6. Para lo que fui creado

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La comida sabe peor que lo hizo el día anterior. Debe ser porque la desesperación no está aquí ahora. Reconozco gachas de avena en el plato y algo liquido en un tazón. Sopa de puerro y espinaca dijo Karina, también dijo que no podía decir en voz alta nada sobre el sabor, porque ese chico, Haechan, acabaría conmigo.

El omega no ha mostrado su rostro otra vez, no desde que me gruñó en la cara y salió enfadado del comedor.

Trabaja.

Mucho al parecer.

Renjun me contó que todos tenían un trabajo que hacer por allí. Todos colaboraban como una gran familia feliz, o eso fue lo que él me quiso hacer creer, para mi no son más que unos farsantes. Me preparé a mi mismo para cualquier desenlace trágico, porque cualquiera de ellos podía hacer un mal movimiento en mi contra y entonces tendría que actuar, luchar. No quiero luchar, no sé como hacerlo, pero si debo matar para sobrevivir lo haré.

Espero hacerlo.

Y quizá es por eso que la única persona en este sitio que me cae medianamente bien es el niño de rostro redondeado que no ha pronunciado palabra alguna desde que le vi por primera vez, él tiene en la mirada esa misma sensación. Sobrevivir, esa es la meta.

Ahora mismo se encuentra sentado cerca de una ventana abierta, el aire gélido flota dentro del comedor y eriza la piel de mis manos, aún así, no puedo soltar la cuchara, porque sé que no volveré a comer hasta la noche.

El chico tiene las piernas abiertas y los codos apoyados en sus rodillas, afila un cuchillo contra una piedra lisa de color gris. El movimiento es impecable y rígido, la energía que pone en ello es la necesaria y su concentración no se va hacia ninguna otra parte.

Unos dedos finos y cortos chasquen frente a mi rostro. Miro a Renjun sonreír desde el otro lado de la mesa. Hay una mancha en el costado de una de sus manos, genial, más imperfecciones. No es que me molesten, en realidad, le envidio, me quitaron todas las mías.

–¿Eres un buen afilador?

Sacudo la cabeza, porque en al menos diez años no he tocado un cuchillo, no uno de verdad. La bandeja que nos daban en los laboratorios tenía cubiertos de plástico metidos en una bolsita, al igual que la comida. Gelatina, carne seca, verduras frizadas, eso era todo. El doc siempre decía que seguir una dieta como esa haría que mi cuerpo creciese en los lugares correctos, no lo entendí hasta que vi a las personas de por aquí. Casi todos estaban delgados, sus majillas no tenían consistencia y sus ojos apenas brillaban.

Renjun tuerce el ceño, mirando en la dirección en la que mis ojos estaban hace medio minuto atrás.

–¿Quieres aprender?

Me llevo la última cucharada de avena a la boca. ¿Quiero aprender?, la verdad es que no me importaría, pero lo más importante es que podría hablar con ese chico y ver si mi teoría sobre nuestras semejanzas sentimentales es correcta. Asiento, en respuesta Renjun desvaina sus dientes en una sonrisa torcida y ese canino salido pincha su labio inferior.

Entonces se voltea rumbo al chico silencioso.

–¡Ey, Chenle! –el muchacho levanta la cabeza, el cuchillo detenido por sus pulgares—, ¿crees que puedas enseñarle a Jaemin como hacer eso?

Parece un siervo encandilado por los faroles en medio de una oscura carretera. Mira al beta y luego a mí, parpadea confundido, antes de que todos sus músculos se relajen. Simplemente se encoje de hombros.

Edén Where stories live. Discover now