Capítulo 3

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 Enterraron a Rocco a los pies de un enorme roble bajo el que la chica y el perro habían jugado miles de veces. Donde se habían quedado dormidos mientras escuchaban el suave balanceo de las hojas y el susurro del viento entre ellas. Allí permanecerían los recuerdos por siempre, hasta que aquel árbol muriese con ellos, reteniendo en sus raíces cada palabra y cada momento. Los recuerdos felices de su infancia ahora se teñían de tristeza.

La enorme planta movía sus hojas lentamente y dejaba caer algunas flores blancas que lo adornaban, las cuales caían al suelo tímidas y elegantes. Ya había gastado todas las lágrimas y volvió a colocarse la máscara de dureza que usaba frente a su mundo.

La muerte de su compañero le había hecho reflexionar muchas cosas. Sabía que la tristeza algún día empezaría a convertirse en una llama de valentía y fuerza. Por ahora solo había pena y pequeñas chispas de rencor al mundo. En ese momento, lo único que la retenía en aquel reino era la granja y su madre, y aunque estaba acompañada se sentiría sola sin Rocco.

Pero había algo nuevo en ella que empezaba a removerse y a echar raíces. Algo que no supo identificar, pero que tenía la certeza de que sería el inicio de un cambio.

Pasaron unos días de largas reflexiones. Había seguido teniendo extraños sueños y pesadillas en los que reaparecía Rocco entre las sombras, lo que la hacía volver a sentir ese dolor. Pero ocurría algo muy extraño. Aquella figura siempre estaba acompañada de otra: la de su padre. Era una silueta sin rostro y sin voz, pero tenía la certeza de que era él. En sus sueños, su perro parecía ir siempre en su busca, como guiándola hacia él. ¿Estaría Rocco mandándole alguna señal desde el más allá? ¿Debía investigar más acerca de ese desgraciado aunque le odiase?

Lo que sí sabía era una cosa: No podía ignorar esos sueños. Siempre había sido muy intuitiva y creía firmemente que los sueños tenían significados ocultos. Sobre todo cuando se estaban repitiendo tanto en los últimos días.

Aquella tarde estaba decidida en hacerle la pregunta que siempre había querido decirle a su madre. Esa que llevaba reconcomiéndola por dentro desde que era pequeña pero que nunca supo pronunciar. Tenía que saber la respuesta, necesitaba saber la verdad. Ahora más que nunca, para intentar entenderlo todo. Para comprender aquel mundo, su razón de ser y existir. Aquellos sueños tan raros que no parecían parar. Además, sin Rocco su mundo se había vuelto más doloroso y gris, y necesitaba algo nuevo a lo que aferrarse. Algo en lo que creer.

Adela jamás le había contado aquello que quería saber. Era un misterio, una historia impronunciable. Una incógnita en su vida que le apresaba de vez en cuando.

Se plantó frente a su madre y apretó los puños. Respiró hondo.

—Mamá, ¿a dónde fue mi padre? ¿Por qué se fue? —dijo de un tirón. Su madre dejó caer unas flores que había cogido para la tumba del perro, y se volvió hacia ella, con una expresión preocupada.

—¿Por qué quieres saber eso?

—Dímelo, por favor —le suplicó con la mirada firme—. Es lo único que quiero saber ahora. Necesito que me lo cuentes. No sabes la angustia que llevo dentro...

—Pero, Diana...

—Mamá, te lo suplico. No sé de qué me estás protegiendo pero no puedo aguantar más y ya no soy una niña... Ahora mismo me siento perdida y confusa, estoy tocando fondo... Por favor, dame una explicación. ¿No crees que me merezco saber la verdad? ¡No tienes por qué cargar con esto tú sola!

Su madre clavó sus ojos azules en los suyos. Su expresión albergaba una profunda tristeza y duda, como si fuese a decir algo prohibido.

—Por favor, hazlo por mí... Ayúdame a encontrarle un sentido a todo.

Lo que la niebla ocultóWhere stories live. Discover now