Carta 6: Señora de Nada - Parte II

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Camino junto al precipicio infernal, ómnibus bajo la catarata de agua y barro, sábado

Estimada Demon del pasado remoto:

Heme aquí, reportando en vivo desde el ómnibus en donde estamos encerrados hace no una, no dos, sino seis horas. SEIS. S E I S. Llueve como si fuera el diluvio universal, aquí dentro hace un calor casi grosero, hay olor a... bueno... humanos encerrados... y la gente tiene un fastidio tremendo. Por suerte somos pocos y nos hemos desparramado en los asientos para no vernos a las caras y ladrarnos.

Estoy sentada en la anteúltima hilera de asiento, junto a la ventanilla, viendo cómo en la fila de atrás el señor Cara de Nada refunfuña y da vueltas sin poder descansar. Es cuestión de tiempo para que dé un mal giro y se vaya de cabeza al suelo. Aprovecho el tiempo para escribirte, pero con un ojo en el susodicho, porque no me quiero perder su cara después de estrellarse.

Sigo contándote desde el jueves pasado. Tal como te dije, pensábamos ir de picnic a un lago que ya no recuerdo cómo se llama, pero a medio camino se largó a llover y tuvimos que cambiar de destino. La mitad del grupo decidió volver al palacio a disfrutar de la piscina interior y las atenciones de los mayordomos, mientras que algunos aventureros decidimos que la lluvia no era suficiente para detenernos y terminamos en una visita improvisada a los Jardines Mandore. Compramos unos paraguas en un puesto callejero (desaparecieron los puestos de polvos de colores y surgieron los de paraguas como por arte de magia), pagamos y entramos chapoteando a ese lugar de mierda. Y no, no hay otra forma de decirlo: ese lugar es una mierda.

No me malinterpretes: es lindísimo, pero está muy mal cuidado. El lago artificial que tiene dentro esta repleto de basura (¿por qué demonios la gente es tan descuidada? ¡Es un monumento!), y como si eso no fuera suficiente, está lleno de monos lagures que lo único que hacen es fastidiar y hacer del nro. dos por todos lados. Son una peste. Creo que esos monitos acaban de subir al Top 3 de Cosas que Odiamos: las aves, los lagures y los conejos. No, aguarda, los conejos van segundos. Por Jebús que odio a esas bolas esponjosas orejonas diabólicas. Volviendo a los lagures; estaba perdiéndome la mitad de las esculturas del Salón de los Héroes por mirar el suelo para no terminar enterrada en una pila de excrementos cuando uno de esos monos desgraciados saltó sobre mi paraguas. Me pegó un susto de muerte que me hizo gritar como una de esas chicas de las películas de terror que corren hacia el sótano oscuro en calzones para que el asesino la descuartice. Solté el paraguas, la botella con agua y la barra de coco que acababa de abrir y comenzaba a disfrutar, y antes de que las cosas siquiera tocaran el suelo, otros tres monos salieron de la nada misma y se lo llevaron todo. Abrí la boca para gritarles cuando vi que el mono que saltó al paraguas estaba junto a mí sobre una estatua. Lo miré. Me miró. Nos miramos. Se estiró sobre la estatua y me dio un cachetazo para la historia.

Sí, como lo lees. Me emboscó un grupo comando de monos.

Podría haber soportado que se llevara el paraguas, o el agua... pero me sacó la barra de coco... ¡MI barra de coco!. Perdí los estribos, y cegada por la ridiculez de la situación (y las risas de los que estaban conmigo cuando pasó) salí corriendo del cenotafio en el que estaba para perseguir a los monos. Pasé como una flecha por entre un grupo de gente, y vi que el mono entraba en un monumento a unos metros. Aceleré, pegué un saltito para esquivar un montón de excremento... pero definitivamente no vi el otro montón que estaba justo donde apoyé los pies. Resbalé y me fui de culo al barro, obviamente. Y cuando digo barro, quiero decir barro y todo lo que andaba en el suelo del mismo color y consistencia...

Quedé mirando el cielo encapotado y sintiendo la lluvia en el rostro. Abrí los ojos y descubrí a Adam mirándome desde arriba con una sonrisa de oreja a oreja. —Ésa fue, probablemente, la cosa más absurda y graciosa que vi en la vida —comentó sonriente, y me estiró la mano para ayudarme. De más está decir que le dije de todo menos bonito, con gesto obsceno incluido. También sugerí para qué podía usar su mano mientras el guía me levantaba del suelo y Patricia me rogaba que me callara.

Se puso rojo de la furia. No me contestó una palabra, pero tampoco lo necesitaba: tiene una mirada que irradia desprecio cuando está enojado. Salimos del jardín y el guía me comunicó, con un dejo de disfrute en su sonrisa, que no podía subir tan sucia al ómnibus porque apestaba horrible. Terminé bañándome con el agua que caía de una canaleta, y cuando estuve semi-presentable me subí al ómnibus chorreando agua y haciendo ñic ñic ñic a cada paso que daba. Me senté y un inmenso charco apareció bajo mis pies... y todo era tan ridículo que de pronto me encontré riéndome de mí misma junto con todos los demás. 

¿Sabes? Trato de pensar en alguna otra oportunidad en la que me reí de mí misma tanto como ese día y no recuerdo ninguna. Fue un alivio y se sintió realmente bien no tomarme todo tan trágicamente, y en cuanto me di cuenta que había actuado como una malcriada insoportable con Cara de Nada (aunque estaba burlándose de mí) decidí disculparme. Intenté acercarme cuando llegamos al palacio, pero estaba envuelto en ese halo de maldad que tiene a veces, que la verdad... temí acercarme. 

Aguardé hasta la cena para volver a intentar. Esa noche el palacio nos obsequiaba una cena temática, repleta de comida yummy yummy y bailes de distintas épocas de Jodhpur. Me acerqué a la galería donde cenaríamos ataviada con un vestido muy suelto que me obsequió mamá; lleno de estampados en rojo, blanco, negro y beige. Ahora que me he bronceado me queda más bonito, pero tampoco lucía tan mal cuando estaba de color blanco fantasma. Nos tomamos fotografías con todo el mundo mientras buscábamos a los muchachos para sentarnos justos. Los encontramos en una galería anexa observando las fuentes talladas en mármol. Estaban preciosos, con pantalones de vestir, camisas entalladas y zapatos perfectamente limpios. Me pregunto si él se ve así cada día, en su trabajo... si sonriera de vez en cuando sería imparable. No voy a mentirme, y tampoco me voy a mentir: es muy, muy atractivo. Tiene ese tipo de encanto... como si fuera un príncipe. Él es el príncipe del cuento en el que estás, pero tú no eres la princesa, sino una triste plebeya. Es algo bello para admirar de lejos, y soñar, pero nunca nunca nunca para tocar. Aún así, se disfruta viéndolo a la distancia.

Ojalá no me hubiese cuidado cuando me descompuse aquella noche. Desde aquel día no puedo dejar de pensar en lo triste y frío que está, y en lo dulce que fue. Pienso en qué podría hacer para ayudarlo, pero meto la pata cada vez que me quiero acercar, y él se aleja... o lo intenta. Tal vez debería esforzarme y alejarme también. No quiero pensar que es demasiado tarde para separar los caminos y seguir solos, pero luego de lo que sucedió anoche, no sé...

Oh Demon, no sé. Ni quiero. No lo quiero lejos.

El conductor del ómnibus acaba de comunicar que partimos en cinco minutos, ya que las dulces vaquitas que estaban haciendo noni en el camino ya se despertaron, así que debo dejarte. Terminaré de contarte luego, pero para que te des una idea de cómo inició la noche de la fiesta (es decir, anoche), en cuanto nos acercamos a saludar a los chicos y les dijimos que estaban guapísimos, Adam me miró con su cara de disgusto, se acercó a mí, inhaló cerca de mi cabello y comentó con descaro:

—Para mí sigues oliendo a mierda de mono 

Y con esa muestra gratis, me retiro.. Te quiero :)

++Frankendemon, plebeya vitalicia atacada por los monos++

P.D: el ómnibus arrancó y desapareció de la fila de atrás con un sonoro BUM. Se levantó con el brazo derecho y la cara sucia de Jebús sabe qué cosa. Apesta a rayos y ya está de un humor de los mil demonios. Pensé que iba a ladrarme, pero me consultó si tengo sueño o si necesito algo con una sonrisa de lo más dulce. Mierda, ¡¿quién lo entiende?! me saca de las casillas... pero cómo me gusta.

Cartas a un DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora