quiero que la leas.

—¿Me quieres humillar? —cuestiono, anonadada— Es un montón, Fran. —eso logra hacerle reír.

—No, sólo... léela, quiero escucharlo de ti.

—¿Para qué?... —no me responde, bufo con frustración mientrás lo leo en mi mente— No puedo, lo escribí justo para no tener que decírtelo en voz alta.

Fran aparca, estamos en un parque, el que solíamos venir cuando teníamos ocho y diez años, ninguno baja del coche pero nos quitamos el cinturón de seguridad, me giro hacía él y Fran hace lo mismo. Lo miro a los ojos, sus lindos ojos claros...

—Lo siento. —murmuro— Siento estropear esto.

—Kai, ¿recuerdas cuando tenías quince? Una vez me retaste a que te besará, porque todavía no dabas tu primer beso, ¿lo recuerdas?

—Sí, me eché a correr cuando intentaste.

—¿Por qué crees que lo intenté? —muerdo mi labio inferior, mirando hacía otro lado y buscando una respuesta lógica.

—¿Por qué te daba pena?

—No seas tonta, Kai. —él suspira, veo de reojo su sonrisa divertida— ¿Por qué intentas convencerte a ti misma de que yo no siento lo mismo? Hay señales de que sí. —lo miro de golpe, siento mi respiración irse de mi cuerpo y el corazón me late a tres mil por horas.

—¿Sientes lo mismo?

—Kai, por Dios, —se ríe— tenías dieciséis años cuando, de repente, ya no eras esa niña a la que solía ver como a una amiga.

Subo los pies al asiento, poniéndome nerviosa, la sonrisa me sale sola y si me pongo a pensar, nunca en mi vida pensé que me iba a poner nerviosa por él.

—¿Me estás diciendo que sientes lo mismo? —pregunto de vuelta— Pero tú estabas conociendo a Katherine, ¿qué ha pasado?...

Quiero seguir hablando por los nervios y todos los sentimientos que están ahora dentro de mí pero, Fran no me deja, me silencia cuando se acerca más a mí y corta nuestra distancia de un solo movimiento, juntando sus labios con los míos.

Fran junta sus labios con los míos y yo siento algo que nunca en mi vida había sentido al besar a alguien: mi corazón da un vuelco y mi estómago se llena de mariposas, ¿así es cómo te sientes cuando besas a tu enamorado? ¿Cómo si la vida fuera de rosas? Porque es tal como me siento ahora mismo.

Mary's Song  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora