Redención

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Aquí me encuentro, una ola, atrapada en el cuerpo de una mujer. ¿Cuántos años se supone que tengo? Sesenta, tal vez, no lo recuerdo. No quiero pensarlo, porque no sería una edad real. Porque sé que en el fondo siempre he sido un bebé, como si nunca hubiera llegado a nacer. Tal vez no debería haber nacido. No era mi destino estar en este mundo, en estos tiempos, con esta gente, que no está hecha para mí. Pero al ser la mayoría, parece que soy yo la que no está hecha para ellos.

Estoy sentada en un acantilado, frente a mi vieja alma gemela, a la que he echado tantísimo de menos, anhelando que me reciba con los brazos abiertos, como siempre hace. Puedo recordar, sin un ápice de duda, cada uno de los momentos que he pasado en esta playa, frente a este mar, que ha guiado mis movimientos a lo largo de toda mi vida. ¿Qué habría sido de mí, sin sus consejos? Habría dejado de existir, eso seguro.

Mi yo de ahora no sería más que una idea, que un destino abandonado, el Yo que podría haber sido, pero que nunca fue. El Yo al que aquel pájaro había abandonado en sueños, hace años. No obstante, tal vez habría llegado, al fin, a ser feliz. Pero ahora mismo, es como si una sombra tapara mi pecho. Como si mil cuerdas paralizasen mi sonrisa. Es como si mis pulmones no pudieran expandirse e inhalar ni una gota de alegría. Siento el peso del universo como una pesa sobre mis manos, como si una barra aprisionara mi cuello. Y a mi alrededor veo sol, veo luz, veo calor y caricias de brillo, pero nada de ello me toca, y mi piel sigue blanca como la leche.

Atrapada en una burbuja de cristal me ahogo con mi CO2 y con la tristeza que lo acompaña al exhalar, pero nadie ve cómo romper esa prisión esférica, y yo miro, sentada y en calma, sus gritos y sus golpes, sus intentos apasionados pero banales.

No quiero voces, quiero silencio. Quiero hundirme en mi oscuridad y que me arrastre, aunque preferiría tener alegría, que me proporcionara las ganas de huir, el instinto de salvación que me arrastraría, como al resto de mortales, de la tormenta.

Mas este instinto ha parecido quedar anulado por completo, a lo largo de tantos años de resistirme al bello rostro del conformismo, la aceptación y la normalidad. Normal. Cómo he odiado siempre esa palabra. Ese concepto que esconde un oscuro filo que pasa desapercibido, y que obliga a todo aquel que pisa la tierra firme a cobijarse bajo su sombra. Una sombra en la que nunca ha habido sitio para mí. Yo me he quedado fuera, durante unos años que desconozco, quemando mi piel con un sol que no ha conseguido ponerla morena, mientras el resto lo presenciaba, con miradas de incomprensión, bajo unas negras vendas, de lunares blancos.

Pero aquí estoy, ahora. De vuelta con el mar. Con el cuerpo magullado por los tornados que destruyeron mi armadura de arena, y se la llevaron bien lejos. Miro a un lado, y veo reflejado mi envejecido rostro con pavor en un charco. Parece que las pupilas ocupen todo el iris en mi mirada. Y bajo ellos, la sombra de mil noches sin pegar ojo, por miedo a que el que dormía a mi lado me abandonase, como yo me había abandonado.

Bajé la vista, entonces, a unos finos labios, tensos y resecos. Su piel está desquebrajada, no me había percatado. El atisbo de un rojo hilillo de sangre, ya seco, divide mi labio superior en dos, estableciendo una frontera, entre mi boca mentirosa, y la que dice la verdad. Siempre han estado en conflicto, con tal de soltar el comentario idóneo, en el momento indicado, aunque por mi situación actual, parece que nunca llegaron a hacerlo.

Una brisa de verano anormalmente fría me acaricia la nuca. Parece que es la propia playa, avisándome de algo. Es entonces cuando me doy la vuelta, y veo que no hay nada tras de mí, más que mi coche rojo, del color de la sangre que corre por mis venas y mantiene caliente mi cuerpo. Se encuentra ahí, aparcado junto a un enorme roble, que ansía hacer bailar sus verdes hojas al son de mi conversación con la playa, aunque pienso que se estará aburriendo, pues todavía no he recibido respuesta.

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⏰ Last updated: May 17 ⏰

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Playa de mi vidaWhere stories live. Discover now