Un paso adelante, dos pasos hacia atrás

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Dos sillas de respaldo alto pintaban con su sombra el suelo de un local. Como una torre de vigilancia, el lugar tenía vistas a toda la playa, uno de los motivos por el que un simple local construido sobre un acantilado podía permitirse exigir unos precios tan elevados como los de los restaurantes más solicitados del mundo. Bueno, tal vez no tanto, pero era cierto que los precios eran exorbitados. Ellos dos no merecían menos, tras quince años de matrimonio. La pareja se sentaba, frente a frente, en una mesa redonda, cubierta por un mantel blanco, impecable. Tenían una de sus manos cogida, sintiendo su piel, el suave contacto. La mujer, serena como la mar que tenía a sus pies, miraba a su acompañante con una intensidad desmesurada. Una falda de vuelo, blanca como la espuma de las olas, le colgaba desde las rodillas hasta los pies, donde se descubrían unas sandalias de cuerdas. Las uñas de sus pies estaban pulcramente pintadas de color cian, a juego con la elegante blusa del mismo color, que acababa justo al inicio de la falda. Estaba preciosa, deslumbrante. Eso es lo que pensó el hombre vestido con una camisa blanca, desabrochada a la altura del cuello, lo que dejaba ver por entre su vello del pecho una cadena dorada. De ella colgaba un medallón de oro, con una fecha. La misma en la que se hallaban.

- Estás preciosa. – dijo el hombre.

- Lo sé.

Era cierto que lo sabía. Porque llevaba lo que ella quería. Porque estaba con su marido, sentada frente a su mejor amiga, la que había sido su consejera durante cuarenta años, desde que tenía cinco. Era feliz porque la brisa de la noche le balanceaba el bajo de la falda, que le acariciaba las pantorrillas. Era feliz porque sentía su teléfono vibrar sobre su muslo, donde tenía el bolso, y sabía quién estaba escribiendo esos mensajes. Lo abrió con la mano que tenía libre, e introdujo los dedos con delicadeza, abriéndose paso por entre el mundo de misterios que se ocultaba en aquel accesorio que parecía tener un universo entero en su interior. Puso la pantalla orientada hacia la pequeña rendija que dejaban las dos caras del bolso, y la luz del teléfono iluminó su mirada.

<<Espero que te lo estés pasando bien en tu aniversario. X>>. El mensaje apareció bajo el emoticono de una mariposa, pues así era como tenía agregado a su actual compañero de vuelo. Una breve sonrisa se dibujó en su rostro. No duró más de un segundo, porque la voz de su marido la sobresaltó.

- Mi amor, deja el móvil. Disfrutemos de nuestro tiempo juntos.

Él tenía razón. Hacía mucho que no podían gozar de un tiempo para ellos. Hacía mucho que no gozaba con él. No sabía si era porque sus respectivos trabajos los tenían demasiado ocupados emocionalmente como para poder dejar un poquito de sus corazones para casa o si...

<<Ya no le amas>>.

¿Por qué habían tenido que ir a celebrar una fecha tan importante, una cena tan crítica y necesaria para su relación, justo allí? Justo al lado del mar. Al alcance de las voces recriminatorias de aquella amiga tan crítica.

<<Cállate>>

Su mandíbula se había tensado. Sentía cómo los dientes apretaban los unos contra los otros, en una batalla campal entre la arcada superior y la inferior.

<<Con esa rudeza me estás dando la razón. No le amas a él. Amas a tu mariposita, al que ahora te introduce más maripositas en el estómago. No. Le. Amas.>>

Sintió cómo los puños se le habían cerrado sobre la falda. La estaba arrugando. Miró a su marido, con una sonrisa forzada en su cara. Abrió los ojos, tal vez exageradamente. Dejó el bolso al lado de la pata de la silla sobre la que se encontraba sentada e hizo una inspiración profunda. Soltó el aire.

<<Déjame disfrutar de la cena.>>

Pero parecía que la voz en su cabeza tenía ganas de guerra.

Playa de mi vidaWhere stories live. Discover now