Capítulo 1- El destino entre llamas de Cobalto

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Cuanto más conozco a los hombres, más admiro a los perros.

Madame de Sevigné.


Calcuta, corazón de la colonia inglesa en el seno del vasto Imperio Británico. Año 1868. 

 Con treinta y un años de vida, siete de ellos dedicados a la noble tarea de ser institutriz, su apariencia desmentía su edad. Su rostro, portador de la gracia de la juventud, mostraba mejillas redondas salpicadas por pecas rojas, en armonía con su brillante melena del mismo color. Con esmero, su cabello se recogía en un moño bajo, al que se le sumaban dos trenzas laterales, como hilos de una historia que aún estaba por desvelarse.

Recién desembarcada en Calcuta, Emma estaba inmersa en un caleidoscopio cultural: la grandiosidad de la arquitectura colonial británica se fusionaba con el bullicio de los vibrantes mercados y bazares indios. A pesar del sofocante calor y la multitud que la rodeaba, ella permanecía serena en el carruaje de alquiler, dejando atrás el caos del puerto. Aunque había pasado varios meses en la tercera clase de un buque transoceánico, su espíritu no mostraba señales de fatiga; la India, uno de sus sueños más anhelados, se extendía ante ella, lista para ser explorada.

Este viaje distaba mucho de las narraciones épicas que había devorado en los libros de historia o de las fantasías tejidas en sus sueños. Era una travesía que se entrelazaba con una aventura genuina, una que le pertenecía de manera exclusiva y singular. Con valentía, había abrazado una oportunidad poco convencional para una institutriz. Desde el fallecimiento de su madre adoptiva, Bethany, y la pérdida de su empleo debido al matrimonio de su última pupila, Emma había aceptado una oferta inusual del vicario de Minehead.

Con cierto nerviosismo, desplegó el papel arrugado que resguardaba la dirección del ilustre vizconde Canning, Gobernador General de la India. Había sido la única en responder a su solicitud, un hecho que no resultaba sorprendente, considerando la osadía necesaria para aventurarse tan lejos de casa y aceptar las exigencias del Gobernador.

Emma Rothinger, o al menos así la habían llamado desde sus primeros susurros de infancia, no encajaba en el molde de mujer común. Criada entre las opulentas paredes de la mansión de los Condes de Norfolk en Minehead, desde temprana edad había aprendido el arte de la autosuficiencia. Ahora, decidida a labrar su propio destino, dejaba atrás a su hermano adoptivo, el futuro Conde de Norfolk, y las lujosas comodidades que la nobleza le ofrecía. No buscaba favores ni se rendiría ante la tentación de convertirse en una joven mantenida por su hermano adoptivo. Prefería mantenerse fiel a sí misma, como una huérfana que, con valentía y determinación, desafiaba al mundo. Al fin y al cabo, esa era su realidad: una huérfana. Sus padres habían perecido trágicamente en un accidente laboral en Portland cuando ella era apenas una niña, y desde entonces, todo lo que había conocido había sido gracias a la bondad y generosidad de los Condes de Norfolk. A ellos les debía la espléndida educación que había recibido y la oportunidad de desempeñarse como institutriz, una noble labor que le otorgaba independencia y la emoción de enfrentarse a nuevas aventuras cada vez que se integraba a una nueva familia, enfrentando retos únicos y diversos.

Esta vez, el ilustre Gobernador General de la India, Nathaniel Canning, había enviado un llamado que resonaba en todo el país en busca de una institutriz. Según los escuetos detalles que había logrado recabar a través del vicario, esta institutriz tendría la encomienda de cuidar a cuatro pequeños. Era una solicitud peculiar para ella, pues comúnmente se esperaba que una niñera se hiciera cargo de tal responsabilidad. Su rol convencional implicaba la educación de las jovencitas de familias respetables, guiándolas hacia la senda de la instrucción, el respeto y la decorosa conducta. La mayoría de las institutrices no se ocupaban de tareas como la selección de vestimenta, la atención constante de los niños o el cuidado de sus necesidades; estas labores solían corresponder a una niñera. Sin embargo, parecía que el Gobernador esperaba que ella asumiera ambos roles simultáneamente. 

El diario de una institutrizWhere stories live. Discover now