Prólogo

14 3 0
                                    

Los árboles se movían tranquilos, nadie se solía adentrar en las profundidades del Bosque de los Lamentos. La gente solía tener miedo con solo acercarse, algunos decían que escuchaban ruidos extraños que provenían del interior, gritos de auxilio o incluso la voz del bosque tentándote a entrar. Sea cierto o no, todas las noches sin luna se contaba la misma historia alrededor de la hoguera...

La ciudad de Frest era una aldea localizada al oeste de la capital, a medio día de travesía a caballo. Vivían rodeados de árboles que se negaron a talar, aunque construyeron ahí su hogar; es por eso que las formas de las casas tenían formas singulares. Algunas eran muy estrechas pero altas, otras imitaban las curvas de las ramas por lo que tenían forma de serpiente. Aunque la casa más imponente de todas se encontraba bordeando un árbol milenario, su forma recordaba a una escalera de caracol y alcanzaba al menos los veinte metros de altura.

En esa última casa no vivía nadie, era más bien un edificio de culto llamado Baow donde todos los habitantes de Frest iban a presentar sus respetos al alba. Nadie sabe muy bien cuando se construyó o a que deidad estaba dedicada. Aunque la madera con la que se edificó tendría más de quinientos años nunca fue necesario restaurarla. Además, poseía otras propiedades místicas, como por ejemplo, si llovía no se mojaba y si la tierra rugía nunca temblaba.

Os contaría que vivían en perfecta armonía, que eran ciudadanos ejemplares del bosque, pero os estaría mintiendo. Cada pocas semanas se sucedían muertes a manos de un lobo que merodeaba por la zona. Normalmente los que tenían un peor destino eran otros animales salvajes, pero poco a poco el ganado fue presa de la bestia. Aunque lo más extraño es que el lobo no se comía a sus presas, sino que les desangraba y luego se bañaba en su sangre y se iba.

Los ataques se hicieron más frecuentes y decidieron dar caza al lobo por temor a que les atacara a ellos ahora, ya que había matado a todos los animales que vivían ahí. Hicieron una reunión urgente donde se votó que se realizaran dos partidas de búsqueda con los mejores cazadores de Frest. Era una decisión arriesgada porque ya no les quedaba ningún caballo para poder ir a la capital en busca de ayuda si las cosas se torcían, se lo jugaron todo a una carta. Solo los cazadores tenían permitido alejarse de la aldea, incluso llegar a la capital por lo que si el lobo les daba caza todos morirían.

Pasaron dos semanas y la gente se empezó a tensarse, no había vuelto a haber ataques por la zona, pero los cazadores tampoco habían vuelto, acaso en esos momentos el lobo, ¿se estaría bañando con la sangre de sus seres queridos? Por temor a tentar a la suerte, decidieron refugiarse todos juntos en el Baow mientras rezaban por el destino de los cazadores. Hicieron turnos rotatorios para vigilar la entrada del edificio y para salir a los alredores a buscar hierbas comestibles y hortalizas que había al otro lado de la ciudad.

La pequeña Nina intentaba escabullirse de las tareas, casi había alcanzado los ocho años, pero soñaba todas las noches con que el lobo la devoraría. Por eso cuando le tocó ir al huerto con su padre se agarró a él en todo momento mientras miraba desconfiada hacia los árboles y al ruido de las aves. Una vez que reunieron todos los alimentos necesarios Nina oyó un rugido junto con un grito de auxilio, soltó la mano de su padre y se echó a correr despavorida, para llegar lo antes posible al Baow. Sin embargo, en su estado no se fijó si su padre le seguía los pasos.

Cuando llegó a las puertas de Baow casi no podía respirar, iba a golpear la puerta para entrar y los gritos se volvieron a escuchar mucho más cerca, el sonido venía de dentro del edificio. Se asomó a una de las ventanas y vió al lobo bañándose con la sangre de su pueblo. Los había matado a todos, buscó desesperada a su padre con la mirada, no se acordaba de como se había soltado de su agarre. Tenía que encontrarlo antes que el lobo, tenían que escapar. 

Nina corrió sobre sus pasos de vuelta al huerto por si su padre todavía seguía ahí, por si estaba cargando con demasiada comida, pero cuando llegó no encontró nada, la comida estaba desperdigada por el suelo. Pensó todo lo rápido que pudo y se le ocurrió la idea de que a lo mejor se había refugiado en casa, ya que apenas estaba a unos cuantos árboles de distancia. Se repetía una y otra vez que estaba bien que lo iba encontrar, que podían salir de esta. Cuando llegó a casa y subió las escaleras hacia el dormitorio principal, finalmente lo encontró. Estaba sentado en su sillón favorito, pero estaba cubierto de sangre, la bestia estaba esperándola.

Aunque ya hacía tres lustros que la ciudad de Frest había desaparecido bajo extrañas circunstancias, nunca llegaron a encontrar a la bestia que los atacó. Desde la capital se llevó una investigación exhaustiva de lo que había pasado y determinaron que debía de ser un depredador solitario aunque nunca lograron encontrarlo. Teniendo en cuenta esta masacre, los pueblos de alrededor levantaron muros altos para impedir la entrada de la bestia. 

Pero nunca pensaron que a lo mejor tendrían que protegerse más de lo que había dentro de sus muros que de lo había fuera.

La última canciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora