Parte 1

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Nota de la autora:

Para que esta precuela calzara bien, tuve que hacer una modificación menor, y es que la mamá de Agnes murió cuando ella tenía 20, no 18 como dije en YOU, lo corregí, había calculado mal, lo siento! Entonces cuando comienza el fanfic, la mamá de Agnes murió hace 8 años y Rosie tiene 7, o sea murió un año después de que ella nació, por si no estaba claro, eso. 



Pedro recordaba el día en que su mejor amiga se había ido como si fuera una tragedia, y lo había sido, hasta su adultez, siempre seguía pensándolo así, pese a que con los años ella decía que había sido una tontería y que estaba feliz.

Si lo que había pasado pasara en la actualidad, sería muy diferente, si los padres de Ana hubieran sido realmente padres la habrían cuidado más. No es que fuera una atrocidad, pero sí un descuido, uno que pudo haberse evitado, pensaba él mientras la veía caminar hacia las puertas de embarque de su vuelo hacia Londres, tenía 16 años cuando se fue.

Allí parado en medio del aeropuerto, con las manos en los bolsillos, se maldijo por haber sido un cobarde y vio sus ojos por última vez en muchos años, llenos de lágrimas, despidiéndose, diciéndole que lo iba a extrañar.

Pero ella no tenía idea de la pérdida que había sido para él. Se sintió solo a penas vio el avión despegar a través de los ventanales del aeropuerto que daban a la pista de aterrizaje. "Cuando seas famoso ni te acordarás de mí", le había dicho Ana a modo de chiste, pero estaba equivocada porque siempre tendría un lugar en su corazón.

–Jamás la hubiera dejado irse así. –dijo su madre poniendo una mano sobre su hombro. –Tan joven, a otro país y con un bebé en camino.

Pedro se giró hacia ella conteniendo la respiración para no llorar, pero Verónica lo conocía tan bien que bastaron unos segundos para que notara su tristeza.

–Mi amor, ¿cómo está tu corazón? –le dijo sujetándole las mejillas, él desvió la mirada no queriendo hablar. Jamás diría que estaba destrozado, se sentía tonto, débil, estúpido. –Sé lo que estás pensando.

–No es cierto... –murmuró alejándose de ella. –Vámonos a casa.

Ana era la persona más terca que había conocido en sus 17 años de vida, desde ese día en el kínder cuando había perdido un diente por columpiarse tan alto entendió que era una loca.

Pedro deseó jamás haberse acercado a ella, no se sentiría tan mal como ese día. Pero recordaba a la perfección cómo se habían conocido y recordaba incluso el sabor del chicle que le había pegado en el cabello el primer día de clases.

Ella se echó a llorar cuando escuchó a la profesora decir que no tenía arreglo y que tendría que cortarse el cabello y Pedro no había reparado en sus bonitas ondas castañas hasta ese momento. Su madre lo había llevado de una oreja a disculparse por lo que había hecho al día siguiente, pero para entonces, Ana ya tenía el cabello hasta los hombros y sus ondas habían desaparecido.

Desde ese momento habían sido uña y mugre. Pedro sabía todos los secretos de Ana y Ana sabía todos los secretos de Pedro. De hecho, Pedro fue el primero en saber que se había embarazado.

Se lo había dicho en la playa unas dos semanas antes de irse, cuando su familia la había invitado de vacaciones por unos días a una pequeña residencia que tenían en Cachagua, a unas horas de Santiago de Chile.

Pedro se había quedado helado, la menor preocupación era que Ana cuidara un bebé, la peor era lo qué dirían sus padres. Él decía que eran malas personas, Ana siempre tenía moretones, no les importaba si llegaba tarde a casa o si había comido, al menor inconveniente recibía un golpe.

No quería ni pensar qué dirían cuando se enteraran de que se había involucrado con alguien mayor, Jim tenía 25 años entonces. No era mala persona, pero Pedro lo odiaba, desde ese día dejó de considerarlo su amigo.

–¿Estás segura? –le había preguntado con preocupación. –¿Qué vamos a hacer?

–¿Qué vamos a hacer? ¿Qué voy a hacer? Por favor no se lo digas a nadie, ni siquiera a tu madre.

–Mamá nos puede ayudar. –había protestado. Pero Ana negó y no pudo contener las lágrimas.

–Se van a enterar, lo quiera o no, se van a enterar. –decía llorando.

Verónica adoraba a Ana y a Pedro le agradaba eso, la cuidaba como si fuera una de sus hermanas, le compraba ropa y le ayudaba a peinarse cuando había algún evento en la escuela.

Dicho y hecho, a la semana siguiente, Ana tenía un moretón en su mejilla y un inminente viaje hacia el otro lado del océano. Su padre la había obligado a casarse con Jim, y en vistas de que él tenía que regresar a Reino Unido para hacerse cargo del negocio familiar, la boda sería en Londres, lejos de todo lo que ella conocía.

Ana siempre hablaba de lo mucho que quería irse, salir de esa ciudad, lejos de sus padres, pero Pedro jamás pensó que sería de esa forma.

Los primeros meses, no quiso responder sus cartas, estaba molesto, sentía que había sido abandonado a su suerte y para siempre.

–Deja de ser tan dramático. –le había dicho su hermana Javiera. –Estás a punto de irte a la Universidad y te la pasas en tu habitación escuchando música triste. Búscate otra mejor amiga.

Pero nadie podía llenar ese vacío.

No fue hasta un año después que Pedro le escribió, cuando recibió una postal de Agnes, con dos meses de nacida. Tenía ojos grandes y una mirada que le había hecho gracia.

–Parece que te está juzgando. –había dicho Verónica cuando vio la foto. –Va a ser una sabelotodo. –predijo.

Pedro no se había resistido y se le escaparon unas lágrimas cuando le escribió, le dijo lo mucho que la extrañaba y que había estado molesto por 12 meses. Ana le respondió que lo sabía, pero que no dejaría de molestarlo.

A partir de allí, esperaba con ansias el correo, sus cartas llegaban cada dos semanas y siempre tenía mucho que decir. Pedro se saltaba las partes en las que hablaba de Jim, pero disfrutaba cuando le contaba sobre Agnes o sus amigas de Londres. Siempre le preguntaba cuándo la visitaría, pero los boletos eran tan caros que Pedro no sabía qué responder.

Así pasaron los años, y no fue hasta que su madre falleció que la volvió a ver. Ese había sido el día más triste de su vida y no se esperaba para nada que ella cruzara la puerta esa noche. Ambos habían crecido, pero Pedro la reconoció inmediatamente cuando se acercó a él.

–Hola... 

Y O U [Pedro Pascal / Precuela] TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora