Capítulo 7- Quemazón

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La institutriz es como una vela en la oscuridad, iluminando el camino hacia el conocimiento y la virtud para sus pupilos, a menudo sacrificando su propia felicidad en el proceso.

Desconocido.

Después de que su cuerpo se enfriara con el contacto del Gobernador Canning, de sentir que todas sus energías la abandonaban con su roce, Emma perdió el sentido del tiempo y de la realidad. Todo se sumió en la oscuridad y, finalmente, se desvaneció. Su cuerpo se cayó sobre el abdomen de Su Nobilísima sin poder hacer nada para evitarlo.  

No había nada que le apeteciera menos en el mundo que cargar a la señorita Rothinger hasta su alcoba. De hecho, no se le ocurría una manera más indeseada de pasar parte de la mañana que la de tener que avisar al médico para que la revisara. La señorita Rothinger estaba ardiendo, podía notarlo a través de la tela de su vestido que, a decir verdad, era demasiado gruesa para Calcuta. Era un vestido de verano, pero para Inglaterra. En ese país en el que estaban precisaban de algodones mucho más finos si no querían desmayarse como lo había hecho ella.  

¡Lo que le faltaba! Que una completa desconocida, a la que había querido despedir ese mismo día, se enfermera en su propiedad. 

La señorita Rothinger había caído sobre su cuerpo tras intentar cogerla por los brazos, así que se vio obligado a cargarla. 

—¿Qué ha sucedido? —preguntó la señora Manderley en cuanto salió del despacho con Emma en brazos, como si la sirvienta hubiera estado cerca de la puerta todo ese tiempo. 

—Avise a un médico —respondió Nate sin mirarla. La señorita Rothinger, a pesar de que era una mujer de generosas formas, era diminuta y fácil de cargar—. Y asegúrese de que los niños no se enteren de esto, no me gustaría que se asustaran innecesariamente. 

—Sí, Su Nobilísima. Pero no debería cargar con ella, mi señor. Está muy por encima de tener que hacer esto. Si lo requiere, avisaré a un bracero para que lo haga.

—Solo soy un caballero atendiendo a una dama en apuros, señora Manderley. Se ha desmayado cuando intentaba despedirla, y me veo con la obligación moral de auxiliarla —respondió él, empezando a subir la famosa escalinata de Canning's House; fue una idea de Tara decorar la propiedad con esa escalinata y él siempre lo había considerado una idea estupenda, pues le otorgaba a la casa un toque de distinción único con motivos hindúes. 

Tara siempre había pensado en esas cosas. En como hacer de su vida, de su casa y de su familia, un estandarte de su carrera política y personal. 

—Si me permite sugerirle, mi señor —continuó la señora Manderley, siguiéndole los pasos—, quizás no debería apresurarse en tener tantas consideraciones hacia la señorita Rothinger. Tratarla como una dama quizás sea excesivo. Desconocemos el motivo de su desmayo, y quizás no haya usted notado la familiaridad con la que hablaba con el señor Herming. En realidad, no sabemos nada de ella, aparte de su evidente falta de decoro e integridad. Me atrevería a decir que ninguna de las institutrices anteriores se comportó de una manera tan inapropiada como lo está haciendo ella. Es una mujer coqueta. 

Nathaniel enarcó sus dos cejas platinadas mientras avanzaba por la escalinata. No le parecía que la señorita Rothinger fuera una mujer de ese tipo, de esas que intentaban seducir a los hombres. Si bien su comportamiento distaba mucho del que esperaba de una institutriz, no podría llegar a tildarla de coqueta. Al menos, él no la había visto de esa manera.

 La señorita Rothinger tenía un carácter espontáneo y apasionado, era vivaz y transparente, lo que podía inducir a la gente a pensar mal de ella. Pero no había vislumbrado esa clase de maldad en ella. 

El diario de una institutrizWhere stories live. Discover now