Carta 13: La Cena - Parte I

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Castillo von Frankendemon, Atlanta, miércoles

Mi querida:

¡LLEGAMOS A CASA! ¡¡SI!! Gracias Señor por Atlanta. Nunca voy a volver a quejarme del calor, la humedad ni los mosquitos. Ni de los provincianos. Nunca nunca nunca.

Desde el aeropuerto donde me recogieron papá y mamá hasta hoy debo haber saludado al menos a mil quinientas personas. Todos me felicitan por mi bronceado y dicen que estoy bellísima, excepto cuando sale a relucir el tema de que estuve en Londres y que, oh casualidad, tengo un novio inglés... entonces indefectiblemente estoy algo paliducha y necesito urgentemente ganar unos kilos. No tiene sentido alguno, pero hay muchas cosas que no tienen sentido aquí, y así me gusta. Ejemplo: mis perlas. Las dejé en el apartamento, porque ¿quién rayos va a usar perlas en India, por el amor de Jebús?. Tal como dice mamá, y eventualmente su madre y la madre de su madre, las perlas van con todo. Y me complace disentir, porque no es verdad mal que les pese. No puedes usar perlas mientras estás luchando con tu mochila, recogiéndote el pelo sucio (propio y ajeno), los pantalones abolsados y las sandalitas de plástico en la estación del tren. Ni siquiera la abuelita me hubiera dejado pasar eso, como tampoco me hubiera dejado pasar el hecho de que repentinamente, y casi de la nada, recuerdo a cada instante que tuvimos un imprevisto y Adam tuvo que quedarse en Londres.

Y de un segundo a otro me pongo a llorar, porque lo extraño demasiado.

No quiero llorar delante de Cosmo, ¿sabes?... siento que estoy faltándole el respeto. Porque él esperó aquí; y aunque estuvo cómodo y tranquilo, estaba solo. No merece que no le preste atención por estar llorando, pero qué rayos... no puedo parar.

Lo extraño terriblemente. Tremendamente, y aunque suene exagerado, dolorosamente. Han pasado tres míseros días desde que nos separamos, pero duelen como si fuera un mes. Extraño su carita sonriente, y también sus muecas de disgusto. Extraño tener que quitármelo de encima por las mañanas, cuando se pone caprichoso y no quiere levantarse a desayunar. Daría lo que fuera porque estuviera aquí, estirado encima mío como estrella de mar, tratando de esconderse en la almohada para que no lo vea reírse mientras trato de zafarme de su peso.

Cada vez que hablamos hago lo posible por controlarme, pero no puedo. Trato de parecer alegre y me desespero porque no note lo mal que me siento, pero fallo constantemente. Lo que inicia como una despreocupada conversación termina indefectiblemente conmigo lloriqueando y él repitiendo una y otra vez como una letanía "vamos a estar juntos muy pronto, cielo, por favor no llores". Pero no necesito un muy pronto, necesito un ahora... y cuando comienzo a angustiarme de nuevo, algo frío y húmedo me toca la mano. O una lengua suave me lametea los dedos, cuando no una mole de rulos gris se trepa a mis piernas y lucha por recostarme en mi pecho. ¿Cómo llorar? No puedo hacerle eso.

Y mientras yo estoy aquí, rodeada de algodones y mimos, Adam está solo en ese lugar espantoso, con esa gente horrenda. "Está en Londres Inglaterra con otros londinenses ingleses como él" debes estar pensando. Sí, lo sé. Y es puramente inglés, indudablemente, pero no creo que en este momento ese sea el mejor lugar para Adam. Estuve poco tiempo, y no sé si fue la humedad y la carencia de sol a la que estoy acostumbrada, pero a veces sentía como si estuviera marchitándome. No quiero que le suceda eso. Sería un desperdicio colosal que sus ojitos llenos de estrellas no puedan brillar como sé que pueden hacerlo. No es justo que su resplandor se pierda entre esas nubes.

¿Recuerdas cuando te dije que teníamos algunos eventos impostergables en la ciudad que no nos permitían viajar a Atlanta? Pues bueno, uno de esos eventos era una cena en la casa de otro de los mejores amigos de Adam, Timothy (el que ligó un cucharonazo por entrar en la cocina sin avisar). La Cena, con mayúsculas. 

Resulta que este buen muchacho Timothy va a casarse con la Stacy Malibú del Infierno llamada Teresa. Ni siquiera llega a Barbie. Es alta, rubia, flaca y plástica. Se nota que hubo un antes y un después en la calidad de la silicona y el bótox a los que accedió esta pobre chica. Podríamos llamarle los períodos AT y DT. Una revisión ocular rápida y lo poco que pude sacarle a Dominic me sirvieron para armar una línea de tiempo.

Día 0: nace en un pesebre londinense de lujo Timothy Grant, un simpático muchacho de piel clara, ojos azules llenos de astucia y voz alta, chirriante y mandona. Tiene un don para hablar cuando no le corresponde, es decir, un bocón insufrible del montón. Pero parece amable y generoso, y a grandes rasgos, es un buen amigo. Si fuera más alto y cachetón sin duda alguna sería Robert Kelley. Qué escalofriante saber que hay más de un Robbie dando vueltas por el mundo... 

En la era AT (Antes de Tim): es puramente suposición, pero las observaciones de testigos concluyen que en esa época pasada Stacy Malibú del subdesarrollo adquirió su busto y mentón, una liposucción, pómulos y las primeras aplicaciones de bótox.  

Día D (o "maldigo el día en que fuimos a esa fiesta", según Dominic): Stacy Malibú conoce a su salvador Timothy, y de allí en más se conforma el ente eterno, indivisible e indestructible Teremothy. O Tiresa, como más te guste. Personalmente me quedo con Teremothy, apodo que les puso Dom y que bajo ningún concepto puede llegar a los oídos de Tim... y mucho menos de Adam.

En la Era DT (Después de Tim): Stacy Malibú pasa a las grandes ligas, se compra el sombrero y además se reacondiciona con nuevas aplicaciones de bótox, rellenos de ácido hialurónico, prendas caras, tratamientos varios y una billetera muy muy gorda de la cual disponer. Timothy pasa de salvador a necesitar salvación. 

Y un buen día, el universo en su totalidad se ve sacudido porque el ente Teremothy,  de ocho años de edad, decide casarse. Ese fantástico momento sucedió hace seis meses.

Pero he aquí un pequeño detalle: ni bien conocí a Timothy  y lo escuché hablar sobre la cena que tendríamos esa noche supe, de alguna manera, que algo estaba mal. Se parece tanto a Robbie en sus modos, en el matiz mandón de la voz, que siento conocerlo hace un millón de años. Había algo en la mirada firme para esconder el susto. Me dieron ganas de abrazarlo y decirle que todo iba a salir bien, que no se preocupara, pero hubiera sido extraño luego de dejarle ese chichón en la frente. Le sonreí de lejos e hice lo que toda mujer sureña promedio haría para tratar de hacer sentir mejor a alguien: freír algo. Los atiborré a los dos con espectaculares croque-monsieur receta especial de mamá y espárragos. Se quedaron trabajando bien llenos y contentos, y yo me retiré al piso superior a bucear entre los libros y tratar de exorcizar la tristeza de la casa. Y entonces los oí.

¡Acaban de llegar Rob y Pattie! Te cuento más luego.

++Frankendemon++

P.D: mamá me dio sus perlas. Es como si no haber usado perlas por más de un mes pudiera afectar mi salud.

P.D.2: acabo de contárselo a Adam y me dijo muy convencido "cariño, tú eres una perla, ¿para qué más?" . Debe tener algún ancestro sureño, sino no se explica.

Cartas a un DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora