Parte 6

115 14 1
                                    

Ana jamás le contó a nadie lo que había pasado y algunos meses después, intentó escribirle a Pedro como si nada, pero las cosas eran diferentes cuando él le respondió.

Después de ese beso, ella había intentado no pensar en esos sentimientos, no podía ser, estaba mal y guardaría el secreto hasta la tumba, como si hubiera hecho algo horrible.

Pero parecía que él había sucumbido y le dijo toda la verdad. "¿Recuerdas el verano antes de irte? Estuve a punto de decirte que no lo hicieras, de que no te fueras con él", decía la carta.

"Quiero escucharte, incluso si es para decirme que estoy loco".

Pasaron varios días hasta que lo llamó. Agnes estaba en la escuela y Jim en el trabajo. Estaba furiosa con él y esperó impaciente a que respondiera la llamada.

–¿Hola?

–¿Qué carajos es eso que acabo de leer?

–Ana... –Pedro parecía confundido del otro lado de la línea.

–¿Y bien?

–Es la verdad. –le dijo. –Traté de decírtelo... muchas veces.

–Pues no debiste hacerlo, Pedro. ¿En qué estabas pensando ese día en mi casa?

–¿En qué estaba pensando? –parecía que él se había molestado también. –En nosotros.

–Arruinaste nuestra amistad.

–No parecía como que no quisieras estar allí. –reclamó él. –¿Qué hubiera pasado si Sara no hubiera estado allí? –Ana apretó los labios.

–Me hubiera ido a casa.

–Ana... –Pedro suspiró antes de continuar. –Sólo quería ser sincero contigo, ¿bien? Aunque me sorprende que no lo hayas notado antes.

–¿Por qué iba a pensar algo así?

–Porque te di todas las señales, maldición... ¡todo el mundo pensaba que acabaríamos juntos!

–¡No todo el mundo!

–Incluso Jim.

–¿De qué estás hablando?

–Me lo preguntó, me lo preguntó antes de invitarte a salir. –Ana contuvo las lágrimas, se sentía tonta. Sentía como si se hubiera perdido una parte de su vida.

–¿Por qué no se lo dijiste? –le preguntó con la voz quebrada. –¿Si estabas tan enamorado de mí? ¿Por qué no se lo dijiste?

Pedro permaneció en silencio unos segundos.

–Tenía miedo. –confesó. –No quería que... las cosas cambiaran.

Maldito cobarde, pensó Ana apretando el teléfono entre sus dedos.

–Hiciste que cambiaran de todas formas. –le dijo antes de cortar.

Pedro regresó la llamada varias veces, pero Ana retrocedió en el pasillo hasta que su espalda tocó la pared y se deslizó hacia abajo mientras dejaba que el llanto la consumiera.

Lo supo todo ese tiempo, pero omitirlo había sido la forma de no pensar en ello mientras se alejaba tan joven de la única persona a la que amaba cuando tenía 16. Lo había negado hasta convencerse, hasta que se había enamorado completamente de Jim, sentía que su relación con él había significado construir un enorme muro entre ella y su pasado y le había tomado muchísimo trabajo hacerlo.

Pero cuando Pedro la besó ese día, el muro se había derrumbado como si estuviera hecho de cualquier cosa, frágil e inestable. Así se sintió.

Si Pedro se lo hubiera dicho antes, Agnes probablemente no existiría y odió esa idea. Ella era todo en su vida, y ahora también lo sería la otra bebé en camino, de la que Pedro no tenía la más mínima idea.

Por un momento se imaginó dejando a Jim, la casa de sus padres todavía no tenía un comprador, pero con ese dinero, podría irse a Chile con Agnes, vivir allí, estar cerca de Pedro. ¿Era una locura?

Por supuesto que lo era.

No podía hacerle eso a Jim, él la adoraba. Habían pasado por tanto juntos que el sólo pensar en abandonarlo le hacía querer vomitar. Pero se creía capaz de hacerlo, de escapar, y eso la asustó.

Así que decidió no volver a hablar con Pedro. No valía la pena, a diferencia de ella, él había pensado en el qué hubiera pasado durante todo ese tiempo y eso la destruyó.

Lo había hecho sufrir. No se lo perdonaría, pero deseó que, al menos, esa fuera la última vez.

Pasaron muchos años hasta que Pedro volvió a saber de ella y ese día se sintió como un sueño, una pesadilla.

Cuando contestó un número desconocido, esperando una llamada de trabajo que no tenía nada que ver con lo que estaba a punto de escuchar y oyó la voz de Jim del otro lado, supo que algo andaba mal.

Pedro apenas pensaba en Ana para entonces, le había costado llegar a eso, tener tranquilidad después de su última conversación. Se culpaba por haber arruinado su amistad, pero con el tiempo aceptó la idea y dejó de sufrir, hizo otras cosas, pensó en otras personas, había logrado una estabilidad difícil de construir, que casi se desmoronó por completo en cuando se enteró de que había muerto.

Y no solo eso, había muerto hace ocho años y él no tenía ni la menor idea.

–¿De qué estás hablando? –Pedro estaba en Chile esa semana por el cumpleaños de su padre y recibió la noticia en medio de la fiesta. Su rostro palideció en cuanto Jim pronunció esas palabras y dejó la copa en la mesa antes de ponerse de pie para entrar a la casa, donde había más silencio que en el patio trasero.

–Tenía cáncer. La diagnosticaron después de que Rosie nació. –Jim parecía tan tranquilo que lo hizo enojar.

–¿Por qué no me llamaste antes? –Pedro se llevó una mano al estómago y se sentó en el sofá de la sala, le temblaba todo el cuerpo y quería vomitar.

–Me pidió que no lo hiciera, intenté convencerla, pero...

–¡No me importa lo que ella quisiera! –Pedro se puso de pie y caminó por la sala sin saber que hacer. Si pudiera, se escondería en un agujero pequeño y oscuro y no saldría de allí hasta olvidar esa noche, hasta perder la memoria.

Estaba feliz hace unos minutos atrás. Estaba feliz aún sin ella en su vida.

Le había costado tanto conseguir eso que en un impulso, pateó la mesa de centro y algunas cosas cayeron al piso quebrándose. Javiera, que había entrado detrás de él, se quedó de pie en el pasillo mirándolo con confusión.

–¿Qué ocurre? –Pedro dejó caer el teléfono al piso sin siquiera cortar la llamada y se llevó una mano al pecho respirando con agitación. Le temblaba el labio y tenía los ojos llenos de lágrimas cuando su hermana se acercó para contenerlo.

No podía ni siquiera quedarse quieto, primero se alejó y la empujó sin poder hablar. Sentía que moriría, o se desmayaría, tenía los dientes tan apretados que le dolían las encías. ¿Cómo es que no se lo había dicho?

–Pedro... –Javiera levantó ambas manos en el aire tratando de que la mirara. Se le hizo un nudo en la garganta al verlo así, parecía un animalito acorralado y asustado.

Puso una mano en su hombro con cautela y finalmente sus ojos perdidos conectaron con los de ella.

–Ana está muerta... –le dijo antes de romper en llanto. Su cuerpo se sacudió por los espasmos cuando ella lo abrazó. –Está muerta. 

Y O U [Pedro Pascal / Precuela] TERMINADAWhere stories live. Discover now